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El voto de papel

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Con empecinada recurrencia -van y vienen- se levantan críticas y objeciones al sistema electoral vigente. A veces las críticas refieren a aspectos de fondo y otras veces a formalidades. No hay sistema electoral perfecto -ninguna obra humana lo es- pero muchas veces las críticas y lamentos que se oyen respecto al sistema electoral uruguayo son muy livianitas.

Con empecinada recurrencia -van y vienen- se levantan críticas y objeciones al sistema electoral vigente. A veces las críticas refieren a aspectos de fondo y otras veces a formalidades. No hay sistema electoral perfecto -ninguna obra humana lo es- pero muchas veces las críticas y lamentos que se oyen respecto al sistema electoral uruguayo son muy livianitas.

La última reforma electoral (1997) aprobada por un margen escasísimo, fue una reforma impulsada por el temor: el Frente Amplio venía creciendo elección tras elección. El balotaje que en esa instancia se introdujo, tenía por objeto impedir el triunfo del Frente: solo consiguió posponerlo cinco años pero trajo consigo, como daños colaterales, la multiplicación desgastante de instancias electorales y el divorcio de la lógica política y de la estrategia partidarias entre la elección nacional y la departamental (entre otras cosas).

Actualmente el Frente Amplio, que tiene hoy el mismo miedo a perder que tenían hace quince años los partidos históricos, quiere poner en la agenda una nueva reforma electoral, también con propósitos subalternos de introducir condiciones a su favor.

Pero las críticas al sistema electoral uruguayo abarcan también aspectos de forma o incluso materiales. Una de esas críticas, revestidas de solemnidad y amparadas bajo una aureola de progreso, es la que despotrica contra las listas de papel como algo atrasado, propio de otro siglo.

Introducir físicamente una hoja de papel en una urna correspondería, según esos críticos, a una época pasada y lo moderno es sustituirlo por el voto electrónico, como se hace en el Brasil, por ejemplo.

Se trata de una tontería. La electrónica es evidentemente más moderna que el papel (algunos dirán, hasta más ecológica), pero ¿cuál sería el beneficio para el ejercicio del voto? Contestan: el beneficio está en el escrutinio ya que el recuento electrónico de sufragios es más rápido. No ven estos críticos que lo que debe asegurarse es que el escrutinio sea certero, no que sea rápido. Los resultados electorales, contando a mano lista tras lista y voto tras voto, son resultados seguros y nunca llegaron más tarde que el día siguiente a la elección. Lo que tiene que asegurar un sistema electoral no es la celeridad (ni los costos) sino la seguridad del resultado, la garantía de que no puede haber manipulación ni fraude posibles.

Dicha garantía no la ofrece el sistema de voto electrónico. En este caso quien proporciona o maneja el software tiene la posibilidad de alterar los resultados. Con las hojas de votación de papel, recontadas en cada lugar de votación ante los delegados de mesa de todos los partidos y asentados los resultados en la cuarta acta, no hay posibilidad de fraude ni manipulación de los resultados.

Los casos históricos que han ofrecido terreno para las dudas fueron aquellos en los que se permitió votar simultáneamente por un régimen proyectado y uno vigente.

El mérito o la cualidad principal que se debe exigir a un sistema de votación es que sea seguro: lo demás son modas y pirotecnia.

También fue una moda pseudocientífica (y cara) la introducción en la Cámara de Diputados de un sistema de votación con botones y pantalla electrónica.

Se gastó plata y no funciona. ¿Qué tiene de malo o de atrasado que los diputados sigan manifestando su voto alzando la mano?

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Juan Martín Posadas

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