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Trump y nosotros

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Desde el discurso inaugural, Donald Trump no ha parado de generar titulares en todos los medios de prensa del mundo. El muro, el ingreso a EE. UU., los inmigrantes, el proteccionismo comercial, son todos temas muy preocupantes para los que nos sentimos parte de la comunidad global. Sin embargo, a la hora de analizar el potencial impacto concreto sobre la economía de Uruguay, lo que hoy más me preocupa es algo sobre lo que se está hablando menos.

Desde el discurso inaugural, Donald Trump no ha parado de generar titulares en todos los medios de prensa del mundo. El muro, el ingreso a EE. UU., los inmigrantes, el proteccionismo comercial, son todos temas muy preocupantes para los que nos sentimos parte de la comunidad global. Sin embargo, a la hora de analizar el potencial impacto concreto sobre la economía de Uruguay, lo que hoy más me preocupa es algo sobre lo que se está hablando menos.

El “efecto Trump” que nos pega más duro viene por el lado financiero.

Las reducciones prometidas de impuestos y el megaplan de infraestructura anunciado van a impulsar el crecimiento de la economía de EE. UU., que hoy se encuentra con niveles mínimos de desempleo. Con la inflación cerca del objetivo del gobierno, todo indica que la Reserva Federal va a subir varias veces las tasas de interés a lo largo del año. Al mismo tiempo, una mayor demanda de fondos para invertir en EE. UU. naturalmente va a presionar a un aumento de costo del capital, o sea, la tasa de interés. Todo lo anterior es anticipado por los mercados y los bonos del tesoro de EE. UU. a diez años ya aumentaron más de un punto el retorno desde noviembre.

Las proyecciones de crecimiento de la actividad por parte de organismos y bancos internacionales tomaron nota de este fenómeno y mejoraron las perspectivas para EE. UU. Lamentablemente, al mismo tiempo, redujeron las perspectivas para las economías emergentes. La suba de las tasas de interés en EE. UU. no solo encarece el acceso al crédito externo para las economías emergentes sino que se lleva a la inversión internacional. No hay misterio, los inversores buscan retorno.

El retorno a la inversión en EE. UU. era casi nulo en los últimos ocho años, lo que en buena medida explicó los ingresos récord de capitales que impulsaron el crecimiento en las economías emergentes. Pero, desde que ganó Trump, el retorno de invertir en EE. UU. subió un punto porcentual, que es mucho. Si no lo cree así, pregúntele a un empresario cuántas noches de insomnio le cuesta un punto de rentabilidad neta en nuestro país..

Seamos conscientes de que el boom de inversión -motor esencial del crecimiento económico- de los últimos 13 años fue financiado en gran parte desde el exterior.

La inversión extranjera en relación al tamaño de la economía se multiplicó por cinco si comparamos los registros observados en promedio entre 2004 y 2016 con los observados los 13 años anteriores.

Estas inversiones no solo han sido responsables del desarrollo de la producción agrícola, forestal y eólica, sino que su impacto se ha derramado por el resto de los sectores económicos del país. Sin duda que en el nuevo contexto internacional nos va a costar más atraer inversores del exterior. El problema es aún más serio porque un mayor retorno a la inversión en EE. UU. también le pega a nuestros vecinos.

Menores ingresos de capitales hacia Brasil y Argentina nos afectan de carambola. Las perspectivas de crecimiento en Argentina y Brasil son hoy menores a lo que eran antes de noviembre, lo que repercute negativamente en Uruguay.

Lo positivo es que en materia financiera este cambio en el contexto internacional nos agarra bien parados. El sector público cuenta con recursos líquidos para enfrentar los vencimientos de deuda de corto plazo, en el caso de que no fuera posible acceder al refinanciamiento a tasas razonables en los mercados internacionales. Tenemos un colchón de reservas internacionales excedentes, una vez descontados los depósitos del sistema financiero en el BCU y el potencial servicio de deuda de corto plazo.

También tenemos una línea de créditos a tasas muy bajas ya aprobada con organismos multilaterales, contingente, justamente, a la ocurrencia de turbulencias financieras internacionales que nos compliquen el acceso a los mercados. A su vez, el sistema financiero se encuentra sólido, cuenta con elevados niveles de liquidez, bajos niveles de morosidad y una capitalización muy por encima de lo requerido por una regulación alineada a los estándares más exigentes a nivel internacional.

El gran desafío que tenemos es el de potenciar el crecimiento de la economía cuando es más difícil ser atractivos para la inversión internacional.

Es esencial que todos entendamos el partido que estamos jugando. Tenemos que mordernos la lengua para evitar el recurrente cuestionamiento de los beneficios tributarios que tiene la inversión extranjera. Entendemos que pueda irritar la piel el hecho de que tengan un tratamiento tributario más beneficioso que las inversiones locales. Puede ser injusto, sí, pero es beneficioso para el país y ahora más que nunca. Es tentador soñar que existe un monto disponible de recursos -el “gasto tributario”- para financiar un necesario incremento en los recursos destinados a la educación, pero la realidad es que ese monto no existe.

Pensar en aumentar los impuestos a la inversión internacional en el contexto actual sería un suicidio. Debemos hacer todo lo contrario.

Así sería bueno, por ejemplo, que un nuevo decreto extendiera los beneficios transitorios de la ley de inversiones hasta fines de 2017. Recordemos que a fines de 2015 se introdujo un beneficio extra a las inversiones que se presentaran en 2016. Se ofreció un beneficio adicional de 10% sobre el puntaje obtenido del plan de inversión, siempre que el 75% de la inversión se ejecutara en el bienio 2016-17, y se le sumaba un 20% al monto invertido a los efectos de la exoneración del IRAE.

Desde mediados de los 90 que no estábamos tan baratos con respecto a Argentina. Al mismo tiempo, acertadamente, mantuvimos los beneficios que se implementaron para atraer turistas en momentos en que la paridad cambiaria con Argentina nos jugaba en contra; como fue la devolución del IVA a los pagos con tarjeta de crédito.

Como resultado, la clase media argentina llegó en masa a nuestras costas, cuando las playas de Brasil están bastante más baratas que las nuestras. No hay misterio. Los turistas así como los inversores van hacia donde les conviene.

El contexto externo está complicado. Tenemos que poder leerlo, entender bien dónde nos afecta y tomar las medidas necesarias para minimizar el impacto negativo. Hay que evitar cualquier ruido que afecte a la inversión internacional en la discusión de la Rendición de Cuentas. El horno no está para bollos.

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Ignacio Munyo

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