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El Uruguay de Álvaro Lamé

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Su corazón generoso y su mente clara se detuvieron esta semana, durante sus vacaciones, privando a nuestro país de un ser humano excepcional.

Su corazón generoso y su mente clara se detuvieron esta semana, durante sus vacaciones, privando a nuestro país de un ser humano excepcional.

Por los milagros de la técnica, una grabación nos permitió volver a disfrutar hoy de sus conceptos sobre este Uruguay tecnológico que amanece y que ofrece tantas buenas perspectivas para nuestros compatriotas. Junto a los nombres de Breogan Gonda, de Nicolás Jodal y tantos otros, Álvaro fue punta de lanza que abrió caminos, derribando los muros del país conservador, jugador al achique, que lamentablemente cuesta cambiar.

Cuando en 1985 abrimos, desde el Senado, las puertas a los primeros conceptos sobre informática, la propia palabra era extraña a lo cotidiano, exótica en un medio que desconocía aún la potencialidad de lo que hoy se llama tecnologías del conocimiento. Sin mayor mérito que el de estar al tanto de lo que ocurría en el mundo intentamos agregar una nueva dimensión a nuestro conocimiento, un nuevo campo a la actividad humana entre nosotros.

La voz de Álvaro hoy, en el despunte del año 2017 nos pone al día de lo que se ha logrado. Mil millones de dólares de actividad económica, de los cuales trescientos de exportación de inteligencia -que no otra cosa es el software- llegando a los EE.UU., Brasil, Japón. Entre 12 y 14.000 personas empleadas, con muy buenas remuneraciones. Una escasez de oferta de trabajo, que es la única limitante de un mayor desarrollo del sector. Todo está dado para un crecimiento exponencial de esta nueva actividad.

Sabemos que vivimos en la era del conocimiento. Esta se basa en el ser humano preparado, es decir que abre un campo insospechado al desarrollo de las personas y concreta posibilidades laborales no imaginadas hace treinta años. Pasó la etapa en la que la posesión de materias primas era la base de la prosperidad, también la de la manufactura y la de la posesión de capital. Todas estas actividades se mantienen, por supuesto, tremendamente potenciadas por las nuevas técnicas, pero lo que se hace realidad en el mundo es la aplicación del conocimiento a todas, absolutamente todas las demás. La dimensión liberadora de estas disciplinas es inimaginable.

Tomemos como ejemplo el tema del trabajo a distancia. Con una suficiente conectividad, el trabajo individual y aun grupal, no tiene por qué fijarse en una ubicación determinada. Se puede ejercer -en los hechos ya es así- desde una parte del mundo a la otra, desde Tacuarembó para una empresa que está en Montevideo. El estar “en línea”, en la urdimbre de las redes, achica el mundo, multiplica las potencialidades. Para este tipo de actividad remunerada, en nuestro país o en el mundo, no hay límites en el empleo de técnicos. Claro está, en este como en tantos temas, volvemos a la base: un sistema educativo moderno, atractivo, adecuado a los tiempos. También una contratación laboral que reconozca los cambios en la relación entre empresa y sus empleados o en las empresas, pues el trabajador libre, desde su casa, puede multiplicar sus vínculos, ser retribuido por horas o ser a su vez una empresa.

El muro conservador, en nuestro país, es muy firme y sólido. No hay peor enfermedad para una sociedad que el temor a lo nuevo, el desconfiar de las nuevas técnicas, el no acompasarse a una realidad mundial que otorga oportunidades de desarrollo personal en forma no imaginada hace pocos años.

Álvaro, en la grabación que acabamos de escuchar, nos deja un verdadero testamento de optimismo humano y nacional. Dice a miles de jóvenes que hay un futuro mejor, una libertad de acción que está al alcance de quien la quiera aprovechar. Una vez más es la educación el tema central. Una educación que afirme valores y que transmita destrezas, las que son hoy requeridas, las de las ciencias. Estos conocimientos son aplicables a todas las actividades.

Desde el agro, hasta la más sofisticada industria pasando por los servicios, todo se hace mejor, más rápido, con mayor precisión aplicando las tecnologías del conocimiento. Los drones, esos ubicuos ojos aéreos que todos podemos manejar, nos indicarán dónde hay que fertilizar y dónde no, cuánto se aprovechó de una lluvia y por lo tanto dónde comenzar la cosecha. Desde ahí hasta el cielo, que es el único límite que admiten estas nuevas fronteras.

Un Uruguay posible, apenas se superen las barreras de la ignorancia y el conservadurismo enfermizo que domina a alguno de los sectores de la conducción nacional, tanto en lo político como en lo sindical y empresarial y laboral. Esa es la lección de personas como Álvaro Lamé. El mejor homenaje a su memoria es abrir las puertas a ese futuro que está al alcance de la mano. Posibilitar que a él puedan acceder todos, por el camino magnífico de la excelencia. Un país con algo más de tres millones de habitantes o es excelente o no sobrevive. Dependemos del factor humano, bien formado en valores y conocedor de lo más moderno en materia de producción, en todos los rubros. Así será o no seremos nada.

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Luis Alberto Lacalle

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