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Los muertos que llora el 40 Semanas

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La banda de los Algorta la dirige un sobrino del viejo líder, que está preso pero saldrá pronto. Foto: A. Colmegna
Operativo policial por el homicidio de Pablo Porcal Algorta, joven de 20 años ejecutado en una para de omnibus en Av. Italia y Bvr. Batlle y Ordoñez, Montevideo, ND 20170329, foto Ariel Colmegna - Archivo El Pais
Ariel Colmegna/Archivo El Pais

Son adolescentes pero ya han tenido que despedir a sus primos, amigos, tíos, parejas. Muchos fueron soldados de la guerra silenciosa que se libra en el 40 Semanas por el control territorial del mercado de drogas. La venganza entre ellos dibuja un círculo de sangre que promete seguir.

La muerte le llegó a Pablo Nicolás Porcal Algorta de un segundo al otro, sin titubeos, tal como él había pregonado. Con mente helada y bala precisa lo asesinaron el 29 de marzo, pasadas las 13 horas, en una parada de ómnibus de Avenida Italia y Batlle y Ordoñez. No llegó a conocer a su hijo Benjamín, que nació unas horas después. Sus vidas se cruzaron.

Nicolás, que tenía 20 años, pasó a integrar el cruento listado de muertos del barrio 40 Semanas, que en los últimos dos años creció fruto del enfrentamiento entre dos clanes familiares que se disputan el control territorial de la venta de drogas. Algunos son, según sus allegados, víctimas por error: pagan con sangre el hecho de haber crecido en ese barrio o de haber hecho amistades inconvenientes. O, peor, pagan solo por el apellido que les tocó.

La mayoría murieron sin aparecer en las noticias, pero para ellos hay verdaderos altares en Facebook. Ahí es donde los cadáveres existen. Ahí es que cada uno recuerda a sus “angelitos”. Los adolescentes que sobreviven en el 40 lloran a sus primos, amigos, parejas, tíos. Apenas arañan los 18 pero conviven con la desaparición frecuente de sus afectos. Lloran, a veces con rabia, a veces con resignación, pero casi nunca se preguntan por qué. La muerte irrumpe de un segundo al otro, como con Nicolás, y tristemente la incorporan porque así es la vida. Así es su vida.

Los angelitos.

“Tanto deseábamos el momento del parto, conocer a nuestro hijo que tanto amamos y no llegaste a conocerlo porque una rata traidora te quitó la vida de la peor manera. Pero con que me enoje no gano nada porque ni con la peor venganza te voy a tener de nuevo”, escribió la novia de Nicolás Algorta el jueves en Facebook. “Me parte el alma subir fotos mías con Benja nada más, porque esto no tenía que ser así (…) Me quedó lo mejor de vos, me dejaste lo mejor de nosotros que es nuestro hijo”. El posteo fue acompañado de fotos de ellos, de ella embarazada y del recién nacido. Antes había compartido la imagen de su pecho tatuado con el nombre de él.

La Policía todavía investiga su muerte, pero la hipótesis más firme es que se enmarca en esta guerra de bandas familiares en el 40 Semanas. La investigación está a cargo del Departamento de Información Táctica (DIT), una repartición que se aboca a esclarecer los delitos más complejos. El DIT depende directamente del jefe de Policía.

Una fuente policial confió que en Salinas está puesto uno de los focos, ya que Nicolás venía en ómnibus de allí cuando lo asesinaron y creen que sus matadores también podrían haber partido de ese balneario. Según informó El Observador, el fin de semana pasado hubo un detenido que confesó el crimen, pero en el Ministerio del Interior dudan de su responsabilidad en el caso ya que la investigación apunta a un sicario ya procesado por otros homicidios.

En torno al apellido Algorta se nuclea una de las dos bandas en disputa, liderada desde la cárcel por Gerardo Fabián Algorta, alias Lalo, que hoy tiene 32 años y cayó hace tres durante un operativo antidrogas. Según contaron a El País fuentes policiales y confirmaron desde el 40 Semanas, Lalo envía órdenes desde el Comcar a N.H.A., uno de sus sobrinos y referentes de la banda. En una foto que circula en las redes y que proviene del barrio, aparecen Nicolás y este otro joven sentados en un banco de la rambla. El rostro de N.H.A. está marcado con una flecha verde y señalado como “el que sigue”.

En el último mes mataron a Nicolás y a otros dos jóvenes del 40 Semanas. Eloy Hernández, de 25 años, era hermano por parte de padre de un Algorta. Le dispararon el 17 de marzo mientras trabajaba en el mantenimiento de una zona al aire libre en Casavalle. Él y su compañero habían terminado la tarea y se dirigían al camión cuando aparecieron dos individuos en una moto. Según el relato del compañero, Eloy gritó “no me maten”, corrió y le dispararon por la espalda. Cayó y se le acercaron para rematarlo.

En el barrio cuentan que Eloy había dicho que recibía amenazas, pero nadie le creía porque él no tenía nada que ver con la banda. Él era un niño en el cuerpo de un hombre, pura ingenuidad. Tenía un pequeño retraso, su madre lo había dejado de chico, su padre había enloquecido y luego se había suicidado, y él había crecido con su abuela. La vida de Eloy fue dura y terminó de la peor forma: según sus allegados, fue ejecutado por el simple hecho de tener como medio hermano por parte de padre a N.H.A. “Lo mataron porque creyeron que matando a Eloy iba a sufrir el hermano y no fue así. Pero Eloy era Hernández, no era un Algorta”.

Jorge López, ejecutado el domingo pasado en La Teja, tenía apenas 17 años. Una chica lo convocó por Facebook a una cita y él fue, pero era una “cama”. Un familiar asegura, también, que Jorge no formaba parte de la banda y que lo asesinaron por el solo hecho de haber crecido cerca de los Algorta, a quienes conocen pero de los que no se sienten amigos.

En 2016 murieron también Emanuel Pérez Cienra -tío de Nicolás Algorta-; Elías Santana -novio de la prima de Nicolás-, y otro Nicolás, al que llamaban “Chatito” -primo de Jorge López. La muerte de Elías, según dicen en el barrio, no fue un ajuste de cuentas sino consecuencia de un accidente con un arma.

Más atrás en el tiempo aparece la muerte de Cristian Porcal, al que asesinaron de 10 disparos a fines de 2015 al salir en bicicleta de la casa de su novia. Lo encontraron en una zanja en Máximo Santos y Dieulafoy. Tenía 21 años. Ese mismo día, a unas cuadras de allí, murió otro joven al que acribillaron de 30 tiros y cuyo nombre no trascendió en las noticias.

La muerte de Cristian sí se difundió porque fue la primera que se asoció al asesinato de Wellington Rodríguez Segade, alias “Tato”, un conocido narco y líder de la otra banda que pelea por su porción del mercado de drogas en el 40 Semanas: “la banda del Tato”, también conocida como “las 40”. Rodríguez Segade era uno de los jefes de la barra brava de Peñarol, pero no lo mataron por eso.

Según contaron algunos testigos protegidos a la jueza penal Helena Mainard, tiempo atrás, el propio Rodríguez Segade firmó su sentencia de muerte. Aunque él vivía en Sayago, tenía familiares cercanos en el 40 Semanas y estaba molesto por los continuos robos, amenazas y líos que supuestamente protagonizaban los Algorta en el barrio. Por eso trató de mantener una conversación “mano a mano” con ellos. Dicen que “tenía códigos”. Sabía que encontraría a los Algorta cerca de Santos y Tillaux, y fue. Uno de ellos lo increpó por acercarse con el único propósito de generar un enfrentamiento. Él levantó su buzo para mostrar que no iba armado, pero no importó. Uno de los Algorta sacó un cuchillo y le asestó varias puñaladas que, según los testigos, él trato de esquivar corriendo por Camino Santos. No logró escapar. Dos de los Algorta lo persiguieron y lo acribillaron. Su cuerpo tenía al menos 20 tiros -ocho en la cabeza- y varias puñaladas.

Dos semanas después, mataron a Cristian Porcal. Con él empezó la venganza, que se traduce en una matanza a todos los Algorta y a quienes parezcan tener vínculos con ellos.

Una fuente policial que conoce bien el barrio, aseguró que desde la muerte de Rodríguez Segade sus allegados juraron venganza “hasta que no quede nadie”.

Los Algorta han visto morir a varios de los suyos en estos meses, pero los de la banda del Tato también recibieron golpes. El más fuerte fue la muerte de Claudia Silvera, su esposa, asesinada un año después. A ella la secuestraron frente a tres de sus cuatro hijos y un sobrino, todos menores de edad, y su cuerpo apareció incinerado dentro de un auto sobre el que dejaron, en clara señal mafiosa, una cadenita que permitió identificarla.

Los culpables.

El expediente de la muerte del Tato es un libraco repleto de declaraciones pero sin una conclusión. El juez Néstor Valetti, que heredó el caso de Mainard en la sede penal de 14° turno, contó que el último indagado fue, precisamente, Nicolás Algorta. Eso fue en mayo de 2016 y, desde entonces, el expediente quedó quieto. La Policía libró una orden de detención de otro individuo que hasta hoy se mantiene prófugo.

Valetti no quiso revelar su identidad, pero en el 40 Semanas todos saben quién es: R.A., tío de Nicolás, hermano de Lalo.

R.A. es el principal sospechoso de la muerte de Rodríguez Segade. Nicolás también estaba comprometido en este asesinato y en otros; según la Policía, el joven de 20 años era un presunto sicario.

La Policía está alerta porque espera que haya más ajustes. Incluso, según informó El Observador, manejan la posibilidad de que los Algorta, debilitados, contraataquen contra los de “las 40”.

También tienen el dato de que Lalo Algorta se conoció con Luis Alberto “Betito” Suárez en el Comcar y que entre ellos nació una alianza contra la banda del Tato. El único indicio visible de ello es que a Claudia Silvera la mataron tres hermanos del Betito y un cuñado. Los cuatro fueron a prisión en diciembre de 2016.

Suárez cumplió su pena y quedó libre el pasado 25 de marzo. En tanto, fuentes policiales confiaron que Lalo saldrá en poco tiempo.

Del otro lado, la banda del Tato se estructura en torno a los sobrinos de Claudia Silvera y amigos de ellos. Son, en general, mayores de edad, de perfil bajo y mayor poder económico. Los de “las 40” están muy identificados con Peñarol, a diferencia de la banda de los Algorta, donde más que el fútbol lo determinante es el lazo sanguíneo.

Los temerosos.

De angelitos, poco. Varios de los adolescentes asesinados mencionados en este informe hacían apología del delito y compartían fotos posando con las manos en forma de revólver. “Mente fría y ganadora, ya sabés”, decían.

En el 40 Semanas no todos lloran a estos muertos: más bien, temen por sus propias vidas. Por las noches se ve a los soldados que aún sobreviven a esta guerra arriba de los techos, custodiando su territorio con metralletas. Mucha “gente de laburo” se fue, aseguró un trabajador social que frecuenta la zona.

La delincuencia siempre asedió al complejo 40 Semanas en particular -denominado así porque las viviendas se construyeron en ese tiempo- y al barrio Lavalleja en general, pero lo peor de su historia se está sufriendo hoy. Desde hace dos años “se vive una dinámica al límite”. La venta de drogas se intensificó -cierra una boca y abre otra-, y los tiroteos son cosa de todas las semanas.

“A medianoche se meten con autos por los pasajes e igual te pasan por arriba: así está el nivel de intimidación. Entran disparando para todos lados. Disparan viviendas. A veces no es para buscar a alguien sino para decir ‘acá mandamos nosotros’”, relató el trabajador social.

Y se atacan también entre ellos cuando rompen sus códigos: “te mato porque no fuiste leal, te mato porque no cumpliste con tu palabra”.

En el fondo, todo tiene que ver con la lucha por un mercado. Como dos marcas que compiten por un nicho, las bandas cuidan lo que han conquistado, a veces funcionan en armonía con el rival e incluso llegan a hacer acuerdos, y otras veces se mueven para extenderse y avanzar en el territorio. El componente ilegal del tráfico de drogas es lo que explica que las diferencias no se arreglen en los juzgados, sino a los tiros. Sangre por sangre.

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Altares en Facebook para los asesinados.

“Prohibido olvidar”. “Cómo se te extraña”. “Injusta fue la vida, cómo tan chiquito te llevaron de este mundo, y hoy sos un angelito más”. “Es increíble que ya no estés”. “Sus risas y palabras son tesoros en mi mente”. Los muros de los familiares y amigos de los muertos del 40 Semanas son puro lamento. Con esos comentarios acompañan los collages de fotos que arman con los que ya no están, verdaderos altares sobre los que otros ponen palabras de aliento, recuerdos y caras tristes con lágrimas en los ojos.

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La banda de los Algorta la dirige un sobrino del viejo líder, que está preso pero saldrá pronto. Foto: A. Colmegna

SOLDADOS CAÍDOS DE UNA GUERRA SILENCIOSA

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