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Una película sobre un solo Wilson

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El mayor aporte de “Wilson”, la película de Mateo Gutiérrez, es ayudarnos a entender que no hubo dos Wilson Ferreira sino uno. Para quienes lo aplaudieron a su retorno del exilio y dijeron “ahora sí, este hombre que volvió en el barco es distinto y es mejor que el que se fue” esta película les prueba que estaban equivocados.

El mayor aporte de “Wilson”, la película de Mateo Gutiérrez, es ayudarnos a entender que no hubo dos Wilson Ferreira sino uno. Para quienes lo aplaudieron a su retorno del exilio y dijeron “ahora sí, este hombre que volvió en el barco es distinto y es mejor que el que se fue” esta película les prueba que estaban equivocados.

Porque este Wilson ganador, el carisma hecho persona, el blanco raigal, el ser humano entrañable y familiero, fue siempre igual como político y estadista: un hombre de una sola pieza. Las escenas de este documental que abarcan sus comienzos en la vida política, su destape como genuino “premier” del segundo gobierno colegiado blanco, su ascenso como candidato presidencial y su áspero exilio de combate contra la dictadura, muestran que antes de actuar por conveniencia prefirió anteponer el interés nacional.

Ese interés nacional estaba en las interpelaciones que derribaron ministros de gobierno y lo convirtieron en una suerte de “Fiscal de la República”. Había que separar “la resaca” de la correntada de los partidos políticos, y eso hizo.

Lanzado como candidato soportó infamias como aquella de “a Wilson lo financia la Esso” y una manipulación de las encuestas hecha por la única empresa que las hacía en el país: Gallup. Según esas encuestas la elección de 1971 la definían Pacheco y el Frente Amplio; Wilson no existía. Se inventó una polarización que atrapó a muchos incautos. Pero la verdad fue que el Frente cosechó el 20% de los votos mientras Wilson empataba en las urnas con el Partido Colorado.

Digo empataba, porque aparte del fraude de Gallup con las encuestas, está la historia de tantas mesas con más votos que votantes producto de aquella posibilidad de votar por el sistema vigente y por el reformado. Sin entrar en el detalle digamos que Wilson, en un gesto cuya magnitud aún no ha sido suficientemente valorada, depuso su denuncia de fraude y aceptó que otro se ciñera la banda presidencial. Ese fue un gesto de grandeza propio de un estadista, un gesto inspirado en los mismos sentimientos que lo llevaron a pronunciar el discurso de la explanada en donde -una vez liberado de la prisión en donde se lo retuvo para impedir que fuera electo presidente- garantizó “gobernabilidad” sin mostrar un atisbo de rencor contra quienes lo traicionaron en el Club Naval.

Luego vino lo que la película expone con maestría. Su apoyo a contracorazón de la ley de caducidad para evitar una revuelta militar que hubiera sido letal para el país. Una decisión que le dolió en el alma -y que posiblemente sembró la enfermedad que lo llevó a la tumba- pero que era la que el país necesitaba en aquel momento. Eso es ejemplo de genuino patriotismo. Un patriotismo probado en la prédica demoledora de sus 11 años de exilio y reconocido hasta por sus detractores de izquierda (dicho sea de paso, sobra en el film más de un testimonio de gente de izquierda que nunca lo quiso).

Reunir tantas imágenes, recopilar entrevistas y organizar un relato coherente sobre la trayectoria del caudillo blanco es el mérito de Gutiérrez en una película que deja algo claro: que si un político como Wilson Ferreira estuviera hoy entre nosotros esta pesadilla de gobiernos del Frente Amplio sería apenas un recuerdo.

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Antonio Mercader

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