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La tarea del político

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La tarea política generalmente es depositaria de enojo y críticas, por un lado, y de gran ilusión por otro. Con frecuencia se pone en duda la capacidad de los políticos para enfrentar los problemas reales del país. Hoy hay gente de cada Partido que está desconforme con la actuación de su Partido.

La tarea política generalmente es depositaria de enojo y críticas, por un lado, y de gran ilusión por otro. Con frecuencia se pone en duda la capacidad de los políticos para enfrentar los problemas reales del país. Hoy hay gente de cada Partido que está desconforme con la actuación de su Partido.

El político de primera línea sabe lo que hay que hacer, sabe lo que él quiere para el país, pero, además -y esto es lo que caracteriza a un dirigente de nivel y lo hace tan necesario en la sociedad-, sabe que tiene sobre sus espaldas la insustituible y específica tarea de convencer a la sociedad (o a una parte sustancial de ella) respecto a dos cosas. Primero: que los males que la aquejan son los que él denuncia. Segundo: que él y su Partido tienen capacidad para esa tarea. Esa tarea no es tanto tener noción clara de los problemas de la Patria (para eso se requiere información sólida más que dotes singulares) sino la capacidad de conseguir el respaldo social y político para llevar adelante las medidas apropiadas.

El Uruguay va mal y todo el mundo lo ve, aún aquellos que no pueden reconocerlo porque están muy comprometidos con el fracaso. El asunto para el país es discernir quién pueda tener la capacidad de convencer a los uruguayos que conviene cambiar la pisada, que es posible hacerlo y que los beneficios esperados son mayores que el sacrificio requerido (porque tendrá un precio). En otras palabras, gobernar no está tanto en tener las soluciones cuanto en tener respaldo; es generar una disposición en la gente que permita hacer lo que hay que hacer. En un país chico la economía se mueve por impulsos y frenos de afuera, lejos de las potestades del gobierno: lo que se puede modificar es la cabeza de la gente.

El político es el que sabe no sólo lo que el Uruguay necesita, sino que entiende o percibe cuánto es capaz de aguantar en términos de cambio y transformación, y cómo hacer para que lo aguante. El gobernante puede tener muchos planes y muchos asesores, pero sólo podrá realizar aquello que la sociedad esté en disposición de que en el cuerpo social sea hecho. Por lo tanto, la tarea política por excelencia será crear esa disposición (que se crea por la palabra y por el ejemplo) y vincularla a una confianza en las capacidades de conducción de su equipo y su Partido. Gobernar no es traerle soluciones a la gente sino crear las condiciones de respaldo social para la aceptación e implementación de las medidas adecuadas.

El técnico sabe mucho de los problemas, ve las soluciones, pero no entiende siquiera que, siendo tan visibles los problemas y claras las soluciones, haya tanta dificultad y vacilación para encararlas. El político sabe que solo se puede hacer lo que el tejido social y cultural del país permite que sea hecho; el asunto no es mostrar muchos técnicos en su equipo sino muchos políticos de verdad con cuyo concurso generar condiciones para que la sociedad uruguaya -timorata, conservadora, apegada a los viejos versos, más egoísta y calculadora hoy que de costumbre- se anime a secundar una propuesta de soltar lo viejo y construir algo nuevo. El político exitoso es el que consigue hacer factible lo necesario y, además, sabe las graduaciones y conoce los pasos intermedios: para llegar al escalón diez hay que animarse primero a pasar del uno al dos, después todo sigue con fluidez. La política no es cualquier cosa.

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Juan Martín Posadas

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