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Reflexión y acción

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A lo que exprese un líder mundial seguido por mil doscientos millones de personas debe prestársele mucha atención.

A lo que exprese un líder mundial seguido por mil doscientos millones de personas debe prestársele mucha atención.

En su reciente Carta Encíclica, el papa Francisco abordó el tema ambiental planetario con precisión, claridad y valentía. Es un documento de más de cien páginas, en el que realiza un recorrido muy pertinente de cuáles son los problemas y también las causas de tanta inequidad social y deterioro planetario.

Para calibrar la seriedad del documento alcanza con enumerar lo que podríamos definir como sus diez ideas ejes: la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología; la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso; la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta; los peligros de la cultura del descarte; la propuesta de un nuevo estilo de vida; la grave responsabilidad de la política internacional y local en esta crisis; el sentido humano de la ecología; el valor propio de cada criatura; la convicción de que en el mundo todo está conectado, y la necesidad de debates sinceros y honestos sobre todos estos temas.

El hilo conductor del análisis de Francisco, sin duda es la conducta humana, que conduce a la toma de decisiones.

Subraya la importancia de aplicar el principio precautorio cuando existe peligro de daño ambiental grave o irreversible -aunque falte certeza científica absoluta o una comprobación indiscutible- porque permite proteger a los más débiles, e invierte el peso de la prueba. No significa oponerse a la innovación tecnológica sino a que el único argumento decisivo sea la rentabilidad.

Llega a algunas conclusiones que compartimos por su equilibrio y claridad, como cuando dice que la política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. “Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana”.

No elude temas económicos recientes muy espinosos y de gran impacto mundial, como la crisis financiera de 2007-2008. El documento enfatiza que era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía, más atenta a los principios éticos; y también para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no ocurrió así; lamentablemente “no hubo reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo”.

Luego de un detallado recorrido por los problemas ambientales actuales más serios, señala que muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen frustrarse, no solo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás.

Acierta la Encíclica cuando insiste en señalar la necesidad de que estos temas se discutan para establecer un nuevo camino civilizatorio enriquecido y consensuado. “Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente donde es difícil alcanzar consensos. Una vez más expreso que la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común”.

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Hernán Sorhuet Gelós

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