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“Súper Mario” contra los fantasmas

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La polémica en torno a la “ley de Inclusión Financiera” permite calibrar dos de los grandes defectos que han tenido los gobiernos del Frente Amplio: insalubres dosis de mesianismo, y falta de comprensión del valor de la libertad.

La polémica en torno a la “ley de Inclusión Financiera” permite calibrar dos de los grandes defectos que han tenido los gobiernos del Frente Amplio: insalubres dosis de mesianismo, y falta de comprensión del valor de la libertad.

¿De que hablamos cuando decimos “mesianismo”? El diccionario lo define como una concepción ideológica que cree que todo se solucionará con la llegada de un salvador. En este caso se menciona en el sentido de un grupo de gente que cree que sus ideas son las puras, las modernas y necesarias. Pero, sobre todo, que piensa que todo lo que se hizo antes de su llegada al poder, y todo lo que plantea cualquiera que no es de “su palo”, es malo, retrógrado, en defensa de intereses perversos.

El autor hizo un experimento hace unos días en las redes. Planteó algunas críticas a la obligatoriedad de la norma, y la respuesta fue de manual mesiánico: “sos un troglodita, defendés a los ricos, buscás evadir impuestos”. Lindo argumento para mentarle a alguien que en esa semana tuvo que pagar 14 mil pesos extra de IRPF por el gran acto mercantilista de dar un curso en una Universidad.

Si en las redes esa es la respuesta esperada, no así con una figura como el presidente del Banco Central, Mario Bergara, que llegó a sostener que la postura del gobierno era la de “los buenos”, y que quienes se oponían al proyecto defendían a los “malos”. ¡Pa! Cuando uno ve a una persona mayor de 16 años sostener una versión tan simple, tan de historieta de la vida, tiende a sentir compasión. Cuando esa persona maneja la autoridad monetaria de su país, y tiene serias aspiraciones de ser presidente, la compasión pasa a tenerla con uno mismo.

Pero Bergara apeló a otro argumento bien mesiánico. Que la bancarización es el futuro y que quienes apuesten al efectivo en un mundo de monedas virtuales son anacrónicos. Aquí el jerarca apela a su conocida picardía. Porque lo que está sucediendo con el furor de las llamadas “criptomonedas” como el bitcoin, va justo en el otro sentido. Es dar más privacidad al usuario, a la vez que quitar poder a los Bancos Centrales, que ya no serían el emisor monopólico de dinero. O sea, si todos nos ponemos modernos y tecnológicos, Bergara se queda sin trabajo.

Pero en el fondo la discusión no es sobre temas monetarios, o del futuro del dinero. Se trata de ver si es legítimo que el Estado imponga a la gente una obligación extra a la hora de manejar su patrimonio. Una limitación a la libertad personal.

Parece mentira que en el año 2017, a más de 300 de la obra de Montesquieu, haya que explicarle a políticos y politólogos, a periodistas económicos, que quien ejerce el poder tiene una tendencia natural a abusar de él. Y que un estado de Derecho supone poner límites a las ambiciones de los burócratas, por más bien intencionadas que sean.

Ese límite es la libertad individual. Y para coartarla, el poder debe dar buenas razones, cosa que no ha hecho en este caso.

Por un lado, porque es obvio que nadie sabe mejor que la persona lo que le conviene, ni nadie puede igualar la capacidad del individuo de reaccionar antes los cambios políticos, económicos y tecnológicos. Por eso fracasó la planificación central, aunque algunos no terminen de aceptarlo.

Pero, además, el apostar a la libertad va más allá de que eso sea la receta más exitosa de la historia. Es un tema de quién tiene derecho a equivocarse. Si alguien toma decisiones erradas con su vida, con su dinero, será él el único responsable, y tendrá que apechugar las consecuencias. Si el error es producto de la imposición de otro, la calentura es mil veces mayor, y las consecuencias en la convivencia, mucho más graves.

Es de ahí que nace nada menos que la democracia. ¿Alguien cree que del voto mayoritario surgen necesariamente los mejores gobiernos? Bush, Trump, hasta Mujica, son clara evidencia de que eso no es así. Ya lo dijo Tabaré, “las mayorías no siempre tienen razón”. Pero cuando un gobierno es elegido libremente por una mayoría de los ciudadanos, tiene legitimidad única para gobernar. Y quienes no lo comparten no tienen más remedio que bancárselo, o en todo caso salir a tratar de convencer a mucha gente de votar otra cosa. Nada más. Nada menos.

Pero volvamos al trillo. Acá hay, sobre todo, también un tema de honestidad. Los impulsores de esta ley la vendieron diciendo que era una “inclusión”, que se busca aumentar derechos al permitir el acceso al mercado formal de créditos a gente de bajos recursos. Suerte en pila con eso. Pero si a la primera crítica, el argumento de sus impulsores es acusar al opositor de evasor, parece claro que el fin de la misma es recaudar, no dar más derechos a nadie. ¿Por qué entonces no se dijo eso desde un principio? ¿Por qué no se es claro con la ciudadanía y se la trata como al niño al que hay que mentirle “por su propio bien”?

Ojo. En las historietas, los que mienten suelen ser los malos, no los superhéroes.

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Martín Aguirre

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