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Revolución

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JUAN MARTÍN POSADAS

En el campo uruguayo, de unos años a esta parte, ha ocurrido una verdadera revolución. Me refiero a un cambio fenomenal en relativamente poco tiempo. El cambio ha sido impresionante pero lo más llamativo es que ese fenómeno no ha sido recogido en los discursos políticos ni en los análisis partidarios. La revolución del campo a la que me refiero tiene dos nombres propios: forestación y agricultura de grano duro, sobre todo soja.

El campo como forma de vida y la producción agropecuaria como pilar tradicional de la riqueza de nuestro país han estado, desde siempre, muy presentes en la política porque forman parte del imaginario nacional. ¿Qué ha pasado ahora? ¿Falta atención o falta información? ¿No se sabe lo que está pasando o no se tiene nada para decir?

La forestación y la soja han cambiado completamente el campo uruguayo. El paisaje ya no es el mismo, la ecuación económica no es la misma. En un caso, la forestación, son 750.000 hectáreas y en el otro 450.000: no es tanta superficie pero el cambio es monumental.

El fenómeno aludido representa una inyección colosal de dinero, en su mayoría proveniente de fuera de fronteras. Ese dinero se vuelca en la compra de campos, en arrendamientos nunca soñados, en laboreo de tierras que nunca antes habían sentido la cosquilla del arado ni la sembradora, en importación de maquinaria y en la creación de nuevas habilidades. Eso es lo que estos dos factores producen directamente: traen consigo una rentabilidad por hectárea muy superior a los guarismos habituales de la explotación agropecuaria y forzaron la suba consiguiente del precio de los campos. Pero además, empujan en otras áreas, para alcanzar su punto óptimo ponen exigencias a otros sectores. Esos emprendimientos empujan, casi exigen, un desarrollo de los puertos, de las carreteras, del ferrocarril y, en general, de todo el sistema de transporte. Eso ya se está sintiendo. Pero, además, su dinamismo reclama la complementación industrial. La reclama y la habilita. En el caso de la forestación ya hay un primer paso industrial instalado (Botnia) y se preparan otros (aunque falta la fase final que es la producción de papel).

La forestación es una actividad reglada, donde el ordenamiento fue previo a la ejecución y, por ende, el crecimiento se desarrolla según cauces estudiados científicamente (categorización de suelos, etc.) y no ofrece otra sorpresa que la que estremece al uruguayo cuando ve algo que camina a todo vapor. La soja, en cambio, viene desarrollándose en una explosión más salvaje, menos estudiada en cuanto a repercusiones posteriores. Ese cultivo ha introducido un cambio económico-cultural de alcances aún conjeturales: el laboreo cero.

El Uruguay agropecuario, sobre el cual se trazaron tantas políticas, se escribieron tantos libros, se pidieron tantas refinanciaciones, se recitaron tantos versos y se pronunciaron tantos discursos, está cambiando rápido y mucho. Ninguno de los dos factores de cambio señalados arriba fue ideado o introducido desde adentro, desde el Uruguay (otro elemento a meditar políticamente). Pero están, se instalaron exitosamente y pueden sernos de gran significación. Para que ello sea así es importante que nos demos cuenta todos de lo que está pasando. No estoy abogando que el Estado o la política se metan en el proceso aspirando a dirigirlo. Estoy afirmando que el sistema político no puede no enterarse de algo que produce un cambio importante en un aspecto de la vida nacional tan relevante como es el campo.

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