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Perfil de dirigentes

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Las sociedades se ennoblecen cuando disponen de dirigentes de extraordinario valor, que guían iluminadamente el pensamiento de la población, orientan su conducta, enriquecen sus expectativas de futuro y provocan a su alrededor cambios trascendentes. Cabe pensar en el curso que tomó la India a partir de la prédica de resistencia pacífica del Mahatma Gandhi o el que se produjo en Sudáfrica luego del sacrificio de 27 años de Nelson Mandela y de su llegada al poder.

Las sociedades se ennoblecen cuando disponen de dirigentes de extraordinario valor, que guían iluminadamente el pensamiento de la población, orientan su conducta, enriquecen sus expectativas de futuro y provocan a su alrededor cambios trascendentes. Cabe pensar en el curso que tomó la India a partir de la prédica de resistencia pacífica del Mahatma Gandhi o el que se produjo en Sudáfrica luego del sacrificio de 27 años de Nelson Mandela y de su llegada al poder.

Pero los dirigentes de ese calibre no abundan en ningún lado y constituyen más bien la excepción a una regla de mediocridad que en cambio es muy nutrida en ejemplares comunes, que no superan el promedio de la masa que gobiernan, no pasan a la historia, pueden estropear muchas cosas de la sociedad a su cargo y en ocasiones hasta degradan el cargo que invisten. La etapa de la historia de los últimos tiempos no es una época de héroes sino de mercaderes, que privilegia los factores económicos por encima de los valores intelectuales o el calibre intelectual, de manera que no conviene hacerse ilusiones en materia de dirigentes.

Durante décadas se ha visto cómo mucha gente de notable calidad personal y cultural, con un probado coeficiente de inteligencia y de capacidad para administrar los asuntos públicos, se alejaba paulatinamente de la política —que los habría necesitado poderosamente— para dejar de ser un participante activo de ella y convertirse en un observador crítico, por motivos que seguramente tienen que ver con el desengaño, el rechazo o el desdén. Entonces, el residuo que va quedando en actividad compone el cuadro de medianía que domina el panorama de los dirigentes actuales.

Eso se confirma al pasar lista de los individuos que conducen hoy algunos grandes países, ya que nadie podrá decir —por ejemplo— que Barack Obama es algo más que un simpático seductor de multitudes, un prometedor cuyos anuncios rara vez se cumplen, Nadie dirá tampoco que Angela Merkel es mucho más que una señora hábil para mantenerse a flote en la Cancillería, una suerte de banquera con estrategia para repartir los opulentos fondos de Alemania. Y nadie podrá argumentar que Vladimir Putin es otra cosa que un déspota con gran capacidad de convocatoria a escala popular, ya que siguen votándolo copiosamente.
La mayoría de los dirigentes de otras naciones, ni siquiera son capaces de asegurar un buen rumbo económico, cuidar decorosamente los fondos del Estado, mejorar los niveles de la enseñanza, controlar la pobreza o amparar la seguridad de las poblaciones. La inflación y los enloquecedores índices de criminalidad en Venezuela, los miles de asesinatos en la guerra interna de México, las masas de desocupados en Grecia o España, la inestabilidad financiera y política en Italia, los riesgos monetarios y los temibles cambios de gabinete en Argentina son signos de un mismo fenómeno que se vincula con incapacidades en la cúpula del poder y con varios grados de decadencia interna de la casta dirigente, donde escasea el genio, no abunda la honorabilidad pero sobran los rasgos de oportunismo y corrupción.

Y así el mundo funciona como puede verse, sin grandes líderes, sin presencias políticas trascendentes, aunque con numerosos amanuenses de la política que están muy bien equipados con palabras y discursos, pero desprovistos de la capacidad para llevar a cabo sus frondosas promesas.

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