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De enseñar se trata

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El sindicato Fenapes denunció hace unos días la abolición de la repetición liceal “encubierta”, a partir de una circular emitida por el Consejo de Educación Secundaria. Según el colectivo gremial, se dispone aplicar un plan piloto en ocho liceos del país.

El sindicato Fenapes denunció hace unos días la abolición de la repetición liceal “encubierta”, a partir de una circular emitida por el Consejo de Educación Secundaria. Según el colectivo gremial, se dispone aplicar un plan piloto en ocho liceos del país.

En esas instituciones, los docentes emplearán solo tres niveles de calificaciones: Satisfactorio, Muy bueno y Excelente. El texto señala que “en el caso de que los estudiantes no alcancen el nivel básico, los docentes diseñarán las estrategias didácticas y apoyaturas a implementar para lograr que puedan llegar a ese nivel en los tiempos que necesitan”.

Es verdad que el concepto de repetición está en debate: ¿hasta qué punto el hecho de volver a someter al estudiante al mismo proceso educativo (en el que ya ha fracasado) cambiará su respuesta? El problema está en la discrecionalidad ingenua con que se propone al docente ”diseñar estrategias y apoyaturas”, como si de él pudiera surgir una fórmula mágica para superar las carencias. ¿En qué tiempos? ¿Con qué metodología?

Otra expresión de la supuesta circular nos llena de perplejidad: pide a los profesores que tengan “capacidad de negociación” con los estudiantes, llevando a cabo “un trabajo más contextualizado y motivador”, tomando en cuenta sus intereses y problemáticas.

Últimamente se ha puesto de moda la especie de que el docente debe negociar con el estudiante, como si tuviera que convencerlo con alguna argucia retórica de las ventajas de adquirir conocimientos y valores. Es un prejuicio heredado del relativismo reinante. Supone que el rechazo al estudio es una opción tan válida como cualquier otra, reconociendo así a las poblaciones socioculturalmente vulnerables una capacidad de discernimiento que no tienen, porque carecen del conocimiento básico para ejercerla. No por nada uno de los tres pilares de la reforma valeriana, constructora del Uruguay moderno, es la obligatoriedad. Con el estudiante no hay nada que negociar. Podrán generarse estrategias para motivarlo, pero debemos entender (y el Estado antes que nadie) que educarse no es una opción sino una obligación, que la exigencia académica vale para todos, y más aún para aquellos muchachos de origen social desfavorecido.

En la misma línea de prejuicios, el expresidente Mujica declaró alguna vez que la educación falla “porque no estamos logrando seducir a los muchachos”. No hay nadie a quien debamos seducir. Solo debemos enseñar.

La ideología de moda dice combatir la injusticia social, pero, por el contrario, todo el tiempo está naturalizándola.

En octubre pasado, la titular del Mides, Marina Arismendi, explicitó la pelea cultural en que está su cartera, de un modo por demás claro: “si el niño no huele bien cuando yo lo llevo a la policlínica del barrio, lo tienen que atender igual. (…) Esa es la pelea cultural más dura que estamos dando en este momento: el aceptar y asumir que son mis semejantes”. En la superficie, parece una reflexión compartible: todos iguales. Pero si de verdad es esta la “batalla cultural” más importante del Mides amerita un cuestionamiento. Un ministerio que se define como de desarrollo social debería empezar por rebelarse a la evidencia de que hay niños que huelen mal, antes de aceptarla como un mero dato objetivo. Combatir la miseria en lugar de asumirla como inevitable. Negociar menos con la realidad y empezar a cambiarla.

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Álvaro Ahunchain

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