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Colombia: el rol uruguayo en la guerra

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140 refugiados colombianos hay en Uruguay, según cifras de Acnur. Foto: AFP
Graffiti in Medellin, Antioquia department, Colombia on January 8, 2016. Once considered vandalism, graffiti is gaining more respect in Colombia, reflecting the desire for peace, while the government and the FARC guerrillas negotiate an end to the country's half-century armed conflict. AFP PHOTO/Raul ARBOLEDA COLOMBIA-LIFESTYLE-GRAFFITI-PEACE COLOMBIA-LIFESTYLE-GRAFFITI-PEACE
RAUL ARBOLEDA/AFP

El conflicto armado más viejo de la región parece llegar a su fin. Y Uruguay quiere ser protagónico. Mujica se reunió con las FARC. El embajador Rosselli estima que "habrá observadores uruguayos" tras el desarme. Mientras, los 140 refugiados colombianos que hay en el país, están expectantes.

Los uruguayos apoyan (el) proceso de paz en Colombia". El mensaje en Twitter de Iván Márquez, el alias del comandante del Bloque Caribe, Luciano Marín Arango, venía acompañado de una foto. Al mejor estilo de un equipo de fútbol, José Mujica y su esposa Lucía Topolansky posaban para la cámara junto a cinco de los negociadores de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en La Habana. Al fondo, un banquete con vino y whisky "etiqueta roja" incluidos, daban cuenta de un ameno encuentro, aprovechando la visita el jueves del expresidente a Cuba, en que los antiguos guerrilleros uruguayos darían cátedra de cómo fue su proceso de inserción en la política.

No es el primer acercamiento que Uruguay entabla con quienes comandan los tratados de paz. En la última Cumbre de las Américas, en abril, el presidente Tabaré Vázquez le ofreció a su par colombiano, Juan Manuel Santos, la colaboración en este proceso que se inició hace tres años. En julio se propuso al exministro de Defensa, José Bayardi, como interlocutor. Y ahora, que las FARC y el gobierno de Santos solicitaron la intervención de las Naciones Unidas, el pedido fue a parar a manos del embajador uruguayo ante ONU Elbio Rosselli.

Hace una semana y media el secretario general de la ONU recibió una nota. Era un comunicado del gobierno colombiano —acordado con las FARC— pidiendo al organismo que monitoreara el desarme, una vez que se selle el pacto acordado para el 23 de marzo. Enseguida se dio intervención al Consejo de Seguridad, presidido hasta mañana por Rosselli. El lunes, por unanimidad, se aprobó y se promovió la misión política.

"Con toda seguridad habrá observadores uruguayos", enfatizó el embajador Rosselli. "La idea es que la integren países latinoamericanos y Uruguay tiene interés" en que se ponga punto final al conflicto armado más viejo de la región.

Más de 218 mil muertos —el 81% población civil— en 57 años. Más de 27 mil secuestros, el 90% de la guerrilla y el resto de grupos paramilitares. Más de 1.700 mujeres violadas, 95 atentados terroristas y 5 millones de desplazados internos. Otros 103.150 colombianos no tuvieron más remedio que refugiarse fuera del país.

Ni sirios ni exreclusos de Guantánamo. De los 301 refugiados que hay en Uruguay, 140 son colombianos, según datos proporcionados por la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur). La cifra prácticamente se cuadriplicó en la última década. En 2005 eran solo 40.

Las víctimas.

Bettina aterrizó en Montevideo una tarde inhóspita, hace 11 años. Vino con sus hijos, su entonces esposo y un bolso con las pertenencias más básicas. Los primeros días se alojó en un hotel de mala muerte, en el Centro, de esos en que la falta de calefacción no da lugar al descanso. Pero aquella imagen triste y desolada de la capital era, paradójicamente, su paraíso. Llegaba de escaparle a los paramilitares colombianos. Estuvo más de tres meses recluida en su última casa en un suburbio de Bogotá, una de las tantas viviendas en las que frecuentó para despistar a los enemigos. Tuvo que dejar su profesión y las salidas con amigos. Abandonó sus números de teléfono personales cansada de las constantes amenazas. Y se salvó, por la ley de la casualidad, de un doble secuestro. A 4.700 kilómetros de su país encontró, aquel invierno, la paz.

El conflicto en Colombia no es una película épica, al estilo Troya, en que solo hay dos bandos enfrentados. Hay varias guerrillas de extrema izquierda, grupos paramilitares de extrema derecha y las fuerzas del gobierno, a veces corrompidas y con conexión con las organizaciones radicales. En este contexto no es necesario estar afiliado para ser señalado.

Algo así le sucedió a Bettina. Tenía un cargo importante —por razones de seguridad se omite su profesión— y, tras unos anuncios, los paramilitares la acusaron de colaborar con las FARC.

Todo empezó cuando ella tenía unos 40 años. La llamaron por teléfono y le dijeron: "Deja de colaborar con la guerrilla o la pagarás caro". Fue entonces que solicitó la protección policial. El problema: "Hay oficiales que tienen conexión con los propios paramilitares".

La presión se hizo cada vez más tediosa. Tuvo que dejar de trabajar, se mudó varias veces y vio desfilar autos con hombres armados dispuestos a pasarle factura. "Los paramilitares son una terrible fuerza criminal", aclara. De hecho son los responsables del 60% de los asesinatos selectivos en que se conoce el victimario, según el Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia. Por eso cuando la amenaza alcanzó a sus seres más queridos, se contactó con un amigo alemán y, mediante su intervención, con el gobierno sueco.

"El único problema", recuerda, "era que los trámites para refugiarme en Suecia demoraban ocho meses". Entonces recibió dos alternativas: ir a Uruguay o a Chile. A ella le daba lo mismo y resolvió esperar a ver quién contestaba primero.

En ocho días le llegó el comunicado de aceptación en Uruguay. "¿Paraguay?". Bettina no tenía la más remota idea de que era Uruguay. Pero se arriesgó.

"Los primeros meses no fueron fáciles, pero ahora mi corazoncito está dividido entre Colombia y Uruguay", reconoce.

Junto a ella vinieron otros refugiados, muchos de los cuales luego emigraron a otros países. ¿Por qué? "Uruguay no pide visa, entonces el ingreso es muy fácil para cualquiera y uno tiene miedo que la guerrilla o los paramilitares —depende el caso— lo vengan a buscar".

Sin embargo, la distancia que separa a ambos países es "importante" en comparación con otros destinos sudamericanos. De ahí que sea una puerta frecuente para solicitar el refugio. En la última década las oficinas de Acnur en Montevideo recibieron 153 solicitudes de refugio. Algunas de ellas fueron denegadas.

El pedido.

Juan (55) llegó a Montevideo hace tres años. Vino por su cuenta, con su hija. La guerrilla lo había secuestrado dos veces y le robaron la maquinaria vial de su propiedad. Pero en Uruguay le negaron el refugio. ¿El motivo? La determinante para que este bogotano escapara de Colombia era un conflicto con un familiar que lo quiso "matar por intermedio de un sicario".

La violencia está tan generalizada en Colombia que excede al negocio de la coca (hay 69 mil hectáreas cultivadas) y la megaminería (con al menos 6.600 explotaciones ilegales). Desde fines del siglo XIX, en la célebre guerra de los Mil Días que enfrentó a liberales y conservadores, la sociedad está fracturada. Y la inequidad entre sus 48 millones de habitantes hace que la distancia entre ricos y pobres sea, a la vez, un agravante.

Al igual que Bettina, Juan tampoco tenía vínculo con algún grupo armado. Es ingeniero industrial y trabajaba en proyectos de construcción, a las afueras de la capital colombiana. Tenía mucho dinero y, por tanto, era una tentación para la guerrilla. "Siempre me querían cobrar peaje", recuerda.

El primer choque con las FARC fue en el 2000, en Santa Marta, sobre la costa atlántica. Un hombre lo fue a buscar para pedirle que le regalara su maquinaria a la guerrilla. Juan abandonó ese proyecto y optó por participar de una construcción a las afueras de Bogotá.

Allí también lo fue a buscar la guerrilla. Cuando estaba dentro de un túnel, corroborando el trabajo de sus obreros, un empleado le advirtió que afuera lo esperaban agentes de la guerrilla. Se puso el overol de un trabajador y salió con todo el personal directo para tomarse el ómnibus de regreso.

Otra vez cambió de planes. Un prestamista le quiso alquilar unos tractores y Juan aceptó. Cuando pretendió cobrar lo adeudado, el hombre lo llevó en su auto y le exigió que "colabore con la guerrilla".

Juan recordó la frase que le repetía su padre, "aquí no me quedo y si me quedo será muerto". Aprovechó una parada técnica en una cafetería y escapó. Unos años más tarde haría lo mismo, pero saltando del auto que frenó en un semáforo.

Durante este proceso —abreviado—, perdió la maquinaria. Terminó trabajando con un familiar que, dice, lo estafó. Atentaron su casa y tuvo que huir.

—¿De concretarse la paz, regresará?

—No, tampoco creo que haya paz.

Bettina analiza la realidad con el mismo escepticismo. "Hay mucho odio y ya están surgiendo grupos paramilitares alternativos, como los bacrim (organizaciones mafiosas)". Mientras, el gobierno uruguayo apela que "el respaldo político" de la ONU sea una garantía. No es fácil poner un freno en un conflicto de tantos años.

La paz bajo el lente uruguayo.

Hace poco más de un año se descubrió, al norte de Colombia, una serie de hornos crematorios que los paramilitares usaban para deshacerse de sus víctimas. Juan, un solicitante de refugio en Uruguay, vio a cuerpos colgando de puentes, como suelen hacer los narcotraficantes. Bettina recuerda las filas de autos con hombres armados, a toda hora. Las imágenes del conflicto están a la vista. Y Agustín Fernández (33), un fotógrafo uruguayo, quiso captar los hechos con su propio lente. En 2010 y 2013 acompañó a la comunidad de paz de San José de Apartadó. Es un conglomerado de pueblitos, próximo al paso fronterizo con Panamá, en que los 1.400 habitantes resisten a la influencia de la guerrilla y los paramilitares.

Fernández convivió, los fotografió y hasta palpó la sensación que genera el miedo. "Una vez teníamos una asamblea en uno de los pueblos y el camino estaba intransitable por la presencia de abejas", recuerda. "Entonces tuvimos que tomar una ruta alternativa, en una zona minada. Debía pisar exactamente en el mismo lugar que el compañero que iba delante". Es una de las tantas imágenes que quedaron en su retina, y que escaparon al fotorreportaje "Obreros de la paz".

Pero en aquella aventura también pudo conocer a una comunidad "solidaria y que se niega a plantar coca o tener armas".

¿Llegará la paz? "Los paramilitares son los que tienen más asesinatos y ellos no están en juego en este tratado", dice. De hecho algunos de sus integrantes están terminando su pena, tras ocho años de cárcel, y se desconoce cuál será su accionar. Por ahora reina la incertidumbre.

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140 refugiados colombianos hay en Uruguay, según cifras de Acnur. Foto: AFP

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