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El punto de inflexión

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Bologna, mañana del domingo 12 de noviembre de 1989. Un grupo de comunistas celebraban el aniversario de la batalla de Porta Lame, un episodio de la resistencia italiana durante la Segunda Guerra Mundial contra fuerzas fascistas y nazis. Dos días antes se había iniciado la caída del muro de Berlín.

Bologna, mañana del domingo 12 de noviembre de 1989. Un grupo de comunistas celebraban el aniversario de la batalla de Porta Lame, un episodio de la resistencia italiana durante la Segunda Guerra Mundial contra fuerzas fascistas y nazis. Dos días antes se había iniciado la caída del muro de Berlín.

El público no era numeroso y el evento apenas era cubierto por un periodista del diario comunista L’ Unitá y otro de la agencia Ansa. Sorpresivamente llegó al encuentro Achille Occhetto, Secretario General del Partido Comunista. Como era lógico le ofrecieron la palabra y habló apenas siete minutos. Comenzó con algunas frases previsibles tales como que los comunistas tendrían que “seguir adelante con el mismo valor que mostraron durante la Resistencia”, pero por fin dejó una sentencia que pasaría a la Historia: “Había terminado la hora de continuar por caminos viejos, era necesario inventar otros nuevos para unificar las fuerzas del progreso.” Era el anuncio de la partida de defunción del Partido Comunista más poderoso de occidente y sería conocido como “el punto de inflexión de Bolognina”.

Achille Occhetto, nacido en Turín en 1936 puede decirse que creció en medio de la política. Siendo apenas un niño, el apartamento de sus padres era el clandestino cuartel general de la “Izquierda Cristiana”, un efímero movimiento antifascista formado por comunistas y católicos. Posteriormente, a través de su padre, concejal en el primer Comité de Liberación y editor, trató con figuras de las letras como Italo Calvino, Cesare Pavese y Natalia Ginzburg. Luego de una breve militancia en la Acción católica se incorporó a la FGCI (Federación Juvenil Comunista italiana) en 1953. Ya por entonces comenzó a dar muestras de su carácter heterodoxo, cuando lanzó un documento de protesta contra la intervención soviética en Hungría (1956). Así y todo su ascenso dentro del partido no se detuvo. En 1961 se instaló en Roma, donde se convirtió en director del semanario “Nueva generación” y allí comienza a pregonar contra la dependencia de Moscú, propone la rehabilitación de Trotsky, Bujarin, Rosa Luxemburgo y la democratización de los países socialistas. Volvió a ser protegido por las figuras del partido e incluso parece haber recibido la guiñada cómplice del eterno Secretario General Palmiro Togliatti.

Convertido en Secretario general de la FGCI, fue uno de los oradores en los funerales de Togliatti, en 1964.

Pero cuando, en 1968, declara, en una convención estudiantil, “la necesidad de una profunda y nueva revolución democrática en los países del socialismo real”, sufre una duro llamado de atención y se le impone una suerte de ostracismo en Sicilia, del que saldrá airoso mediante en voto popular: En 1976 fue electo diputado, cargo que conservaría durante los treinta años posteriores.

En 1988 fue elegido Secretario General del Comité Central, en un partido líder del llamado eurocomunismo. El año siguiente será fundamental: el 4 de junio de 1989 se produce la represión de estudiantes chinos en la Plaza de Tiananmén, con una cifra de más de dos mil estudiantes muertos y entre siete y diez mil heridos.

Achille Occhetto organiza inmediatamente una manifestación en Roma, frente a la embajada china y en un discurso afirma que el comunismo ha muerto en los países del socialismo real.

Luego se produjo, “el punto de inflexión de Bolognina” aunque L’Unitá del día siguiente, 13 de noviembre, relegó la noticia a un segundo plano.

Pero el proceso continuó. Occhetto fue reelegido en 1990 y propuso una discusión libre entre las corrientes internas terminando con el principio del “centralismo democrático.”

Uno de los primeros asuntos trataron sobre el nombre y la palabra comunista. Giorgio Napolitano, a cargo de la comisión internacional PCI, dijo: “Si el Partido Comunista decidió cambiar su nombre, la mejor opción sería el Partido del Trabajo o el Partido de los Trabajadores”. Pero la cuestión no iba por ese lado. Democracia, en un sentido occidental y sincero, era la palabra clave. Las discusiones fueron largas y terminaron cuando el 3 de febrero de 1991 en Rimini, nacía el Partido Democrático de la Izquierda (DS), por un lado, y más tarde La Refundación Comunista, afiliado a las viejas orientaciones.

Occheto será el primer secretario nacional del DS.

Había desaparecido el Partido Comunista Italiano, protagonista fundamental de la historia italiana del siglo XX y cuyos aportes teóricos habían calado hondo en muchos comunistas occidentales.

Pero, al mismo tiempo, Italia se preparaba para la implosión de todo un sistema político que había levantado al país de las ruinas de la derrota fascista y lo había colocado nuevamente entre las primeras potencias económicas de Europa. En febrero de 1992 estallaba el escándalo de “tangentopoli” (el país de las coimas) y la operación Mani pulite (Manos limpias), que arrasaría con los otros grandes partidos italianos: la Democracia Cristiana y el Partido Socialista.

Los herederos de viejo PCI, y en particular el Partido democrático de la izquierda no pudieron hacer frente a la nueva política que caminaba sobre los escombros: Silvio Berlusconi y su Forza Italia o la extrema derecha de La Liga Norte, liderado por Umberto Bossi.

Consciente del peligro, Occheto propone para las elecciones de 1994 una amplia coalición capaz de oponerse a Berlusconi, pero no fue posible.

Tras la derrota en las elecciones, Occhetto abandona el secretariado, retirándose de la primera línea de la política, aunque se involucrará activamente en el Parlamento y en particular en el europeo.

En un artículo reciente (4 de enero de 2016) la periodista Anna Paratore decía: “A los jóvenes, probablemente su nombre no les diga mucho, sin embargo debiera ser recordado por todos.

Ciertamente que debiera ser recordado y homenajeado, ahora a sus 80 años, este comunista que sostuvo que “en un estado democrático los ciudadanos tienen el derecho de hacer política en el partido que quieran”; que se vio forzado a actuar cuando comprendió que la izquierda había caído en un pantano, que daba encefalograma plano”; “ que cambiar de idea no es un delito, pero es necesario explicar la trayectoria intelectual, moral y política que lo produce.

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Luciano Álvarez

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