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Subsidiar suicidios

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Nuestros gobernantes no han dado muestras de creatividad a la hora de mejorar la educación pública, el principal debe del país desde el entierro de la reforma Rama. Pero su ingenio es exquisito cuando se trata de inventar impuestos.

Nuestros gobernantes no han dado muestras de creatividad a la hora de mejorar la educación pública, el principal debe del país desde el entierro de la reforma Rama. Pero su ingenio es exquisito cuando se trata de inventar impuestos.

Siempre aparece algún rubro ignoto donde echar mano para poder gastar. A los papás no nos gusta decir que no a nuestros hijos, aun cuando sus demandas sean desmedidas. Al Estado prebendario tampoco. ¿Cómo le va a fallar a sus empresarios y sindicatos amigos?
Entonces, como un pájaro libre, sale a la caza de algún pesito más para seguir tapando como pueda los tremendos agujeros de las cuentas públicas, siempre intentando que el objetivo depredado parezca lo bastante antipático como para merecerlo. El uruguayo medio, paladín del pensamiento mágico, lo festeja como otro maracanazo: que se embromen los juegos de azar, que son un vicio social. Que se molesten los exportadores de los países vecinos si les encajamos la eufemística tasa consular. Que paguen más los que tienen más, dicen, sin darse cuenta de que el encarecimiento de los productos importados repercutirá directamente en la capacidad de compra del trabajador, y sin tomar conciencia de que un cupón de cinco de oro más oneroso podrá menguar su consumo y con ello, perjudicar a miles de pequeños comerciantes y sus empleados.

Al mismo tiempo, el Estado empieza a desayunarse de algunos subsidios inexplicables que vienen desde el fondo de la historia. Resulta que los contribuyentes estamos subvencionando las carreras de caballos, la producción cuasi monopólica de cerveza y ahora también el experimento de Soros y Mujica, con el que dicen que vamos a derrotar al narcotráfico.

Ironías de la idiosincrasia yorugua: si un organismo sanitario realiza una campaña de promoción de salud a través de piezas audiovisuales, paga IVA. Pero si una persona compra cannabis en la farmacia, para hacerse daño, se beneficia con la exoneración de ese tributo.

Hoy los legisladores oficialistas hablan de abatir el subsidio a la cerveza, no porque sea un contrasentido estúpido que el Estado estimule la producción de una bebida alcohólica, sino porque así sacará algún níquel más del fondo de la lata. Y los perjudicados, obviamente, protestan por un cambio en las reglas del juego que afectaría su permanencia en el país.

Así estamos: en este país alcanza con manejar una empresa poderosa o integrar un sindicato peleador, para que tu voz se escuche: lo peor que te puede pasar es ser un mero contribuyente de a pie. Seguro que te tocará pagar los platos rotos.

Y paralelamente, allí donde habría que impulsar políticas de subsidio decididas y enérgicas, como en la difusión de textos literarios y de estudio, aparecen los mismos genios legislando para que los escritores cedan gratuitamente sus derechos de autor. De destinar recursos del Estado para comprar sus obras, como correspondería, ni hablamos.

Me pregunto si en este Uruguay que están heredando nuestros desafortunados hijos, este país cada vez menos republicano, de empresarios prebendarios acostumbrados a negociar ventajitas, de gobernantes que compran votos cediendo a las demandas corporativas y haciendo asistencialismo, no ha llegado el momento de un sinceramiento que una a los políticos de buena voluntad de los distintos partidos.

De lo contrario, en algo se empieza a parecer la cultura uruguaya a los héroes homéricos: en que va a la muerte con los ojos abiertos.

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Álvaro Ahunchain

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