Publicidad

¿Quo vadis Democracia? (I)

Compartir esta noticia

En los próximos tres artículos me propongo abordar un tema ya comentado otras veces y nada original, pero que sí tiene de relativamente novedoso la forma en que va penetrando en la conciencia de la gente en muchos países, con realidades diferentes y perfiles ideológicos o culturales también distintos.

En los próximos tres artículos me propongo abordar un tema ya comentado otras veces y nada original, pero que sí tiene de relativamente novedoso la forma en que va penetrando en la conciencia de la gente en muchos países, con realidades diferentes y perfiles ideológicos o culturales también distintos.

El tema es la Democracia.

En el mundo contemporáneo, la mayoría de las sociedades viven en regímenes que son, o se denominan, democráticos y para ellas probablemente sea impensable plantearse otra cosa.

Sin embargo, la humanidad vivió la mayor parte de su historia total o mayoritariamente bajo otros sistemas y nada asegura que el futuro no diferirá del presente.

De hecho, si uno pone atención a lo que se dice y se escribe, desde los medios de comunicación a la Academia, los ruidos son pesadamente críticos y hasta pesimistas.

Algunos hablan de “recesión democrática” (Ted Piccone, investigador del Brookings Institute), otros de “luces amarillas” (politólogo Ignacio Zuasnábar) o de “Democratic Fatigue Syndrome” (David Van Reybrouck ), este último sostiene que “hay algo extraño con la democracia: todos parecen quererla pero nadie cree en ella”.

El último Latinobarómetro (2016), informa que “por cuarto año consecutivo el apoyo a la democracia (en Latinoamérica) no mejora, al registrar una baja de dos puntos porcentuales desde 2015, llegando al 54% en 2016”. “Al mismo tiempo, quienes se declaran indiferentes... llegan al 23%…” y los “que apoyan el autoritarismo alcanzan el 15%...”, estimando que, “el paciente está delicado, con algunas recaídas”. Esto representa un cambio importante de lo que arrojaban las mismas encuestas en el pasado, cuando las respuestas genéricas acerca de la Democracia eran abrumadoramente positivas. Importante, pero no sorprendente, en cuanto aquellas encuestas, tan favorables con respecto al concepto, revelaban mucho descontento al internarse en los componentes concretos de la Democracia (parlamento, partidos políticos… etc.)

Este es un tema del cual el Uruguay ya no puede pretenderse ajeno: la encuesta del Latinobarómetro arroja para nuestro país una caída de ocho puntos, alcanzando el nivel más bajo de apoyo a la Democracia en su historia reciente: 68%, (y no ha pasado tanto tiempo desde aquel acto del Obelisco, cuando Montevideo entero salió a la calle para reivindicar y defender a la Democracia).

Los síntomas del fenómeno son varios y se repiten, con variantes, en la mayoría de los países:

-Bajo ejercicio del derecho a voto donde no existe obligación de votar y creciente votación en blanco o anulada cuando sí existe.

-Alta volatilidad del votante, que cambia de partido de una elección a la siguiente y consiguiente pérdida de lealtades partidarias.

-Baja militancia, (los locales partidarios, por ejemplo, han prácticamente desaparecido y las dificultades de reclutamiento son cono-cidas).

-Bajo nivel de “consumo político”, sea de concurrencia a actos partidarios o de atención a programas políticos.

-Frecuencia de votaciones castigo.

-Frecuencia de aparición de candidatos venidos de afuera del sistema y con posturas antagónicos al establishment., (Trump, Iglesias, Bepe Grillo, Novick…).

-Pérdida de confianza y aún de respeto por los gobiernos y parlamentos.

-Bajo índice de realizaciones concretas por parte de los gobiernos, (la Democracia se basa en la legitimidad para su ser, pero en la eficacia para su existir).

Más allá de las peculiaridades que aparecen en distintos países, es muy claro que estamos ante un fenómeno muy expandido y de ocurrencia creciente. Algo lo suficientemente grave como para que nos preguntemos acerca de sus causas y, si los hubiera, de sus posibles remedios. De una forma más objetiva y profunda que las reacciones de corte político-electoral, reclamando reformas constitucionales ad hoc.

La respuesta de la calle o la rueda de café acerca de las causas se inclina, de forma casi unánime, a culpar a los gobiernos y a quienes los pueblan: los políticos.

Inútiles, aislados, electoreros, corruptos, las fórmulas y los énfasis varían, pero en todo caso, estaríamos ante un problema “de oferta”.

Sin embargo, un análisis más objetivo parece apuntar hacia otro tipo de causas. Nadie duda que haya políticos poco capaces y hasta poco honestos, pero no es la regla y tampoco hay una correlación entre standards de los gobiernos y nivel de aprobación o desaprobación. Esta se muestra alta y aún creciente en realidades de gobiernos razonables, (Gran Bretaña es un ejemplo). Lo que indica que hay otros factores que están incidiendo en este fenómeno de decaecimiento de la democracia, más allá de la buena o mala oferta.

La intención es analizar el problema desde otros ángulos: 1) desde la existencia de ciertos elementos estructurales de la Democracia, que contribuyen a explicar algunos de sus problemas y, 2) desde el ángulo de los demandantes: ¿la Democracia no provee lo que debe proveer, o se le pide que provea lo que no puede proveer?

Continuará en el próximo episodio.

SEGUIR
Ignacio De Posadas

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad