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Las palabras y el hombre

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Charenton-le-Pont es una localidad situada a siete kilómetros del centro de París. En el 52 de la avenida Gravelle, una placa de mármol recuerda, en su parte inferior, que allí “vivió y murió el poeta Paul Eluard (1895 -1952); arriba se leen los versos finales que justifican su inmortalidad: “Je suis né pour te connaître / Pour te nommer / Liberté.” (Nací para conocerte / Para nombrarte / Libertad)”.

Charenton-le-Pont es una localidad situada a siete kilómetros del centro de París. En el 52 de la avenida Gravelle, una placa de mármol recuerda, en su parte inferior, que allí “vivió y murió el poeta Paul Eluard (1895 -1952); arriba se leen los versos finales que justifican su inmortalidad: “Je suis né pour te connaître / Pour te nommer / Liberté.” (Nací para conocerte / Para nombrarte / Libertad)”.

Eluard fue uno de los escritores más significativos del dadaísmo y el surrealismo, junto con sus amigos André Breton y Louis Aragon. En 1927 los tres se afiliaron al Partido Comunista. Aragon se mantuvo fiel hasta su muerte en 1982 pero Breton y Eluard fueron expulsados en 1933, por indisciplina artístico-ideológica.

El 3 de abril de 1942 editó de manera casi clandestina “Poesía y verdad”, un pequeño libro que se abre, precisamente, con Libertad, un poema de veinte estrofas, que comienza así: “Sobre mis cuadernos de colegial / Sobre el pupitre y los árboles / Sobre la arena, sobre la nieve / Escribo tu nombre”. El esquema se repite hasta terminar así: “Y por el poder de una palabra / Reinicio mi vida/ Nací para conocerte/ Para nombrarte: / Libertad”.

Las poderosas imágenes, mayormente referencias íntimas a pequeñas felicidades añoradas en medio de la ocupación, sumadas a una estructura que lo hacía fácilmente memorizable, lo convirtieron en un himno de la Resistencia. Los aviones de la Royal Air Force lanzaron millares de ejemplares sobre la Francia ocupada. La situación del poeta se hizo difícil. En octubre del 42, él y su esposa Nusch se refugian en casa de una amigo hasta el fin de la guerra; desde allí colabora con el Comité Nacional de Escritores y su principal revista clandestina, Les Lettres Françaises, creados a instancias del Partido Comunista.

Terminada la guerra Eluard emerge como una de las figuras del partido. En agosto de 1948 asiste al Congreso mundial de intelectuales por la paz en Wroclaw, Polonia, controlado por Moscú. Alexandre Fadeïev, presidente de la Unión de escritores soviéticos expuso la línea a seguir, enfocando su mira en algunos compañeros de ruta : “Si los chacales pudiesen aprender a escribir a máquina y si las hienas supieran manejar una estilográfica, lo que compondrían se asemejaría, sin duda a los libros de [Arthur] Miller, [André] Malraux, [T-S.] Eliot, [Jean-Paul] Sartre y otros”.

El incidente no torció su camino. Eluard, agachó la cabeza y recitó sus poemas allí donde el partido lo enviara.

El 13 de junio de 1950 recibió una carta de André Breton pidiendo por un amigo común, checoeslovaco, caído en desgracia. Comenzaba por recordarle sus visitas a Praga:

“…Tú y yo entonces, no éramos más que nosotros mismos. En la agitación un poco febril de aquellos primeros días, aparece, si recuerdas, un hombre que pasa, que se sienta tantas veces como puede con nosotros, que se esfuerza en comprendernos, un hombre abierto. Ese hombre no es un poeta, pero nos escucha como nosotros le escuchamos: lo que nosotros decimos no le parece en modo alguno inadmisible; lo que él objeta, algunas veces nos aclara, e incluso nos convence. Él es quien da, en la prensa comunista, los más penetrantes análisis de nuestros libros, los más válidos resúmenes de nuestras conferencias. No se da tregua, hasta tanto no ha dispuesto en nuestro favor a los grandes auditorios donde se mezclan intelectuales y obreros (...) Pienso que habrás retenido su nombre: se llama -o se llamaba- Závis Kalandra”.

Kalandra era un filósofo, historiador, teórico de la literatura, animador del grupo surrealista checoslovaco, uno de los más inquietos de la Europa de la época. Había nacido en 1902, de modo que era unos siete años menor que Eluard y Breton. También había sido comunista, hasta su expulsión en 1936 por denunciar los “procesos de Moscú” y el estalinismo. Luego militó en el trotskismo y cuando los alemanes anexaron Checoeslovaquia fue detenido y enviado al campo de concentración de Mauthausen hasta 1945. Sobrevivió, volvió a Praga y se concentró en la actividad académica sobre la historia antigua de su país. También militaba en el partido Social Demócrata.

En septiembre de 1949 Kalandra fue arrestado en el apartamento de un amigo. Aparentemente se trató de una confusión -venían a detener al dueño de casa- pero al reconocerlo, resultó ser un actor ideal para el proceso que se estaba fraguando contra la dirigente socialista Milada Horakova y otros opositores al nuevo régimen comunista. Kalandra, que no conocía siquiera a Horakova proporcionaba el necesario renegado trotskista para el elenco.

Breton escribe: “Los periódicos anuncian que ha sido condenado a muerte el jueves último por el tribunal de Praga. Tras unas “confesiones” en regla, naturalmente. Antaño tú sabías, como yo, lo que se podía pensar de tales confesiones. Kalandra lo sabía también cuando en 1936 fue expulsado del PC”. Por último le recuerda un viejo texto de Eluard -En el tiempo en el que los surrealistas tenían razón- “que concluía con la afirmación de nuestra desconfianza formal respecto al régimen estalinista, un texto que cualquiera puede releer hoy…” Luego le recuerda la peripecia de Závis Kalandra, la resistencia, sus seis años de prisión, la imposibilidad de haberse convertido en un traidor: “¡A otro perro con ese hueso! ¡No es esa la madera con la que se fabrican los traidores! Tú, de quien yo conocí por largo tiempo el respeto y el sentido sagrado de la voz humana hasta en la entonación (…) ¿Cómo puedes soportar, en tu fuero interno, semejante degradación del hombre en la persona de aquel que se mostró amigo tuyo?”

La respuesta de Paul Eluard fue breve y pública: “Mucho tengo que hacer con los inocentes que gritan su inocencia y no tengo tiempo para ocuparme de los culpables que gritan su culpabilidad.”

Zavis Kalandra, Milada Horáková y los otros condenados, fueron ahorcados el 27 de junio de 1950.

El hombre que había escrito la palabra Libertad, “Sobre la frente de mis amigos / Sobre cada mano que se tiende / Sobre los escalones de la muerte” perdió ese día todo derecho a su propio poema, sumergido en la infamia de su hemiplejia moral, esa enfermedad que ataca a tantos intelectuales.

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Luciano Álvarez

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