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Maracanazo en el cielo

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Ghiggia con sus compañeros de Maracanazo. Foto: archivo El País

Es el primer 16 de julio sin Ghiggia, que hace un año se “unió” al plantel.

Con Julio Pérez hicimos varias veces jugadas así. Una de ellas, pude finalizarla con centro bajo hacia atrás y el Pepe, empalmando tiro alto, empató. Después, otra vez combinamos, me le escapé a Bigode, que estaba muy desorientado, y cuando creyeron que haría la misma terminación a mi carrera, viendo el hueco que me dejaba Barbosa, tiré contra ese palo… ¡Cómo para no festejarlo! Ellos quedaron quebrados totalmente. Después, nos hicimos grandes amigos con Bigode y Barbosa. Y esta debe ser la millonésima vez que cuento ese gol…"

Así contaba Alcides Ghiggia su gol a Brasil en el partido decisivo del Mundial de 1950, en una entrevista con la revista Deportes en 1972. Después pasaron más de 40 años, durante los cuales debió relatarlo una y otra vez, en forma cada vez más frecuente, a medida que el paso del tiempo lo iba convirtiendo en el último testimonio viviente de aquella hazaña.

Este 2016 trae el primer 16 de julio sin Ghiggia. Se fue hace exactamente un año, en la definitiva señal de cómo esa fecha se había consustanciado con su figura. Quedan las grabaciones de Carlos Solé o Duilo De Feo, las imágenes en blanco y negro, también con millones de emisiones pero todavía con el poder de emocionar.

En Argentina se están celebrando por estos días los treinta años del título obtenido en México 86, cuando Maradona se puso el cuadro al hombro y salió a gambetear ingleses. ¿Cómo recordarán en Italia los aniversarios de aquellos triunfos de Vittorio Pozzo, antes de la Segunda Guerra Mundial? ¿Mencionarán los alemanes con lágrimas el llamado "Milagro de Berna"? En dos años a los brasileños les toca evocar los 60 de Suecia y la fulgurante aparición de Pelé. Pero cabe dudar que todos estos aniversarios tengan la significación de aquel de 1950.

Para empezar, Ghiggia y sus compañeros regalaron al mundo del deporte un nuevo término: Maracanazo. Por algo ya tiene su propia entrada en Wikipedia: "Maracanazo (en portugués: Maracanaço) es el nombre con el que se conoce a la victoria de la selección de fútbol de Uruguay en el partido decisivo de la Copa Mundial de Fútbol de 1950 frente a la selección de fútbol de Brasil. Contra todo pronóstico, Uruguay ganó a Brasil por 21 en el Estadio Maracaná de Río de Janeiro. Por extensión, el término se ha generalizado para definir a aquella victoria de un equipo o deportista, preferentemente una final, en campo ajeno y teniendo todos los factores en contra".

Campeones.

Todos los triunfos deportivos tienen dos polos que se rechazan: la alegría de los ganadores, la tristeza de los perdedores. Pero el tiempo va vaciando de a poco ambas cargas, hasta convertir todo en una simple anécdota. No es este el caso. En Uruguay la hazaña pareció dar vuelo a la idea de una singularidad nacional: "nacidos para campeones", se decía, porque hasta entonces la Celeste había participado en cuatro grandes competencias mundiales y las había ganado todas. En buena medida eso contribuyó a afirmar la identidad de un país pequeño y cuyos héroes se remontaban a los años de la independencia. Y cuyo mayor prócer murió en un amargo exilio. Pero también jugó en contra de la necesaria actitud de superación constante. En esas condiciones, dejamos de ser los mejores casi sin darnos cuenta. Y depositó, durante mucho tiempo, una pesada carga en los botines de las nuevas generaciones de futbolistas, llamados a continuar las proezas de Ghiggia y sus compañeros y crucificados por no poder hacerlo.

Para los brasileños, en tanto, la cicatriz del dolor quedó expuesta por años. Tantos, que muchos opinaron que solo una herida más brutal, como la humillación del 7 a 1 ante Alemania en el Mundial 2014, pudo ocultarla. Pero esta goleada no los hizo cambiar de camiseta, como ocurrió en 1950, cuando se archivó el uniforme blanco para pasar al verdeamarillo. Y los obligó a buscar nuevos caminos hasta lograr, por fin, los ansiados títulos mundiales. Claro que cuando sus jugadores perdieron partidos que parecían ganados de antemano, fueron acusados de haber olvidado Maracaná.

Un gigante.

Todo ese maremoto de consecuencias, nacidas de su gol aquel 16 de julio, se iba registrando mientras Ghiggia jugaba sus últimos partidos por Peñarol, cuando se fue a Italia contratado por la Roma, al regreso de Europa para defender a Danubio y Sud América. Y después, a la hora del retiro. Su figura pequeña, de pronunciada nariz y finos bigotes, se fue haciendo más grande en mil entrevistas en las que volvía a contar el gol. Se sumaron los homenajes que no tuvo en juventud. Logró el milagro de ser venerado por sus propias "víctimas" brasileñas. Y se convirtió en una leyenda viviente, que atraía periodistas de todo el mundo o recibía invitaciones para grandes acontecimientos.

Claro que fue una leyenda a la uruguaya, disponible para sus admiradores sentado en alguna tribuna del Estadio Centenario o paseando por Las Piedras.

Este 16 de julio de 2016 puede parecer algo extraño, porque no está Ghiggia. En realidad, sigue estando igual que cuando emprendió su veloz corrida por la punta derecha en el césped de Maracaná.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Ghiggia con sus compañeros de Maracanazo. Foto: archivo El País

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