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La hípica renovada

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En 2003 reabrió Maroñas tras cinco años sin actividad. Foto: gentileza HRU
Diego_Villar

La reapertura de los hipódromos de Maroñas y Las Piedras generó una ola de caras distintas entre dueños, cuidadores, jockeys y peones. Ahora comprar un caballo es más accesible y para jinetear se precisa más capacitación. El sector está en auge.

Sebastián tiene 31 años y desde hace dos es dueño, junto a otros cinco amigos, de dos caballos de carrera. Últimamente prefiere usar ropa con bolsillos para poder llevar a todas partes su amuleto: una muela de Pavarotti, un alazán pura sangre rebelde que lleva 28 carreras corridas, tres ganadas y muchos segundos y terceros puestos conquistados. Pesa 444 kilos y acaba de cumplir cuatro años. En 1991 otro Pavarotti corrió en Maroñas, y en Chile es el nombre de un padrillo que está empezando a destacar.

Sin embargo, para él, el suyo es un ejemplar especial. Aunque no tiene un linaje que lo predisponga al éxito, Pavarotti se convirtió en un profesional arisco, con una salud asombrosa y un desempeño regular. Desde que corre, no se deja tocar por sus dueños. En el box donde pasa la mayor parte del día se lo ve absorto, concentrado en un rayo de luz tenue que entra por los postigones de madera. Pavarotti impone dramatismo en sus carreras: provoca relatos emotivos y la posterior afonía de los comentaristas. Es habitual que abandone la gatera en el último puesto y que, a punto de terminar, en los últimos 400 metros, se acerque a su adversario más confiado y le arrebate el título, o al menos quede a muy pocos cuerpos del ganador. El único rasgo de debilidad que mostró fue una fiebre que se terminó cuando escupió esa muela.

La mayoría de los caballos se adquieren en remates cuya temporada de ventas comienza a mitad de año, pero Pavarotti fue entregado en forma de préstamo por el haras La Coluda, gestionado por un grupo de criadores jóvenes que, ante una partida de nacimientos pequeña, decidió compartir tres potrillos entre allegados. Sebastián, un profesional de jornadas laborales largas y estresantes, hincha empedernido de Nacional y amante del póquer, aceptó la oferta sin imaginar que el turf iba a convertirse en una nueva pasión, la más importante de todas y la menos dominable: "No es comparable con otro juego de azar. Acá no hay suerte, hay cierta lógica pero no es una ciencia porque el gran problema es que los caballos no hablan".

La adrenalina de la competencia y el gusto por el ambiente también afectaron las rutinas de Faustino y José, los otros dos socios más comprometidos de este grupo. Faustino no puede dormir la noche anterior a una carrera; José, el más experiente, se transforma cuando se acerca a la pista.

Cuando corre Pavarotti, José observa en silencio y de brazos cruzados cómo los caballos se alistan y disparan al oír la campana. Por unos segundos solo se escuchan intensos galopes destrozando la tierra. Nadie se anima a interrumpir. Recién cuando se acerca a la recta final, manteniendo la misma posición del cuerpo, José empieza a arengar con la jerga local y Sebastián se queda sin aire. La espera de toda una semana se reduce a un minuto y medio.

Renacimiento.

Hace 50 años el turf como entretenimiento era mucho más efervescente. Entre 1980 y 1990 la hípica vivió una fuerte crisis y tocó fondo con el cierre de su principal escenario, Maroñas, en 1997. Cinco años después, el Estado, a través de la Dirección General de Casinos, le otorgó la concesión del hipódromo de Maroñas y más tarde la de Las Piedras a Hípica Rioplatense Uruguay S.A. (HRU). Se invirtieron 30 millones de dólares, 11 meses de reconstrucciones y se crearon más de mil puestos de trabajo.

Como sucede en otros países, el funcionamiento del hipódromo se mantiene mediante las ganancias de los slots. Unas 43.000 personas viven directa e indirectamente del turf en Uruguay.

Cada carrera en Maroñas concursa por un premio promedio de 200.000 pesos que se reparte entre los primeros cuatro puestos. Pablo Núñez, miembro de la Comisión Hípica de Maroñas y Las Piedras, explica que el contexto favorable del turf local permitió elevar la cifra de los premios: "Pagamos más del doble que en Brasil", dice.

Además se creó en 2013 el Sistema Nacional Integrado del Turf, que de manera estratégica instaló hipódromos en el oeste (Colonia), este (Cerro Largo), y norte (Paysandú) del país. En el interior, la fama de las carreras surgida a fines del siglo XIX, está resurgiendo. El incipiente panorama renovó la curiosidad y se generó un recambio en el tipo de cliente, propietario, y formas de ver el negocio. Sociedad de amigos antes ajenos al ambiente —como la de Sebastián, Faustino y José— son cada vez más comunes. Disfrutan más del hobby que del dinero: los caballos de carrera empezaron a considerarse un lujo accesible. Tener a un caballo en un stud cuesta unos 13.000 pesos por mes.

"Por un tema de cantidad de nacimientos y poderío económico, históricamente países como Brasil y Argentina encabezaron resultados y ventas en la región", dice Núñez. "Pero Uruguay está evolucionando: en los últimos años los criadores invirtieron en yeguas madres y padrillos y cada tanto aparece un caballo diferente, que gana carreras y se vende muy bien".

Empresarios y criadores de Los Emiratos Árabes Unidos atienden cada vez más la profesionalización del Raid y el Enduro, carreras populares en el interior. Estas modalidades, que llegan a superar los 100 km de trayecto en disputa, dejaron atrás el prejuicio de "mata caballos" por su nivel de exigencia y están siendo controladas con insistentes cuidados médicos. Los competidores, en general caballos descartados de las pistas mejor cotizadas, se están convirtiendo en furor de ventas.

Detrás de las pistas.

Los caballos vencedores en Uruguay suelen ser importados o de padres extranjeros. Otros son descendencia de buenos ejemplares criollos, como Waqar, que les costó a Sebastián y a su stud, Referencia, 8.000 dólares. Alrededor de 1.800 potrillos nacen anualmente en el país, pero muy pocos podrán adaptarse al sacrificio de este deporte. Se calcula que el 60% correrá alguna vez.

Waqar lleva siete carreras corridas y nunca obtuvo un primer puesto. Por un tiempo arrastró una lesión muscular que preocupó a sus dueños y pasó un período suelto en el campo. Al principio, la vida en el stud —bajo techo dentro de un box de tres por tres metros y con unas pocas horas al sol para entrenar—, puede estresar al caballo al punto de que se niegue a comer. Aunque la habilidad deportiva es una herencia genética, hay otros factores que influyen: el tipo de entrenamiento, el estado de salud, el entendimiento con el cuidador y el jockey, y la propia voluntad del animal.

El rendimiento de Pavarotti, con un linaje inferior, es una sorpresa festejada por todo el equipo. Cada premio que se obtiene se divide en porcentajes: el 70% lo retienen sus dueños, el 10% el cuidador, otro 10% queda en manos del jockey y el resto se divide entre los empleados del stud, entre los que están el capataz y los peones.

El hombre de confianza de los dueños es el cuidador. Ruben Marrero, El Grillo, es hijo de jockey y nieto y sobrino de cuidadores. Tiene bajo su cuidado a 50 caballos y es propietario de dos studs. Nació entre equinos y dice, con la exageración propia de este ambiente, que podría morir por uno de ellos. El Grillo trabaja con su hija, Ximena. Una constante en estos oficios es la transmisión de generación en generación.

"La palabra cuidador en este rubro abarca prácticamente todo. Es la cabeza del equipo. Es el que trata con los patrones, el que trae el caballo a pensión: es el referente", dice El Grillo, que también decide si un caballo corre o no y en qué carrera.

El stud Referencia, en Las Piedras, tiene vista hacia la pista del hipódromo. Mientras prepara un asado para festejar su cumpleaños número 52, Mario Zeballos, capataz, corre para ver el remate de alguna de las 15 carreras del día. Lleva 30 años cuidando equinos y asegura que "el caballo de carrera es como un vidrio", porque "si te das tiempo para interpretarlo, te enseña todo y hasta te indica cuándo está pronto para correr".

También muestra cuando no puede más. Explica el veterinario Federico Pita que el caballo completa su desarrollo óseo alrededor de los dos años, "pero el turf cada vez es más elitista y competitivo, y las carreras mejor pagas son a esa edad". El entrenamiento prematuro les genera debilidad ósea.

"Los dueños son los primeros en pinchar al cuidador para que el caballo corra, aun infiltrado. El viejo burrero entiende que debutar al caballo a los tres años es mejor porque sabe que lo puede tener corriendo más tiempo. Pero ahora, los nuevos dueños quieren comprar, ganar con dos años y después si se rompe, se rompe", dice Pita. El Grillo discrepa. Para él, solo el 20% de los dueños piensa en los animales como máquinas de emitir billetes.

Un buen futuro.

Las carreras en Las Piedras comienzan en la mañana tirando carne al parrillero. Se acompaña con galletas de campo y Chivas Regal. Entre los invitados del stud están sus trabajadores habituales y los dueños. En la previa no hay clases sociales ni competencia: las carreras siempre dan revancha.

Pablo Olivera, el más callado del grupo, viste traje de jockey aunque ese día no corre. Hijo de un cuidador local, empezó a montar a los 12. Hoy tiene 39 años, mide 1,50 metros y pesa 50 kilos. Ya ganó más de 20 carreras. Ha rodado varias veces y llegó a quebrarse las costillas, pero es perseverante: dice que todavía puede correr 15 carreras seguidas sin estirar ni masajear los músculos luego de montar.

Pablo cuenta que desde la reapertura todo es mejor porque HRU y el Estado formalizaron el sector. Ahora los jockeys pueden correr siempre que tengan preparación y deben tener una empresa unipersonal para facturar por su trabajo. Si el caballo pierde, Pablo cobra 500 pesos la monta perdida en Las Piedras y 800 en Maroñas. Los aportes le cuestan 3.000 al mes. Si gana, se lleva el 10% del premio y además tendrá más propuestas de otros propietarios.

El empleado peor pago del negocio es el peón. Es también el que más conoce al caballo: el que lo despierta, el que limpia su cama hecha de cáscara de arroz, el que lo baña, pasea, lleva a varear (entrenar) y acompaña cuando está enfermo. El día de la carrera ayuda a que el veterinario le realice un control antidoping y le tome la temperatura. Lo pasea frente a los apostadores. Se lo entrega al jockey. Cuando termina, lo baña, lo pasea y lo alimenta de a poco.

Maxi es el peón de Pavarotti y Waqar. De 17 años, flaco como jockey, cuenta su historia con pocas palabras y muchas sonrisas. Como la mayoría de los peones, dejó el liceo y cuando se le pregunta por el futuro dice que piensa en ser jinete. Sebastián, Faustino y José lo llaman "el Pity" pero no quieren encariñarse demasiado porque es normal que de un día para otro los peones desaparezcan: trabajan para el que haga la mejor oferta y dé la mejor propina.

Hípica Rioplatense y la UTU se propusieron profesionalizar las tareas del peón y el jockey. En 2013 se creó un ciclo básico enfocado en la hípica dentro de un plan de estudios de tres años pensado para alumnos que solo hayan cursado primaria y que quieran aprender las obligaciones habituales en un stud. Existe un curso más breve, de tres meses, que forma auxiliares de caballeriza. De un total de 93.022 estudiantes activos en la UTU a abril de 2015, 114 cursan estas dos opciones. El 30% abandona.

Si Maxi decidiera ser jockey, debería pesar un máximo de 52 kilos, no superar los 23 años y quedar seleccionado entre los 20 cupos anuales que otorga la Escuela de Jockeys de Maroñas. En 2013 se postularon 80 y en 2014, 60. La gran mayoría de los jockeys egresados en la primera generación están ejerciendo y algunos con éxito.

Él, por su experiencia como peón, podría llegar a ser un buen jinete, incluso para Pavarotti y su mal genio. Podría aprovechar la oportunidad, dar un paso más en la tradición familiar y convertirse en un profesional. Podría ser, al igual que estos tres amigos aprendiendo de turf con un caballo con más nobleza que buena sangre, espejo de una actividad renovada.

SABER MÁS

HRU quiere renovar el público y más apuestas.

"Cuando uno dice que tiene un caballo de carrera, la gente que no sabe cómo es el ambiente piensa que estás metido en la timba", dice José. Los entrevistados, aun aquellos que tienen caballos ganadores, no acostumbran a realizar grandes apuestas. Alguno, incluso, no apuesta nunca. Sin embargo, Sebastián reconoce que se pone más nervioso cuando Pavarotti o Waqar son favoritos.

Elevar la ganancia por apuestas y renovar el público que se acerca a los hipódromos son las grandes problemáticas que enfrenta Hípica Rioplatense. Según datos otorgados por la empresa, el 22% de las apuestas se realiza por teléfono y el 2,5% a través de internet. El resto se efectúa por ventanilla y agencias asociadas.

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En 2003 reabrió Maroñas tras cinco años sin actividad. Foto: gentileza HRU

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