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Ya Vázquez no es favorito. Ya los politólogos más conocidos verbalizan una posible derrota presidencial frenteamplista. ¿Cómo se explica el ascenso de Lacalle Pou (LP)?

Ya Vázquez no es favorito. Ya los politólogos más conocidos verbalizan una posible derrota presidencial frenteamplista. ¿Cómo se explica el ascenso de Lacalle Pou (LP)?

Primero, importa entender que su liderazgo no es una causa sino una consecuencia. LP no sale de la nada, a pesar de que sea lo que muchos creen porque su crecimiento fue imprevisto por la hegemonía cultural izquierdista. Hay una nueva sociedad uruguaya que estaba demandando una renovación política. Fue bien interpretada por la dirigencia nacionalista. Hay un partido robusto que optó a consciencia por LP en elecciones multitudinarias. Como su candidatura presidencial se asienta en estos fuertes pilares, el ascenso en su intención de voto en las encuestas no es fortuito. Los uruguayos siguen siendo prudentes para legitimar liderazgos y este caso no es la excepción: años de prueba, exigentes procesos electorales, y escudriñado completo de talante, personalidad y propuestas.

Segundo, el discurso y la propuesta general de LP sintonizan con viejas y sólidas tradiciones políticas nacionales. Hay una ruptura contundente con la visión izquierdista que ganó al Frente Amplio en estos años, hecha de amigos y enemigos. Los buenos, superiores moralmente y siempre frenteamplistas, contra los malos, de naturaleza inferior y afines por lo general a los partidos tradicionales. Es la cosmovisión de las michelinadas que pretenden legitimar una refundación nacional a partir de 2005. Es el peronismo a la uruguaya.

Pero lejos de ceder a esta lógica, Lacalle Pou reivindica el viejo consenso liberal, pluralista y democrático uruguayo. La aceptación de la diferencia; la coexistencia de varias verdades; el respeto moral por el adversario; la construcción colectiva desde el consenso: todos pilares del mejor Uruguay en el que, claro está, también participa cierto talante de izquierda hoy devaluado por su leninismo triunfante.

Tercero, la coherencia entre la gestualidad y el discurso. La renovación y la apertura están verbalizadas sí, pero también tienen traducción real. Graciela Bianchi es, hoy, muy frenteamplista y apoya a LP. Arbeleche fue principal actor del equipo económico de estos años, y será una ministra importante si los blancos son gobierno. Sin complejos, con hechos, la campaña de LP ya da señales de que, efectivamente, gobernará con una coalición amplia y no solo con un partido. Y, sobre todo, muestra que se buscará a los mejores allí donde estén y con espíritu renovador.

Estas explicaciones no son esotéricas. Sin embargo, analistas y políticos de izquierda no las ven. Constanza, en este sentido, es un poema: la “teoría”, para su “politología”, impide que los votantes pasen directamente de la izquierda al Partido Nacional. El muro de yerba mental de esta ceguera voluntaria se conforma también por la obsesión de explicar todo por el marketing, el pedido de votar por el original y no por la fotocopia, o la conocida buena disposición de Gabriel Papa, que tanto te saca una foto cuando hacés la bandera, como te acompaña a Lindolfo a comer con López Mena, o te escribe a pedido una columna envidiosa. Papa es pierna.

Todavía falta mucho para octubre. Pero hoy es claro que estos tres pilares de campaña son buenos sustentos para que el PN siga creciendo. Si ocurre, será sin triunfalismos, porque el ADN político de los blancos descree de la victoria absoluta que deja vencidos y vencedores.

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Francisco Faig

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