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Pases y vigores

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La crónica política se parece al periodismo deportivo. Cuando no hay títulos, ni goles, ni medallas, se instalan como noticia las renuncias y los pases. Danza de nombres, ilusiones, fuegos -algunos del alma, otros fatuos.

La crónica política se parece al periodismo deportivo. Cuando no hay títulos, ni goles, ni medallas, se instalan como noticia las renuncias y los pases. Danza de nombres, ilusiones, fuegos -algunos del alma, otros fatuos.

Hace más de un siglo, Batlle y Ordóñez proclamaba como desgracia nacional vivir pendientes de quién pudiera ser el próximo Presidente, al punto que “apenas surge un nombre, aparecen los amigos del candidato y los amigos de los amigos del candidato”.

De entonces a acá, hubo grandes sacrificios del pensamiento constitucional, grandes batallas políticas y grandes martirios. Gracias a ellos, ascendimos a sentimientos republicanos que nos impusieron situar las metas públicas por encima de lo meramente sectorial. Los paréntesis oscuros -1933 a 1942, 1973 a 1985- potenciaron las afinidades supra-partidarias. Perdida la libertad, lo más importante era recuperarla. Ahí aprendimos a andar juntos muchos que no votamos lo mismo. Ante la quiebra del pacto primero, nos aglutinamos.

No es ese el cuadro actual. Nuestro problema no es hoy la libertad política. Llevamos treinta y un años largos en que nadie va preso por sus ideas ni por su apuesta opositora. Es más tiempo que el que corrió entre la paz de Aceguá -octubre de 1904- y el golpe del 31 de marzo de 1933. Es más tiempo que el que medió entre la restauración democrática de noviembre de 1942 y el golpe del 27 de junio de 1973, al que llegamos con la libertad ya jaqueada por la aparición desde 1963 del terrorismo tupamaro y desde 1968 por forcejeos institucionales que ensombrecieron el diálogo y recortaron garantías, a pesar de lo cual fuimos pacíficamente a las urnas en noviembre de 1971.

Insistimos: hoy nuestro problema mayor no es reconquistar la libertad política, institucionalmente vigente porque a fuerza de pensamiento y acción salimos de la barbarie y construimos la civilidad. Los partidos tienen tranqueras atadas con alambres. Ignoran los cerrojos electrónicos con pulgar registrado. Los pases ya no estigmatizan.

Poco a poco hemos aprendido a respetar al hombre que por conciencia alza su discrepancia. ChicoTazo tropeó votos colorados para las listas blancas donde iba enancado. Ex batllistas y ex herreristas se juntaron con los marxistas en el Frente Amplio. ¿Y acaso no fueron pases político-ideológicos los que dejaron solo a Emilio Frugoni en su vejez, tras encarnar al socialismo a todo lo largo de una vida ejemplar? ¿Acaso no proyecta bronce sobre los lúcidos 90 años que acaba de celebrar, la dignidad con que, hace una década, el señor Guillermo Chifflet prefirió renunciar para no votar contra su propia prédica?

Esa civilidad con movimiento es altamente necesaria para la libertad. Pero no basta. Tras la degradación del Derecho y la cultura, hace falta generar debates públicos que sinteticen los contrarios y revitalicen los principios. Y sobre todo, que diseñen ideas claras desde las cuales pueda vivir la nación hoy desorientada.

De nada valdrá el marketing de los pases si no se recupera al ciudadano como unidad fundamental de la República, en vez de dejarlo con la angustia atragantada frente a la caída de la cultura y la seguridad, mirando cómo el Estado resulta cada vez más ancho y ajeno y cómo, al desaparecer la lucha de convencidos, la política trata a los votantes como rebaño que bala en vez de elevarlos a pueblo que piensa.

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Leonardo Guzmán

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