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Los sicofantes del Dr. De León

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La propuesta del Dr. Walter de León, diputado del MPP, de premiar suculentamente a los viajeros de UBER que se “arrepientan” en el medio del viaje, causó sorpresa, luego hilaridad. No negaré que yo también me divertí un poco, pero en estos tiempos de noche y niebla moral, cultural y cívica, el pensamiento del Dr. De León refleja una metodología política profundamente arraigada en los regímenes con los que su partido se identifica: la delación, esa culpa que según Borges no es “visitada por ninguna virtud”.

La propuesta del Dr. Walter de León, diputado del MPP, de premiar suculentamente a los viajeros de UBER que se “arrepientan” en el medio del viaje, causó sorpresa, luego hilaridad. No negaré que yo también me divertí un poco, pero en estos tiempos de noche y niebla moral, cultural y cívica, el pensamiento del Dr. De León refleja una metodología política profundamente arraigada en los regímenes con los que su partido se identifica: la delación, esa culpa que según Borges no es “visitada por ninguna virtud”.

“La delación comporta casi siempre indefensión moral y jurídica para el denunciado, y va siempre asociada a la idea de recompensa. Su existencia es necesaria para que el delator actúe”, dice María Victoria Escribano.

Obviaré al delator trágico encarnado en Judas, replicado por innumerables personajes de la realidad y la literatura, y optaré por el miserable anónimo.

En la Atenas clásica era tarea del ciudadano denunciar los delitos, aunque éste podría ser sometido a severas multas si no lograba el apoyo de al menos la quinta parte de los jueces. Aun así el régimen fue pervertido por la proliferación de los sicofantes, individuos que por puro afán de lucro, venganza o malevolencia practicaban la denuncia. Isócrates dice que los ricos eran sus víctimas preferidas, dispuestos a pagar una extorsión antes que verse sometidos al escarnio público. Demóstenes los censuró llamándolos “perros del pueblo que resultan más feroces que la pieza que pretenden cazar”.

En la Roma decadente del siglo IV, “era un procedimiento político para dirimir rivalidades, eliminar enemigos, acelerar carreras en la administración imperial, obtener ‘premios’ o apropiarse de bienes codiciados y ampliar el patrimonio”. (Escribano)

En la Serenísima República de Venecia (siglos IX al XVIII) existían en la fachada del Palacio Ducal los bocche di leone, buzones para denuncias anónimas.

En el siglo XX, la revolución rusa y la Unión Soviética mantuvieron el oprobioso modelo de represión zarista y le agregaron épica, como la creación del niño delator como héroe soviético. Pávlik Morózov fue el modelo. A los 13 años denunció a su padre, acusado de vender documentos a enemigos del Estado. El hombre fue ejecutado, pero la familia paterna asesinó al hijo. Aunque ni su existencia está siquiera probada, se convirtió en el protagonista de lecturas obligatorias para niños, canciones, piezas teatrales, un poema sinfónico, una ópera completa, seis biografías y una obra inconclusa de Serguéi Eisenstein (El prado de Bezhin, 1937).

Los nazis no innovaron. Frank McDonough en La Gestapo. Mito y realidad de la policía secreta de Hitler (Crítica, 2016) rompe con la imagen cinematográfica de la temida policía política de Hitler: “La Gestapo era una organización muy pequeña. En 1933 tenía 1.000 oficiales, que llegaron a 6.700 en 1937 y alcanzaron un máximo de 15.000 durante la Segunda Guerra Mundial”. Buena parte de sus miembros eran antiguos policías; la mitad de ellos continuaron en sus puestos luego de 1945.

Su terrible fama y su eficacia se asentaba en los “honestos” y comunes ciudadanos. “Tan solo el 15% de las detenciones provino de las actividades de vigilancia de la Gestapo, que fue utilizada por el público para resolver conflictos personales. Se denunciaba a amigos, a colegas del trabajo, a esposos y vecinos. De hecho, el 80% de las denuncias de la Gestapo provenían del sexo masculino, mientras que las mujeres constituyeron el 20%. Muchas personas denunciaron a otras por comentarios antinazis después de haber estado bebiendo en cervecerías y restaurantes”, explica McDonough. Los judíos, a lo largo de toda la Europa nazi, fueron los mayores perjudicados por esta infamia.

Tampoco la Stasi de la ex RDA innovó. Barbel Böhley y Wolf Biermann, dos artistas mimados por el régimen hasta que pasaron a la disidencia, revisaron sus enciclopédicos expedientes luego de la unificación. Según Biermann, las cuarenta personas dedicadas a seguirle, “ni siquiera habían dejado escapar las observaciones más nimias sobre mi vida amorosa”. A Böhley le produjo una sensación de banalidad e ironizó: “Esto me servirá para poner en práctica la higiene social que quiero crear en mis relaciones”.

La Guerra Civil española y la posguerra franquista fueron pródigas en denuncias anónimas. Helen Graham dice que la guerra “llevó la violencia a cada hogar. Y es que no había ya sitio seguro. Mucha gente, cuando constató que morían tantos en el caos inicial, pensó que si regresaba ‘a casa’ recuperaría la seguridad. Pero no fue así. La guerra fue tan sucia que se buscó al adversario incluso en su ámbito más íntimo”. Cuando Franco dictó la Ley de Responsabilidades Políticas, “decenas de miles de españoles respondieron positiva y, de forma entusiasta, a la invitación del régimen, y por muy diversas razones: (…) por convicción política, prejuicio social, oportunismo o miedo. Denunciaron a sus vecinos, conocidos, e incluso familiares, sin que se buscara o requiriera ninguna corroboración”.

Fidel Castro inventó uno de los más eficaces sistemas de delación: los comités de defensa de la revolución. Su actual página web los define así: “Nacimos el 28 de septiembre de 1960 y somos la célula del barrio que canaliza las necesidades del pueblo, para defender la obra que iniciaba la Revolución, mujeres, hombres, ancianos, estudiantes, trabajadores, campesinos, profesionales, intelectuales, jubilados o amas de casas”. En el discurso inaugural dijo Castro: .“…Vamos a implantar, frente a las campañas de agresiones del imperialismo, un sistema de vigilancia colectiva revolucionaria y que todo el mundo sepa quiénes y qué hace el que vive en la manzana…”. Pasaron los años y el 4 de abril de 1997 Fidel les advertía todavía: “No podemos permitir que la gente baje la guardia, hay que luchar contra las indisciplinas sociales”. Los CDR son aún el oído primero para la Policía Política. Cualquier opositor es vigilado por el Comité.

El cineasta polaco Andrzej Wajda dice: “Un sistema totalitario es doble. Por un lado lo rige todo, por el otro delega. Cada ciudadano posee un poder horrible sobre su vecino... cuando lo denuncia. Las razones que llevan a esa delación poco importan: lo que importa es que los vecinos se vigilen mutuamente”.

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Luciano Álvarez

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