Es poco probable que ocurra, pero las autoridades educativas deberían pararse delante de todos los uruguayos y pedir tres veces perdón.
Es poco probable que ocurra, pero las autoridades educativas deberían pararse delante de todos los uruguayos y pedir tres veces perdón.
En primer lugar, deberían pedirnos perdón por el espectáculo obsceno que dieron el martes pasado, en el momento en que presentaban los últimos resultados de las pruebas PISA. Los datos que se divulgaron ese día parecían mostrar mejoras en dos de las tres pruebas y deterioro en una. Todo era muy mínimo, pero esos números fueron exhibidos con alborozo. El presidente del Codicen, profesor Wilson Netto, habló de “cambios sustantivos”, de “mejores resultados históricos”, de “un trabajo que viene dando resultado” y de motivos para el optimismo.
¿Qué era exactamente lo que estaba festejando Netto? Que Uruguay había quedado en el puesto 47 en 70, lo que significa que dos tercios de los países participantes en PISA tienen resultados mejores que los nuestros. Que una larga mayoría absoluta de los uruguayos de 15 años (si sumamos los que no alcanzan el nivel de suficiencia en las pruebas más los que dejaron de estudiar) no están aprendiendo lo necesario para tener mínimas oportunidades en la vida. Que supuestamente estábamos mejorando, pero a un ritmo tan lento que nos llevaría 57 años alcanzar el promedio de los países de la OCDE en ciencias, 224 años alcanzarlo en lectura y nunca lo alcanzaríamos en matemáticas.
Festejar semejantes resultados era una apabullante demostración de mediocridad y de insensibilidad social. Pero lo peor estaba por venir. Pocas horas después, el ex Director Ejecutivo del Instituto Nacional de Evaluación Educativa, Pedro Ravela, demostró que las autoridades se habían apurado tanto en salir a festejar, que no habían terminado de leer el informe. Y si uno lo leía hasta el final, todo cambiaba.
Los organizadores de PISA introdujeron algunos cambios metodológicos en la última edición de la prueba. Esos cambios no tienen ningún impacto significativo en la gran mayoría de los casos, pero afectan los resultados de unos pocos países entre los que está Uruguay. De modo que hay que recalcular. Y cuando se observan las cifras ajustadas que presenta la propia PISA, resulta que las ínfimas mejoras festejadas por las autoridades dejan de existir.
Lo que ocurrió no es un error técnico de PISA (que en su informe aporta todos los elementos), ni un problema que surja del modo en que se aplicó la prueba en Uruguay. Es una consecuencia del impresentable apuro por salir a buscar réditos políticos.
De modo que las autoridades educativas deberían pedir perdón por haber salido a festejar resultados que, aun en el caso de ser ciertos, no merecían ninguna celebración, y deberían pedir perdón una segunda vez por no haber hecho lo mínimo que debían hacer: asegurarse de haber entendido los números antes de presentarlos en público.
Pero, sobre todo, deberían pedir perdón al país entero porque, a 12 años de haber llegado el Frente Amplio al gobierno, con miles de millones de dólares gastados, una Ley de Educación hecha a medida y mayoría parlamentaria propia, no tienen ningún resultado valioso que mostrar. Hasta tal punto no hay ninguna clase de mejora que alguno se animó a decir que, al menos, los últimos datos sugieren que hemos dejado de empeorar.
Estamos en presencia del fracaso más caro y rotundo de la historia de nuestra enseñanza. Pero parece que nadie va a pedir perdón.