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Pierrot el loco

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Apelo al título de aquella impresionante película de Godard, una de las grandes obras maestras de la historia del cine, para sintetizar el revuelo oficialista en torno a recientes dichos del senador Pedro Bordaberry.

Apelo al título de aquella impresionante película de Godard, una de las grandes obras maestras de la historia del cine, para sintetizar el revuelo oficialista en torno a recientes dichos del senador Pedro Bordaberry.

Hablando en términos de comunicación política, podría reprocharse al legislador colorado haberse referido a un mecanismo de elecciones parlamentarias anticipadas que, aun siendo estrictamente constitucional, resulta poco simpático y de imposible aplicación en la situación actual.

Pero el aprovechamiento melodramático que realizó el oficialismo de ese comentario también es indicativo de un gobierno al borde del ataque de nervios. La percepción que quedó en nosotros, ciudadanos de a pie, es que al FA esto le vino de perillas, para armar un tinglado de alarmismo institucional que atenuara en algo la verdadera alarma pública que está provocando la inseguridad. Y no me refiero solo a la puesta en escena de esa conferencia de prensa en la que Javier Miranda leyó una proclama inflamada, con el fervor que habrá puesto Juan Zorrilla de San Martín al declamar La Leyenda Patria. No es la primera vez que se apela al cuco de la inestabilidad institucional para justificar ineficiencias: ya lo había hecho la Mesa Política en los mismos términos, por insólito que pareciera, en defensa del inefable título de licenciado. Pondré el énfasis en dos coletazos oficialistas de la propuesta de Bordaberry, ocurridos en los últimos días.

Dentro del habitual segmento humorístico del programa Después vemos de Tevé Ciudad, un grupo de actores que en general realizan sátiras graciosas, parodiando a todo el espectro político por igual, se despacharon con un insulto bastante explícito y nada cómico. Calificaron a Bordaberry de “facho recalcitrante y golpista”, así nomás. La libertad de expresión es sagrada, sin duda. Solo me pregunto qué habría pasado si en la televisión pública, bajo un gobierno blanco o colorado, un comunicador hubiera agraviado así a un senador frenteamplista, por mera portación de apellido.

El segundo coletazo lo protagonizó Andrés Copelmayer, psicólogo e integrante del Frente Líber Seregni, que ha presentado a la bancada del FA un proyecto que obligaría a los legisladores a realizarse evaluaciones psicológicas. Hasta ahí, todo bien. Pero en su primera explicación a la prensa, el profesional justo puso como ejemplo el comportamiento de Bordaberry, al que atribuyó la intención de “disolver las Cámaras”, y acusó de llevar a su partido “al suicidio político”. Terminaba preguntándose si esas actitudes obedecían a su propia convicción o a “interferencias patológicas”. Felizmente en la tarde de ayer rectificó por televisión estas declaraciones. Pero es inevitable que, aunque sea como lapsus, resulten inquietantes.

Siento que muchos voceros del FA, de ámbitos tanto políticos como culturales, tienen que aprender a controlar su costumbre inveterada de descalificar al adversario, arrogándole intenciones aviesas, actitudes conspirativas, o lisa y llanamente, enfermedades psiquiátricas. Hay mucha soberbia, mucha prescindencia de los datos que proporciona la realidad, mucho mesianismo que pretende pasar por arriba a quien pone razón y corazón en discrepar. Pero la actitud no es de extrañar. Mientras haya gente al mando que reivindique la lucha de clases y vuelque sus desperdicios intelectuales en el resumidero de “la oligarquía” o “la derecha”, resultará difícil reconstruir una democracia tolerante y justa.

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Álvaro Ahunchain

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