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Los tiempos que vendrán

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En 1992 Francis Fukuyama con la publicación de “El fin de la historia y el último hombre” sacudió el ambiente intelectual internacional anunciando que luego del colapso del comunismo soviético, la historia del siglo XX, centrada en el enfrentamiento político, social y cultural de opuestas ideologías, debía considerarse concluida.

En 1992 Francis Fukuyama con la publicación de “El fin de la historia y el último hombre” sacudió el ambiente intelectual internacional anunciando que luego del colapso del comunismo soviético, la historia del siglo XX, centrada en el enfrentamiento político, social y cultural de opuestas ideologías, debía considerarse concluida.

La proseguiría una renovada civilización, que superando una convivencia angustiosa, la sustituiría por la dupla democracia liberal-economía de mercado. Este diferido final clausuraría una lucha ideológica apocalíptica que había deformado durante casi un siglo la vida del hombre, amenazado su misma supervivencia.

Pasado un cuarto de siglo de su formulación, este provocador planteo, resultó en general confirmado, no porque la historia haya concluido en un plácido estado, al estilo del Mundo Feliz de Aldous Huxley, sino porque ni la democracia, pese a sus flaquezas, ni la economía de mercado, en sus variadas versiones, encontraron durante el lapso, alternativas que cuestionaran sus fundamentos. Por ello bien puede afirmarse que si la historia sólo concluirá con el fin de la humanidad, lo cierto es que no se desarrolló por una senda revolucionaria, algo que parecía probable al finalizar la segunda guerra.

Los hechos son conocidos. Luego de la muerte de Carlos Marx en 1883 el socialismo, como rival indiscutido del capitalismo, emergió gradualmente en Europa, una tendencia que se consolidó en 1917, cuando los revolucionarios soviéticos, derribando a los zares y estatizando la economía, impusieron el comunismo en sus dominios. El mismo régimen llegó a China en 1949, y una década más tarde a Cuba en una sostenida expansión salpicada de graves enfrentamientos militares como los de Corea y Vietnam.

Por su parte, parecidos objetivos se fijaron los más pacíficos socialdemócratas, también enfilados a una sociedad sin clases, por más que utilizando para ello estrategias democráticas. Ambos intentos finalizaron a fines de la década de los ochenta del siglo pasado, en el primer caso, mediante un colapso sistémico terminal y en el otro, luego de reiterados fracasos, con el abandono de su objetivo esencial: trascender el capitalismo, apenas sustituido en el caso socialdemócrata, por el estado de bienestar. Estos fracasos motivaron la obra de Fukuyama, que en lo esencial, los últimos años ratifican.

Sin embargo, pese, para muchos, a este prometedor desenlace, los augurios para el año que comienza no son los mejores. Terribles atentados en toda Europa y parte de Asia con matanzas indiscriminadas de civiles. Migraciones hacia Europa de centenares de miles de musulmanes, expulsados en condiciones infrahumanas. Guerras declaradas, o sin declarar, en Medio Oriente, con su secuela de devastaciones en Siria, Irak, Afganistán o estados fallidos como Libia. Eterno conflicto de Israel con el pueblo palestino y sus vecinos. Putin, pretendiendo reinstaurar las antiguas fronteras rusas. Irán y sus sueños teocráticos. El Kurdistán independentista en estado de guerra permanente con Irán, Turquía e Irak. Estados Unidos protegiendo sus intereses con fallos políticos imperdonables, como los de George Bush y sus invasiones. Chiítas y sunitas, alentados respectivamente por Irán y Arabia, prestos a trenzarse en una disputa política, teológica-territorial. El estado islámico, califato mediante, reivindicando la expansión del siglo VII en la perenne ilusión de un estado universal. Al Qaeda bloqueada pero no extinta. Notorias tensiones entre India y Pakistán, sempiternos enemigos. Sin considerar otras zonas del mundo, como África o América latina, se podría continuar con este resumen, bastaría acercarle el lente para seguir descubriendo conflictos y protagonistas (Hamas, Al Nusra, Hezbollah).

Sin duda Fukuyama no previó que este complejo diseño, tan plagado de dificultades, sería el que nos esperaría en la segunda década del nuevo siglo. Más cerca de predecirlo estuvo su maestro Samuel Huntington, al adelantar en 1993 un áspero futuro, dominado por choques de civilizaciones, que enfrentarían a Occidente con el mundo musulmán. Tal como efectivamente ocurrió a partir de fines de los noventa. Por su lado Europa y los Estados Unidos tampoco se ajustaron a las optimistas visiones anticipadas por Fukuyama.

Limitados por un pobre desarrollo económico, atacados por el desorden financiero internacional y desafiados por el terrorismo, alcanzan el nuevo año indecisas y angustiadas. Europa, lo hace, conmovida por la decisión inglesa de separarse de la Unión europea, acosada por sus derechas xenófobas e incapaz de adaptarse a la inmigración islámica. Los estadounidenses, optando por Donald Trump, en un improbable retorno a la década del cincuenta. Los dos rodeados de densa incertidumbre con la que contaminan al mundo.

Ahora sabemos que lo que Fukuyama no previó, fue que el nacionalismo, pese a la derrota de su envoltura fascista -una forma extrema del mismo-, terminaría por ganar la partida.

Donald Trump, el Brexit, los neopopulismos europeos y las guerras del Oriente Medio, incluyendo al terrorismo, obedecen, en su esencia a un mismo factor: la revitalización de los nacionalismos (incluyendo su variedad religiosa), profundizada por la globalización en curso. Durante gran parte del siglo XX los fenómenos políticos se concibieron, incluso por parte de muchos liberales, como generados por su base económica; manejarla mediante un socialismo generalizado en el mundo era, para esa visión, la forma de superar sus contradicciones, incluyendo los conflictos nacionales. Ello condujo, tanto en Asia como en Europa, al estado totalitario.

El nacionalismo, como su alternativa, incurre en el pecado inverso. En tanto hace predominar los intereses de las naciones y desconfía de toda coordinación entre ellas, incluyendo la derivada de la globalización, termina conformando un mundo caótico donde se imponen las relaciones de poder, libres de cualquier regulación internacional. Tal como si paz y justicia nos estuvieran vedadas.

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Hebert Gatto

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