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Universidades pedagógicas

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El gobierno no está sabiendo aprovechar el amplio consenso que existe a favor de crear una formación docente de nivel universitario. En lugar de apoyarse en ese acuerdo para impulsar un proyecto innovador y realizable, comete graves errores estratégicos e incurre en algunas confusiones conceptuales que amenazan con volver a empantanar la propuesta.

El gobierno no está sabiendo aprovechar el amplio consenso que existe a favor de crear una formación docente de nivel universitario. En lugar de apoyarse en ese acuerdo para impulsar un proyecto innovador y realizable, comete graves errores estratégicos e incurre en algunas confusiones conceptuales que amenazan con volver a empantanar la propuesta.

El error estratégico más grave consiste en no proponer un proyecto de mejora académica bien diseñado, que nos asegure que efectivamente estaremos dando nivel universitario a la formación docente en lugar de colgarle ese cartel a un zurcido institucional que no merece ese nombre. Mientras no exista un proyecto de mejora con plazos, estrategias y métodos de acreditación bien pensados, acompañar esta iniciativa será un acto de irresponsabilidad.

Entre las confusiones conceptuales más serias está la de creer que la única manera de dar nivel universitario a la formación docente consiste en crear una universidad específicamente dedicada a esa tarea. No es así como manejan el tema los países que obtienen mejores logros educativos. En casi todos esos lugares, los futuros docentes se forman del mismo modo que se forman los médicos y los abogados, es decir, en universidades que dictan una gran diversidad de carreras.

Una universidad exclusivamente dedicada a formar docentes es casi tan rara como una universidad exclusivamente dedicada a formar odontólogos. Y el problema es el mismo en ambos casos: no es buena idea dejar a los docentes y estudiantes de una carrera específica en una situación de aislamiento respecto del conjunto de la vida universitaria.

Por cierto, al insistir en la idea de una Universidad de la Educación nuestro gobierno no está inventando nada. La tradición de las universidades pedagógicas existe desde hace más de un siglo. Pero hay dos cosas que decir al respecto.

La primera es que se trata de una idea casi exclusivamente latinoamericana, que tiene como lejano padre fundador a Sarmiento. Las universidades pedagógicas existen en unos cuantos países de América Latina pero son muy poco frecuentes en el resto del planeta.

Lo segundo que hay que decir es que se trata de un modelo poco exitoso. Allí donde existen, las universidades pedagógicas son las cenicientas de los sistemas universitarios locales. Sus profesores suelen ser considerados “universitarios de segunda” por los profesores del sistema universitario tradicional, y lo mismo ocurre entre los estudiantes. En consecuencia, lejos de servir para dignificar la profesión docente, las universidades pedagógicas tienden a ahondar su desprestigio.

Esta falta de reconocimiento, junto con los estrechos horizontes de mejora que visualizan sus docentes y egresados, suelen convertir a las universidades pedagógicas en instituciones muy conflictivas y enormemente ideologizadas que, lejos de contribuir a la mejora de los sistemas educativos en los que están insertas, agregan una cuota suplementaria de crispación y de bloqueo.

Dar carácter universitario a la formación docente es una medida necesaria, que traería muchos beneficios para los propios docentes, para sus formadores y para los futuros alumnos de la educación formal. Pero crear una Universidad de la Educación no contribuirá a dignificar la profesión docente y traerá problemas nuevos. El objetivo es válido, pero hay mejores maneras de alcanzarlo.

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Pablo Da Silveira

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