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Política e intereses

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En toda sociedad humana hay grupos que defienden intereses particulares. En toda sociedad humana, muchos de esos grupos intentan influir sobre las decisiones comunes con el fin de lograr ventajas sobre quienes defienden otros intereses. ¿Qué se puede hacer para evitar que las decisiones políticas terminen siendo capturadas por ese juego?

En toda sociedad humana hay grupos que defienden intereses particulares. En toda sociedad humana, muchos de esos grupos intentan influir sobre las decisiones comunes con el fin de lograr ventajas sobre quienes defienden otros intereses. ¿Qué se puede hacer para evitar que las decisiones políticas terminen siendo capturadas por ese juego?

Lo primero es aceptar como un dato que los intereses particulares existen. Lo segundo es aceptar que esos intereses son perfectamente legítimos, al menos en la medida en que se mantengan dentro de ciertos límites. Lo tercero y fundamental es no permitir que nos gobiernen.
Todo el diseño institucional de lo que llamamos “democracia representativa” es un intento de cumplir este programa. Por ejemplo, esta es una de las razones que explica el bicameralismo.

Como todos sabemos, las leyes tienen un gran impacto sobre el funcionamiento de la sociedad y de la economía. Si las leyes vigentes favorecen mis intereses particulares, me resultará mucho más fácil obtener los beneficios que busco. Si las leyes vigentes van en contra de mis intereses, tendré un viento de frente bastante difícil de vencer. Por eso, los grupos de interés siempre han intentado influir sobre el proceso legislativo, y eventualmente controlar a los propios legisladores.

Un Parlamento como el nuestro está diseñado con el fin de de que esos intentos se vuelvan más difíciles. Para entrar en vigencia, cada proyecto de ley debe ser aprobado por dos cámaras que funcionan en forma independiente. Esas dos cámaras no sólo están integradas por distintas personas, sino que sus integrantes son elegidos con métodos diferentes: los diputados se eligen por departamento, mientras que los senadores se eligen en circunscripción nacional (es decir, sumando votos en todo el país).

Supongamos que un senador acepta impulsar decisiones que favorecen a un grupo de interés específico. Puede ocurrir que esas decisiones tengan costos (por ejemplo, ambientales) para los habitantes de un departamento dado. Esto significa que ese senador no sólo enfrentará la resistencia de los legisladores de otros partidos, sino también a los diputados de su propio partido que provengan de ese departamento.
Las reglas de juego que aplicamos en la vida política no son el resultado de ningún capricho, sino la conclusión de siglos de aprendizaje. Esto no significa que sean perfectas ni invulnerables, pero sí significa que, antes de proponer alternativas, hay que entender su lógica y las razones que nos llevaron a instalarlas.

Esto es algo que no entienden, por ejemplo, quienes proponen eliminar una cámara simplemente para ahorrar tiempo o dinero. Quienes hacen esa propuesta no perciben que están promoviendo un Parlamento más vulnerable a la presión de grupos que defienden intereses particulares. Y esto es algo que tampoco entienden quienes proponen introducir la lógica corporativa en las instituciones de representación ciudadana. Dado que no es posible introducir representantes de todos los intereses presentes en la sociedad, lo único que hacemos es romper equilibrios y privilegiar los intereses de ciertos grupos sobre todos los demás.

No se trata de negarse a cambiar nada, sino de distinguir entre buenos y malos cambios. Cuando se cambia entendiendo, es posible avanzar. Pero el cambio sin conciencia de lo que se cambia es simple confusión y retroceso.

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Pablo Da Silveira

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