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PISA: vamos bien

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Los resultados de las pruebas PISA 2015 fueron los peores posibles: sirvieron para que el oficialismo ratificara su rumbo gradualista.

Los resultados de las pruebas PISA 2015 fueron los peores posibles: sirvieron para que el oficialismo ratificara su rumbo gradualista.

Si hay que señalar cuál es nuestro mayor impedimento para avanzar hacia un futuro de paz, prosperidad y desarrollo, no puede haber ninguna duda: nuestra autocomplacencia. Es una actitud colectiva, generalizada, propia de nuestras clases medias urbanas, envejecidas y conservadoras, que se traduce en un gran apoyo electoral al Frente Amplio. Percibe el rumbo del país con optimismo. Cree que vamos bien y que, a pesar de constatar a veces cierto paso cansino, la verdad es que no nos detenemos. Por cierto: esa convicción ampliamente compartida sirvió a Tabaré Vázquez para ganar con luz en 2014.

Esa autocomplacencia precisa de una particular mirada al mundo. Importa compararse siempre con la región ya que así es como salimos bien parados, sobre todo cuando prestamos atención a los horribles indicadores sociales de Brasil. También importa ser porteño-dependiente culturalmente, de forma de tener a mano un espejo rocambolesco en el cual reflejar nuestra comparativamente sobria y republicana figura.

De forma general, su legitimación precisa creer que el mundo sufre cierta crisis apocalíptica: ecológica, económica, social, de intolerancia religiosa o civilizatoria y con bárbaras guerras y terribles violencias civiles. Poco importa que casi nada de ese panorama conlleve el fin del mundo, sobre todo si se lo inscribe en el largo plazo histórico y se asume la actual exuberancia demográfica mundial.

Lo que importa es que esa concepción ciudadana-mundial es la que sostiene una autocomplacencia que es la clave para justificar el asentado conformismo político con el cual, por ejemplo, el oficialismo evaluó los resultados PISA: vamos bien y hay que seguir así. En esa visión nadie niega que haya que mejorar. Empero, exigir más, en este contexto regional y mundial, es propio de una oposición urgida y radicalizada a la que nunca nada le viene bien. ¿O acaso no somos, con Chile, los mejores de la región?

Vivimos una tragedia. Porque con esta extendida y legitimada autocomplacencia, ¿cómo podemos reconocer y asumir que seguimos poniendo en tela de juicio la futura viabilidad económica y social del país, puesto que en PISA 2015 el 39% de los estudiantes no alcanzaron el umbral mínimo de exigencia en lectura, y puesto que, además, casi uno de cada siete de esa generación no pudo ser evaluado ya que abandonó los estudios formales antes de cumplir sus 15 años?

La eficiente y discreta demagogia de los tres líderes frenteamplistas, esos que durante una década han sido los más apreciados por la ciudadanía, acaricia esa autocomplacencia de clases medias. Electoralmente sirve a este Frente Amplio envejecido, conservador y esencialmente uruguayo.

Azuzar la crítica, intentar ver más allá de la ondulada y gratificante penillanura y, sobre todo, contrariar esa autocomplacencia colectiva que justifica nuestro tan preferido gradualismo, implica asumir el papel de Casandra, aquella sacerdotisa griega que tenía el don de la profecía pero cuyos pronósticos nadie jamás creía.

Y es tal cual. Porque hoy, con estos resultados PISA, la gran mayoría no cree que vayamos mal.

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Francisco Faig

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