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Todos menos uno

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La declaración firmada el domingo de noche por el gobierno y las organizaciones sindicales se parece mucho a una rendición incondicional. El gobierno se compromete a levantar la esencialidad que él mismo había decretado y que nunca llegó a aplicar. Los sindicatos no se comprometen a nada. Hay una frase que dice que las clases se retomarán normalmente el martes (o sea, hoy), pero no se trata de un compromiso sino apenas de una afirmación de hecho. Y, para peor, de una afirmación que resultó ser falsa.

La declaración firmada el domingo de noche por el gobierno y las organizaciones sindicales se parece mucho a una rendición incondicional. El gobierno se compromete a levantar la esencialidad que él mismo había decretado y que nunca llegó a aplicar. Los sindicatos no se comprometen a nada. Hay una frase que dice que las clases se retomarán normalmente el martes (o sea, hoy), pero no se trata de un compromiso sino apenas de una afirmación de hecho. Y, para peor, de una afirmación que resultó ser falsa.

Esta historia está lejos de haber terminado, de modo que no hay que apurarse a hacer balances definitivos. Pero hay algo que ya está claro, y es que hay aquí ganadores y perdedores. También está claro que los únicos que han ganado son los sindicatos de la enseñanza.

Los sindicatos ganaron, en primer lugar, porque recuperaron una capacidad de movilización que estaban perdiendo. En los días previos a la declaración de esencialidad, la dirigencia sindical estaba preocupada por el bajo nivel de acatamiento a los paros. Horas después, había miles de personas en la calle.

Los sindicatos también ganaron la pulseada por el poder. Desacataron la declaración de esencialidad y no pasó nada. Pusieron al gobierno a la defensiva y lo dividieron. También mostraron que conservan intacto el poder de veto que lograron en estos años: en la enseñanza no pasa nada que ellos no quieran que pase. Su poder es mayor que el de los representantes de los ciudadanos.

Fuera de eso, perdimos todos. Perdió duramente el presidente Vázquez, que dejó una imagen de soledad política y de torpeza en el ejercicio de la autoridad. Algunos quisieron ver en sus actos alguna genial maniobra estratégica, pero a esta altura es evidente que todo se redujo a un gigantesco error de cálculo. Esto es muy grave para sus intereses, porque uno de los atributos que casi todos le reconocían era que “sabía mandar”. No pocos uruguayos volvieron a dar su voto al Frente Amplio porque el candidato era Vázquez. Con él iba a volver un gobierno ordenado. Era él quien “traía certezas”.

Hoy Vázquez corre el riesgo de quedar en la historia como el presidente que entregó definitivamente la enseñanza a las corporaciones. Primero, porque en su anterior gobierno cometió el error de impulsar una Ley de Educación que desbalanceaba la distribución del poder en perjuicio de los ciudadanos. Y ahora porque cometió el error de buscar un choque frontal que no estaba en condiciones de resistir. Tratando de enderezar su primer error, no hizo más que empeorarlo.

También perdieron en este episodio el gobierno y el Frente Amplio. La ministra Muñoz sale terriblemente dañada. Muchos otros ministros y jerarcas (en particular los de ANEP) están tan desacomodados que parecen haber pasado a la clandestinidad. El Frente Amplio, por su parte, dejó más a la vista que nunca sus profundas fisuras internas.

Pero los que más perdieron son los alumnos, sus familias y, en general, los ciudadanos. Tras este episodio, es muy probable que pasemos otros cuatro años sin que se produzcan los cambios que nuestra educación necesita. Difícilmente el gobierno vuelva a correr el riesgo de romperse los dientes.

Si bien los sindicatos son portadores de reivindicaciones legítimas, son también la fuerza más reaccionaria que existe en nuestra enseñanza. Simplemente no quieren cambios. Y hoy están más fuertes que nunca. 

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Pablo Da Silveira

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