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Cuando los clubes chicos dominaron el Uruguayo

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Defensor 1987, con veteranos ilustres como Ahuntchain o Falero y  las promesas de Sergio Martínez y Miranda.

HACIENDO HISTORIA

Hace 30 años, Defensor iniciaba la conquista del título y abría un ciclo que completaron Danubio, Progreso y Bella Vista: entonces la fiesta del campeonato viajó por los barrios.

Defensor 1987, con veteranos ilustres como Ahuntchain o Falero y las promesas de Sergio Martínez y Miranda.
Danubio 1988, un recordado campeón, integrado por hombres que alcanzaron después gran proyección.
Progreso 1989 se hizo fuerte en el Paladino, con una mezcla de juventud y experiencia.
Bella Vista 1990: fútbol y fuerza para quedarse con un torneo muy parejo.
Defensor 1991: el talento de un muy joven Marcelo Tejera al servicio de un plantel que sabía lo que quería.

Hace 30 años, la fiesta del Campeonato Uruguayo salió a dar una vuelta por los barrios: Defensor dos veces, Danubio, Progreso y Bella Vista fueron campeones entre 1987 y 1991, alcanzando lo que se conoce como el Quinquenio de los chicos.

Durante cuatro décadas tras la instauración del régimen profesional, Peñarol y Nacional habían establecido una hegemonía sin fisuras. El resto competía por ser “campeón de los chicos”. Rara vez lograron un vicecampeonato. Cerro llegó a una final con Peñarol en 1960 y fue prácticamente una hazaña.

Defensor logró cortar ese ciclo en 1976, una proeza histórica. En 1984, Central Español también alcanzó la cumbre, de modo más sorpresivo porque venía de la “B”. A continuación hubo dos campeonatos para Peñarol, el segundo tras polémica final con Nacional. Hasta que en 1987 volvió a festejar el violeta.

Ese año, Defensor peleó el título con Nacional y lo resolvió tres fechas antes en el Franzini, la tarde del recordado Mirandazo a los tricolores. La tabla final mostró a Defensor con 33 puntos, Nacional con 30 y muy cerca Bella Vista y River, con 28. Bajo la dirección técnica de Raúl Möller, la formación más corriente esa temporada fue con Héctor Tuja; Luis Cabrera, Juan Ahuntchain, Oscar Aguirregaray, Eliseo Rivero; Heber Silva Cantera, Miguel Falero, Gerardo Miranda; Sergio Martínez, Servando Vesino y Carlos Larrañaga.

El ‘88 fue un año redondo de Danubio, que luego de ganar el Competencia se llevó el Uruguayo con nueve puntos de ventaja (cuando la victoria daba solamente dos) sobre Peñarol. El equipo formaba con Javier Zeoli; Luis Da Luz, Daniel Sánchez, Fernando Kanapkis, Nelson Cabrera; Edison Suárez, Ruben Pereira, Eber Moas; Edgar Borges, Ruben Da Silva y Gustavo Dalto.
Progreso se quedó con el Uruguayo ’89, disputado a una sola rueda entre 14 participantes. Tan corto trecho le sobró para sacarle cinco puntos de ventaja a los dos grandes. Leonel Rocco; Fernando Silva, Julio Maidana, Gustavo Machaín, Leo Ramos; Luis Berger, Víctor Silva, Pedro Pedrucci; Johnny Miqueiro, William Gutiérrez y Próspero Silva jugaron el día de la consagración ante Central. El técnico era Saúl Rivero.

Bella Vista llegó al título de 1990 con siete puntos de ventaja sobre Nacional, logrados en la recta final del torneo luego de varias fechas muy parejas. Aquel papal formaba con Juan Bogado; Sergio Umpiérrez, Ruben Silva, Carlos de León, José Aguiar; Henry López Báez, Álvaro Gutiérrez, Juan Acosta; Rubens Navarro, Julio Morales y Gerardo Rodríguez. El técnico fue Manuel Keosseian.

Más equilibrado resultó el certamen de 1991. Defensor alcanzó la punta en la antepenúltima fecha y se impuso por un punto sobre Nacional, dos sobre Wanderers y tres sobre Peñarol. Juan Ahuntchain, que había sido el líbero violeta en 1987, ahora fue el técnico. El equipo formó con Claudio Arbiza; José González, Héctor Rodríguez, Ruben Silva o Gianni Michelini, Mario Gastán; José Chilelli, Juan Ferreri, Guillermo Almada, Marcelo Tejera; William Gutiérrez (hasta el receso Peter Méndez) y Ricardo Do Santos.

¿Cuáles fueron las razones de esos éxitos? En primer lugar, debe descartarse que se tratara de un pronunciado bajón de los grandes: en 1987 Peñarol fue campeón de la Libertadores y un año más tarde Nacional ganó ese trofeo y la Intercontinental, aunque los planteles que alcanzaron esas conquistas duraron poco y a ambos les costó renovarse. Para afrontar la Copa, los aurinegros descuidaron la actividad doméstica en el ’87 y lo mismo hicieron los tricolores en el ’88, pero después trataron de recuperar terreno. Por ejemplo, en 1990, Peñarol contrató al cotizado técnico argentino César Menotti, en busca de un salto de calidad que quedó muy corto.

El “crecimiento” de los chicos había comenzado en la década de 1970, con Liverpool, Danubio y Wanderers, aunque les faltó el último escalón. Hasta ese momento, la actividad interna se limitaba a los meses finales del año.

Los jugadores de los clubes menores por lo común tenían un empleo fuera del fútbol para completar su presupuesto, facilitados por entrenamientos menos exigentes. Los grandes acaparaban a los mejores valores que surgían en el medio, además de figuras extranjeras. Y cuando no estaban definiendo la Libertadores salían de gira para mantener sus caros planteles. Ese modelo se quebró con la crisis económica. Cuando la temporada se hizo más extensa y el juego demandó mayor despliegue físico, todos los futbolistas debieron asumir una dedicación a full.

Como toda la vida, los clubes chicos siguieron transfiriendo a sus figuras, pero en vez de irse indefectiblemente a los grandes marcharon directo al exterior. Algunas instituciones se manejaron mejor en este esquema, fortaleciendo a la vez sus inferiores.

En la década de 1980, además, varios equipos comenzaron a llevar a los grandes a sus canchas, ya que ser locatarios en el Estadio Centenario dejó de significar la mayor fuente de ingresos del año. También fue posible porque los requisitos de seguridad no eran tan estrictos como los de hoy.

Nacional puso fin al Quinquenio de los chicos conquistando el Uruguayo de 1992. Un año más tarde, Peñarol iniciaba un lustro triunfal, y de inmediato los tricolores trataron de enfrentarlo, en la dinámica de la eterna lucha entre los grandes. Entonces, la competencia volvió a cauces más habituales, aunque nuevas campañas violetas y danubianas, así como de Rocha, Wanderers o Plaza Colonia demostraron que aquella hegemonía drástica no volverá.

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