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Vecinos desamparados

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Hay dos negocios que son fuente de ingresos y ganancias al infinito: los espectáculos deportivos y los artísticos.

Hay dos negocios que son fuente de ingresos y ganancias al infinito: los espectáculos deportivos y los artísticos.

Los escenarios son globales, merced a los medios de comunicación. A los espectadores directos que pagan entrada se suman los televidentes y los observadores por cualquier otra vía de comunicación que también pagan. Las grandes marcas de refrescos, electrodomésticos o automóviles, etc., cuando patrocinan eventos, el costo de estas entradas de lejanos asistentes lo integran en el precio de los bienes que se publicitan. Es la entrada del espectador lejano. Hoy todo tiene derecho de autor o de propiedad intelectual. No hay asado gratis.

En el pueblo de Olavarría en Argentina, provincia de Buenos Aires, que no alberga mucho más de 170 mil habitantes, hubo una presentación del “Indio” Solari, a la que fueron más de 300 mil personas. Trata de la convocatoria del canto al “rompantodo” con la que el artista solo con las entradas vendidas ganó una fortuna. Y se fue en avioneta mientras alguien se las veía con el arreglo del caos de la convocatoria. Milagrosamente solo tuvo dos muertos. Y multitud de lesionados. Este ídolo de la anarquía y el anticapitalismo, amasada de esta forma su fortuna, se recordará tiene residencia permanente en… Estados Unidos. La protesta es bienvenida y si la pagan con verdes, mejor. Y, vamos a no engañarnos, en el norte y con plata se la pasa bomba.

Sucesos atroces vinculados a este tipo de espectáculos abundan mundialmente. Con proyecciones imprevisibles a causa del avance de la tecnología que revoluciona el ruido, las luces, las escenografías y la ayuda de algunos “puchos”, pastillas y polvillos, que contribuyen con lo suyo al “despiole”.

De lo más grande cabe pasar a algo emparentado más chico, que es cosa de todos los días en nuestro país. Particularmente en las zonas balnearias en verano y en Montevideo todo el año. Las tenidas en locales bailables que trastocan gravemente la vida de los vecinos que habitan en sus proximidades y de los turistas que se instalan en un lugar de descanso.

Si alguien se muda a un lugar en el que de antemano sabe que van a haber ruidos, aglomeraciones en la calle, montonera de motos y autos circulando y estacionando, corre aquello de “calavera no chilla”. Distinto es cuando donde no había nada un día se instala un “boliche” y las ruedas nutridas de copas y bochinche se extienden hasta entrada la madrugada, y peor aún, cuando aparece lo “bailable”.

En estas circunstancias convergen responsabilidades de Bomberos, especialmente por los riesgos de incendio, de las intendencias por ruidos molestos, convergente con las de la Policía por estacionamientos, ocupación de las veredas, comportamientos indeseables, y todo lo de imaginar que pueda suceder en tales aglomeraciones.

Vivimos en una república en la que se banca todo. Sea el agujero de 1.200 millones de dólares de Ancap, el fiscalazo continuo, la ausencia de obra pública y el delito, con tolerancia ciudadana absoluta.

En los hechos que se citan se está violando el art. 7º, de la Constitución (y muchas normas más) que contempla para las víctimas del desorden público la protección total de su integridad y de su propiedad (los inmuebles conocen agresiones inadmisibles, pasan a ser invendibles y su valor se derrumba).

Las autoridades competentes normalmente dan vueltas para que atenuado siga el desastre. En esto y en todo, vecinos del común, se sugiere modestamente exigir

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Ricardo Reilly Salaverri

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