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Cerrar hogares y abrir familias

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Foto: archivo El País

INAU trabaja para que los niños vivan en ambientes familiares en vez de hogares. Esto implica luchar contra su propia burocracia y captar personas dispuestas a convertirse en padres transitorios en vez de adoptivos. Actualmente hay unos 700 niños dentro del programa.

La historia de Juan parece armada con retazos. Hace tres años vivía en la calle, cerca de una zona comercial de Montevideo. Antes había pasado por varios hogares, hasta que un día decidió que la calle era lo mejor. Tenía 12 años y cuarto año de escuela sin terminar. Así lo encontraron Elena y Pablo, intentando conquistar a los transeúntes para conseguir algo que comer, vestir o tener.

En la memoria de la pareja, esos eran los días más fríos del invierno. Elena trabajaba por la zona y lo había visto algunas veces. Sabía que una de sus compañeras de trabajo solía conversar con él y entre todas coincidieron en que no podía seguir así. Elena tenía 26, Pablo 31, hacía varios años que estaban juntos, no tenían hijos y parecían los mejores candidatos para alojarlo. Así comenzó su camino a convertirse en la familia de acogida de un adolescente hasta entonces desconocido. Si bien los nombres son ficticios, la historia es real.

Como quizá muchos en este país, la pareja creía que lo mejor iba a ser que Juan estuviera en una institución, amparado por el Estado. Pero tras consultarlo y evaluar las opciones que tenían, que no eran muchas, concluyeron que no había otra que recibirlo en su casa. "Al principio era temporal", cuenta Pablo. "Pensamos que había otra estructura en INAU, pero ahí nos fuimos enterando que no".

Hay alrededor de 2.500 niños y adolescentes viviendo en hogares de INAU, según indican las autoridades. Otros 1.447 son amparados por programas de acogimiento en un entorno familiar. La mitad de ellos (720) vive con algún pariente en el programa que se conoce como Familia Extensa y la otra mitad (727) con familias "ajenas", también llamadas "amigas". En total hay 591 familias. Sus orígenes se remontan al año 2010 como una superación del modelo de cuidadoras y en respuesta a recomendaciones de organismos internacionales. Es el reconocimiento de que tener niños viviendo en una institución viola sus derechos.

Actualmente las autoridades se proponen realojar a estos 2.500 niños y adolescentes institucionalizados. Para ello cuentan con que haya familias dispuestas a albergarlos sabiendo que puede ser una solución transitoria y que el niño puede ser adoptado por otros o volver con su familia de origen. Sin embargo, no se trata de un objetivo fácil de lograr: le supone a INAU una lucha contra sí mismo.

Entre transitorio y permanente.

El año pasado INAU hizo un llamado para captar a quienes quisieran entrar al programa Familia Amiga. La convocatoria era para cualquier persona de más de 25 años "con espacio, tiempo y dedicación para cuidar". Estas personas tenían que tener ingresos que les permitieran sustentar a sus familias y una vivienda en condiciones adecuadas. Se presentaron 121 personas y a pocos meses del llamado solo 16 se integraron al programa. La experiencia internacional dice que solo un 15% de quienes se presentan terminan calificando. Una gran parte, explica el director de INAU Fernando Rodríguez, entran esperando que Familia Amiga sea una forma más rápida de poder adoptar.

"En la etapa anterior, entre 2011 y 2016 no se explicitaba con claridad lo transitorio del programa", dice Rodríguez. Eso generó dificultades entre algunas de las familias que ingresaron al sistema. "No puedo afirmar que sea un tema resuelto porque las expectativas de continuidad están. De hecho, hay quienes postulan al programa buscando un camino más corto para adoptar", dice Rodríguez, y aclara que la política actual es reorientarlas hacia el programa de adopción.

El atractivo está en los tiempos. Si todo sale bien, un postulante puede convertirse en Familia Amiga en poco más de dos meses. En cambio, entrar al Registro Único de Aspirantes a la Adopción puede llevar entre nueve meses y un año, siempre y cuando no haya inconvenientes en el camino.

Fuentes consultadas vinculadas al trabajo social sostienen que es posible que hubiera casos en que, tras no haber una familia biológica o adoptiva en condiciones de recibir a un niño o adolescente, el programa haya funcionado como un camino rápido a la adopción. Rodríguez dice que se trató de situaciones muy excepcionales, enumera siete u ocho en los últimos años, y aclara que fueron casos en que los niños padecían alguna patología o discapacidad, o simplemente no aparecía otra respuesta alternativa. El rol de estas familias de acogida debe ser transitorio porque así está pensado. De hecho, la premisa que las autoridades instalaron en este nueva convocatoria excluye a los que están en el registro de adopciones. El paso de los niños por Familia Amiga dura el tiempo que tarden las autoridades en encontrar una solución. La primera opción son quienes tienen la patria potestad. A veces, con darles apoyo a las familias se logran revertir las situaciones. En otras, puede haber parientes lejanos que asuman el cuidado y, de no haber una alternativa, se da su ingreso en el sistema de adopciones.

"Hubo familias amigas que intentaron adoptar, pero la respuesta reglamentaria siempre fue la misma", dice Rodríguez. De todas formas es una cuestión que actualmente está en debate, porque las respuestas no siempre aparecen y hay especialistas que consideran que, en algunas situaciones, lo mejor es que la familia transitoria se convierta en permanente.

Mientras, ocurren casos como el de Juan, Elena y Pablo, para quienes el programa fue una herramienta que permitió legitimar la situación.

"Yo no tengo papeles", respondía Juan a los responsables del club deportivo al que asiste cuando lo invitaron a un campamento en Argentina. Preocupados, los profesores llamaron a Elena y Pablo, quienes tuvieron que explicar que su situación legal aún no les permitía viajar con Juan, que se terminó perdiendo el paseo. Ahora es solo una anécdota, pero a tres años de haberlo recibido en su casa, recién hace siete meses que la pareja es una "familia amiga". Con la autorización de la familia biológica, Elena y Pablo empezaron también, incluso antes de entrar a Familia Amiga, el proceso para convertirse en tutores de Juan. Han tenido varias instancias judiciales y con expertos, pero todavía no hay una resolución.

"El gran esfuerzo de las políticas actuales es dejar de operar y de decidir en torno a grandes enunciados moralizantes para pasar a intervenir en situaciones singularizadas", dice Carmen Rodríguez, psicóloga especializada en educación y asesora de Unicef. "Los seres humanos necesitamos que se nos mire a los rostros, que se considere nuestra historia, nuestras singularidades", agrega. En eso, Elena y Pablo agradecen el trabajo de la ONG que los acompañó en el proceso y que los ayudó a encontrar una manera de ayudar.

Camino de piedras.

Familia Amiga, Familia Extensa, Plan Nacional de Acogimiento Familiar, Centros de Acogimiento: lo que le sobra a INAU son nombres y programas. Lo que le falta, dice un profesional que trabaja dentro del sistema y que prefiere no dar su nombre, es la confianza de la población. Quienes trabajan con INAU entienden que sus problemas son responsabilidad de toda la sociedad. Si una familia no puede mantener una casa porque no tiene dinero, el problema va mucho más allá, dicen. También reconocen la realidad de la institución y sus problemas, así como la voluntad de las autoridades de reformarse. Pero puede llevarles décadas.

Las numerosas reformas que han aplicado, explica el especialista, no se notan en la práctica. Por un lado identifica a los profesionales que planifican y arman los programas y por otro están los funcionarios que, si bien no tienen formación universitaria, sí conviven y tienen vínculos estrechos con los niños y adolescentes en los hogares. Esta dicotomía ilustra la convivencia de dos sistemas: uno es el de la vieja concepción de que mientras los niños tuvieran un techo, una cama y comida caliente iban a estar bien, y otro, es el sistema que se busca instalar, que entiende cada historia como única, trabaja con expertos calificados y defiende el derecho de cada niño a tener una familia.

"Todos nos criamos con la idea de que los niños que estaban en la calle eran llevados al orfanato y allí crecían porque no tenían padres", dice Mauricio Vázquez, el representante de la Red Latinoamericana de Acogimiento Familiar (Relaf) en Uruguay, "pero la media a nivel regional es que el 80% de los niños en instituciones tienen por lo menos padre, madre, tío, hermano o abuelo que puede cooperar".

Vázquez entiende que hay voluntad política de cambiar el sistema, pero que, por el contrario, hay una cultura institucional de encierro arraigada que hace difícil implementar los cambios. Y, mientras tanto, "por cada mes que un bebé pasa en un hogar, institucionalizado, pierde tres meses de desarrollo. Esos niños tienen falta de cariño, de afecto y de un montón de cosas que definen su desarrollo", agrega.

Según datos de Unicef, en 2013 Uruguay era el país con la tasa más alta de niños institucionalizados de la región. Tenía entonces el doble que Chile y tres veces más que Argentina. Para fines de este período las autoridades pretenden que los 500 menores de cinco años que están a cargo de INAU pasen a vivir con familias.

El profesional consultado que prefiere mantener reserva, ve con escepticismo las intenciones de las autoridades. "Familia Amiga es un programa interesante, pero INAU tiene que restablecer la confianza social, generar credibilidad y que se instale la idea de que funciona, porque lo que generalmente se asocia a INAU es todo lo que no funciona".

Un ejemplo que lo ilustra, dice, es el de un niño cuya madre padecía una enfermedad psiquiátrica, consumía drogas y tenía una pareja violenta. A los cuatro años se decidió que iría a vivir con sus abuelos. Para cuando el niño llegó a los 12, la madre apareció para reclamar la tenencia, pero sin haberse recuperado del todo, cuenta.

"No podía durar más de seis meses", dice. Y eso fue lo que ocurrió. Al tiempo, el ya adolescente tuvo que volver con sus abuelos, pero en ese período el abuelo había fallecido y la abuela no quiso volver a recibirlo en su casa. Todavía recuerda la respuesta que les dio: "Lo quisimos, pero INAU lo arruinó".

Otro caso es el de una familia ajena que no recibió visitas técnicas por un año y medio, cuando los primeros meses suelen ser cruciales y los expertos estiman que deben contar con el apoyo de psicólogos y trabajadores sociales al menos una vez por semana. "Ni siquiera había un proyecto individual para cada uno de estos niños", dice. "Se supone que es un trabajo profesional. Se requiere planificación. No somos titiriteros que ordenan la vida de la gente".

"Sobre estos niños recae un imaginario de mucho rechazo social, que encuentra en las instituciones prácticas abusivas", dice la especialista Carmen Rodríguez. En su libro Lo insoportable en las instituciones de protección a la infancia sostiene que los sistemas de protección han desconocido a los niños con su "gestión burocrática de la vida" y que la clave está en resolver medidas concretas para cada uno, siempre priorizando a su familia de origen e intentando apoyar su permanencia con ella.

Reconocer la historia.

Juan sabe que Elena y Pablo están contando su historia, pero prefiere no intervenir. Dice que no tiene nada para agregar y se va a su cuarto, desde donde escucha lo que está pasando. "Ni siquiera cuando nos visita la asistente social habla. Tiene mucha institución encima, no quiere saber más nada", explica Elena.

Al consultar a Elena y Pablo sobre si acogerían a otro niño a través del programa, ambos responden que, por el momento, no. "Por el vínculo que se generó con Juan nos resultaría difícil pensar en algo transitorio", dice Pablo. Quizás, si en otro momento se diera la posibilidad, lo pensarían, pero tienen claro que no son un hogar y que si aceptaran más niños no podrían funcionar como una familia. De hecho, el programa permite hasta cuatro niños en una misma casa.

De golpe, Elena y Pablo se encontraron haciendo de padres de un adolescente de 12 años. Cuando Elena lo cuenta parece fácil. Sonríe con cariño al hablar de los logros de Juan, que en tres años terminó la escuela y ahora, a los 15, pasó al liceo. Una familia se acepta incondicionalmente, no tiene otra que convivir y tratar de pilotearla. Ellos tuvieron que armarse de cero. "Al principio le exigimos mucho. Le decíamos: tenés todas estas nuevas oportunidades, aprovechalas. Pero no es que tu vida cambia y vos automáticamente pasás a ser otra persona. Tenés muchas cosas para ver y pensar", dice Elena.

Esa quizás sea la parte más difícil. Para la pareja, vivir con Juan es como tener una familia más. Por más que él no quiera mantener contacto con su madre y que no haya relación con la familia biológica, Juan es el reflejo de su crianza. "Es una persona que ya viene construida, que viene con su historia, y que vos tenés que integrar y aceptar", indica.

Como parte de Familia Amiga, Elena y Pablo tienen claro que no pueden desconocer ni la historia ni a la familia biológica de Juan. Saben bien que si un día él quiere irse y regresar con ellos, no pueden hacer nada más que apoyarlo. "Es algo que tenemos muy trabajado, el respeto a la familia de origen. No podés juzgar, no podés condenar. A nadie le gusta que enjuicien a sus padres", dice Elena. "No estás siendo justo con alguien si lo privás de su historia".

El nuevo rol del hogar como centro familiar

El director de INAU Fernando Rodríguez explica que la institución no ha abierto más hogares, sino que busca reconvertirlos en centros de apoyo para las familias. El objetivo es apoyar a las que no puedan mantener el cuidado de sus hijos, ya sea por problemas de salud, dinero, parámetros de crianza. "En la medida en que se detectan las situaciones, se trabaja con las familias para fortalecerlas", explica.

Al final, la institucionalización servirá solo como medida transitoria de unos pocos días hasta que se pueda encontrar una solución, proyecta Rodríguez, aún sabiendo que los tiempos de la institución pueden ser lentos. Actualmente la ley establece un plazo máximo de internación de 90 días para niños de entre dos y siete años. Al final se tendrían pocos niños internados y "muchas familias satélite" apoyándose en equipos técnicos. Esto ya se llevó adelante en Colonia Valdense, donde se encontraron familias para 30 niños que vivían en una institución. Hoy solamente queda uno, dice Rodríguez. De los 150 centros que tiene INAU, explica, hay entre siete y 10 que se han reconvertido. El objetivo es transformarlos todos.

El caso de Rumania y el acogimiento familiar

Los países de Europa Occidental y los nórdicos son tomados como ejemplos de políticas públicas. Pero en esto de la desinstitucionalización de niños sin familia, el faro que ilumina al mundo es otro: Rumania. Nueve años después de la revolución que hizo caer el comunismo en este país de Europa Oriental, en 1998 comenzó una erradicación del cuidado institucional a los menores de tres años. La ONG Hope & Homes for Children destinó 250 técnicos para las tareas que permitieron el cierre de 49 instituciones y desarrollaron 102 servicios alternativos.

De los más de 100 mil niños rumanos que estaban en órbitas de instituciones (su versión de INAU), en los primeros meses de labor se logró la reducción de 4.975 casos y se previno el ingreso de otros 16.237. La clave, dice un informe de la Red Latinoamericana de Acogimiento Familiar, estuvo en la apertura de centros de ayuda para las madres y los bebés, la capacitación a operadores y políticos, y un monitoreo constante de la situación.

La cantidad de niños en Rumania supera en medio millón a toda la población uruguaya. Y uno de cada 100 está en cuidado alternativo, separado de su familia. Esta cruda realidad, en parte por años de exclusión y a consecuencia de la guerra, llevó a que hoy siga habiendo 61.749 niños sin familia, aunque solo 22.189 estén en instituciones. El resto logró encontrar una familia extendida u otras variantes de protección. Parte del proceso de cambio tuvo como eje la "visibilización" del problema, sobre todo de la pobreza como principal causa de separación de las familias.

Autoridades reconocen demoras en el sistema

"Todavía tenemos problemas con los tiempos. Ya hemos tomado decisiones para superarlo", explica el director de INAU Fernando Rodríguez. Sobre los plazos para la adopción, Rodríguez reconoce las demoras pero también hace hincapié en la necesidad de garantizar los derechos de los niños, aunque la burocracia se convierte en un arma de doble filo y estas mismas demoras también pueden vulnerar otros derechos. Ser Familia Amiga y adoptar "son procesos distintos, llevan tiempos distintos. Pero nosotros estamos en un proceso de revisión". INAU ha abierto varios llamados para complementar su personal técnico en diferentes áreas. Más adelante este año esperan poder fortalecer Familia Amiga en el interior. Para los adolescentes, por otro lado, INAU trabaja en la creación de "dispositivos de autonomía progresiva" que implican la convivencia de entre 10 y 12 adolescentes de ambos sexos en una misma institución, pero que se rige a través de la "autogestión".

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Foto: archivo El País

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