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Prácticas suicidas

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Con el ingenio que lo caracteriza, el tuitero Mr. Lemon citó el título de una crónica del diario La República sobre el acto frenteamplista del 26 de marzo pasado (“Miranda pidió terminar con las prácticas suicidas”) y se preguntó si era un acto del FA o del ISIS.

Con el ingenio que lo caracteriza, el tuitero Mr. Lemon citó el título de una crónica del diario La República sobre el acto frenteamplista del 26 de marzo pasado (“Miranda pidió terminar con las prácticas suicidas”) y se preguntó si era un acto del FA o del ISIS.

Porque esos fueron los dramáticos términos con que el presidente de la fuerza política de gobierno ejemplificó “tanto las filtraciones como la descalificación pública de compañeros y compañeras”, que generan “descrédito, preocupación y desconcierto”.

El tremendismo de la comparación revela la comprensible preocupación que provoca a la máxima autoridad del FA todo lo que está pasando. Y es que el desafío que enfrenta es difícil, casi imposible. Fue electo en representación de los grupos moderados, por lo que muchos creían que su mandato atemperaría los exabruptos del ala radical. Pero aun antes de aquella elección había quedado claro que ese sueño sería difícil de cumplir. Tuvo que cortar el rostro públicamente a Esteban Valenti (uno de los pocos frenteamplistas que no salen a defender lo indefendible), cuando recibió su apoyo, replicando que no se sentía representado por él.

Y hoy practica un equilibrismo permanente, tratando de evitar a cada minuto el choque de planetas, con un palito rojo de cuidacoches.

En esa ya rutinaria inestabilidad, la reciente polémica por la situación de Venezuela se convirtió en un parteaguas. Porque una cosa es cuestionar la política económica, clamar por más impuestos para seguir despilfarrando o proponer proyectos descabellados que serán desoídos. Pero cuando la ciudadanía asiste impávida a diputados oficialistas que defienden el régimen de Nicolás Maduro, ya no se puede hablar de “naturales matices” sino de un liso y llano desapego a la institucionalidad democrática.

Resulta especialmente bochornoso que una fuerza política que, durante la pasada dictadura, padeció la persecución, la tortura y la muerte de muchos de sus valiosos dirigentes y militantes, ahora justifique la persecución a los opositores venezolanos.

Inquieta escuchar a algunos legisladores oficialistas diciendo que en ese país “no hay presos políticos, sino políticos presos”. Los dictadores de antaño decían lo mismo de un demócrata a carta cabal como Líber Seregni.

Da hasta repugnancia verlos acusar a Leopoldo López de subversivo, lo mismo que decían aquellos dictadores del nacionalista Héctor Gutiérrez Ruiz y del frenteamplista Zelmar Michelini, mártires por la causa de la libertad.

Los torpes reflejos condicionados ideológicos adormecen la conciencia. Hace unos días, otro de estos inefables diputados elogió al dictador norcoreano, un genocida, que según él fue electo en comicios libres.

La coalición de gobierno quedó dividida entre quienes defienden la institucionalidad democrática y quienes la menosprecian, argumentando otra vez que el irrespeto al orden jurídico, la persecución política, el asesinato y cárcel a quienes piensan distinto y la debacle económica y social no son reales, sino una ficción creada por la derecha, el imperialismo y la oligarquía: tontos villanos de historieta creados por ciertos fanáticos para justificar el fracaso de sus delirios revolucionarios.

¿Cómo no van a existir posiciones irreconciliables dentro del mismo gobierno sobre tantos temas, si ni siquiera comparten el más elemental apego a la institucionalidad democrática?

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Álvaro Ahunchain

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