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Valores y estrategia

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Permiso para volar. Es que más allá de los fuegos de artificio, de las chicanas y ventajitas de la política cotidiana, hay una discusión muy interesante que está sobrevolando a los distintos sectores políticos. Un debate más de fondo, y que puede ser el que termine definiendo la próxima elección.

Permiso para volar. Es que más allá de los fuegos de artificio, de las chicanas y ventajitas de la política cotidiana, hay una discusión muy interesante que está sobrevolando a los distintos sectores políticos. Un debate más de fondo, y que puede ser el que termine definiendo la próxima elección.

Tal vez el que lo ha expresado de manera más clara ha sido Ignacio de Posadas en sus últimos artículos en El País. Su punto, expropiado de requiebres semánticos y referencias trascendentes, es el siguiente: todo muy lindo con “la positiva” y con coquetear con el voto extrapartidario, pero antes de ganar una elección hay que saber para qué se quiere ganar. Y si los blancos pretenden hacer un gobierno transformador y genuino, deberían apegarse a sus valores históricos, y explicarle bien a la gente lo que son y lo que harán de llegar al poder.

Esto, que parece obvio y sencillo, no lo es tanto. Sucede que el techo histórico del voto nacionalista, ha estado siempre en el entorno del 35%. Y en un sistema con balotaje, se requiere el apoyo de más del 50% para ganar.

Es ahí que empiezan los problemas. Porque en la busca de ese margen externo, la tentación evidente es empezar a matizar algunas posturas, a ceder algunos postulados, y a dejar algunas prendas tiradas, con tal de seducir a ese votante “foráneo”. Con lo cual se camina por una frontera compleja entre la flexibilidad amable, y la hipocresía de doble cara.

Pese a este alerta de De Posadas, justamente lo que más se le critica a los blancos, al menos desde ese sector analítico supuestamente imparcial, es que su oferta electoral actual, Lacalle Pou, Alonso, Larrañaga, es muy homogénea. Mucha marcha a caballo, demasiado acto en la rambla.

En el otro extremo, si algo se puede señalar como receta de éxito del Frente Amplio para lograr estos 15 años de hegemonía, es lo amplio de su abanico. Desde el neoestalinismo de Constanza Moreira hasta las posturas conservadoras del nuevo PDC acaudillado por el hijo de Vázquez, hay sabores para todos los gustos.

Una amplitud que solo fue posible por la cintura y capacidad de negociación de los “tres grandes” que han manejado al FA en las últimas dos décadas: Tabaré Vázquez, Danilo Astori, y José Mujica. Tal vez Mujica lo definió como nadie cuando dijo que para ganar igual se abrazaba con las culebras.

Pero con la lenta salida de escena de estas figuras, parece que esa receta empieza a tener sus perforaciones. Sin Vázquez, la oferta electoral frentista pierde esa figura de autoridad, que conecta con el imaginario batllista uruguayo del hijo de sindicalista recibido de médico, de ese Magurno con título, al decir de Darwin Desbocatti. Si se concreta la salida de Mujica, el FA pierde todo ese perfil rústico, que seducía tanto al ruralista sufrido y modesto como al habitante de la periferia capitalina. Astori es el más típicamente frentista de los tres, genuino representante de esa “elite” universitaria capitalina. Pero también roza ya los 80 años, y es discutible que el universitario “de izquierda” actual lo vea como uno de ellos.

Además de los cambios generacionales, el confort del poder parece haber hecho perder a las nuevas generaciones frentistas esa urgencia por agradar al votante de fuera de su riñón. Basta ver la reacción inquisitoria ante la entrevista al hijo de Tabaré, basta ver la defensa cerrada de la mayoría de los dirigentes del FA a Sendic a cualquier precio, o hasta el apoyo irrestricto a un Lula da Silva, cuando cualquiera que se saque por un segundo las anteojeras ideológicas, se da cuenta que la abrumadora mayoría de los brasileños dictó sentencia sobre su honestidad mucho antes que el juez Moro. Casi un 70% de los brasileños dicen hoy que jamás votarían a Lula como presidente. ¿Qué opina el votante frentista crítico de este vínculo carnal con alguien condenado por corrupto?

O dicho de otro modo, no se ve a una Macarena Gelman, o a un Gonzalo Civila entrando a un bar a charlar con los parroquianos, ni en Cerro de las Cuentas, ni en la zona del Hipódromo.

Este nivel de descuido del “voto prestado” abre una gran oportunidad para el arco no frentista de cara a la próxima campaña. Pero para aprovecharla, debe definir con celeridad la cuestión del principio.

O sea, transitar por ese dificilísimo camino entre mostrar una identidad firme, definida, un conjunto de valores que enamoren a su base y que sean respetados por quienes no son su electorado tradicional, pero a la vez que le brinde expectativas y esperanzas al que no es tradicionalmente blanco o colorado, pero se encuentra decepcionado por la deriva y los excesos de los últimos años de la era frentista.

¿Se puede mantener la identidad y seducir al voto externo a la vez? ¿Es viable ganarle al Frente mostrando un programa radicalmente distinto a lo hecho en estos años? ¿O hay que matizar y mostrarse más parecido a lo que ha votado la gente en las últimas tres elecciones? Responder esas preguntas acertadamente, aterrizar estos pensamientos algo volados, parece ser la clave para lograr cambiar el tono político de los próximos años.

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Martín Aguirre

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