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Promesas y despilfarro

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Campañas electorales llenas de promesas, generosas en ilusiones, escasas en realismo y teñidas de afirmaciones distantes del real potencial económico para el siguiente período de gobierno, llevan más tarde o más temprano a ajustes, como quiera que se les llame.

Campañas electorales llenas de promesas, generosas en ilusiones, escasas en realismo y teñidas de afirmaciones distantes del real potencial económico para el siguiente período de gobierno, llevan más tarde o más temprano a ajustes, como quiera que se les llame.

El despilfarro en que incurren los Estados con los recursos obtenidos con tributos, de quienes con esfuerzo, dedicación y ahorro han logrado una profesión, oficio o comercio para ganarse la vida en forma honesta, no solo es injusto sino que también tiene un límite y el festival no es eterno.

El derroche deja un sabor dulce a aquellos que se han visto beneficiados del mismo y que les deja la imagen de poder pedir y obtener, sin que sea necesario esfuerzo alguno.

Sin embargo, con el tiempo, el abuso va dejando su rastro, menor inversión, extranjera y nacional, encarecimiento de los servicios públicos, disminución de las exportaciones, aumento del desempleo, incremento del déficit fiscal, exceso de funcionarios públicos, enfriamiento del crecimiento real de los salarios, inflación en alza, disminución del crédito familiar, en definitiva, declinación del nivel de vida de los ciudadanos a la vez que se les exige más desde el Estado, a través del incremento de los impuestos, cualquiera sea la forma que se instrumenten, a través de tarifas públicas o como impuestos propiamente dichos.

“Guarda para cuando no hay”, refrán que, como tantos de su estilo, han surgido de la sabiduría popular y describen una conducta sabia, que, de seguirse, no se transitaría de ajuste en ajuste. Mucho se discute si la actividad pública es mejor o peor que la privada, probablemente lo más cierto sea que la mejor o peor administración sea consecuencia del administrador, su destreza y empeño. La gran diferencia se encuentra en que el empresario que se funde siente el impacto en carne propia, el administrador público que mal administra no sufre los efectos por sí. Esta diferencia ante la derrota hace que el administrador privado tenga un mayor incentivo hacia el cuidado de los recursos.

Cada uno con su conciencia. Ahora no se trata de saber quién dijo o no dijo, quién despilfarró o quién no, o quizás quién fue mal o buen administrador o siquiera quién dijo la verdad al querer captar votos o quién no supo transmitir cuál era la verdad de modo que la gente la comprendiera.

Los países no son islas inmunes a los aconteceres de terceros países y probablemente los vientos que se avecinan sean negativos para nuestro país; ciertamente no serán de ningún modo lo beneficiosos que han sido en la última década y sea más difícil conseguir trabajo y probablemente los nuevos puestos ya tengan una retribución inferior a los ya existentes. Ciertas líneas de conducta son altamente esperables, la primera, que exista una planificación responsable sobre un diagnóstico certero, sin demagogias y con la preocupación de disminuir la presión fiscal de la población de modo de incentivar el ahorro, la producción, la construcción pública y privada, así como las transacciones inmobiliarias y con ello el aumento del empleo.

El segundo aspecto esperable es que gobierno, oposición y gremios sean capaces de trabajar en conjunto en aras de lograr los planes de desarrollo que se acuerden en forma común y generosamente, despojándose de intereses personales y levantando la vista hacia los intereses nacionales.

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Casilda Echevarría

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