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Otra vez a las andadas

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Como es sabido, pese a la afinidad previa entre el gobierno peronista y la primera administración frentista, la instalación de la planta de celulosa en Uruguay determinó que las relaciones con Argentina atravesaran graves dificultades.

Como es sabido, pese a la afinidad previa entre el gobierno peronista y la primera administración frentista, la instalación de la planta de celulosa en Uruguay determinó que las relaciones con Argentina atravesaran graves dificultades.

Fue necesario un cambio electoral en esta última para que los vínculos comenzaran a normalizarse (por más que persiste un foco de tensión en la provincia de Entre Ríos). Por su lado, si bien con Brasil no se presentaron divergencias mayores en el período, la defensa del Mercosur por parte del país del norte nos dificultó la concreción de tratados de libre comercio. Tal el caso del acuerdo con EE.UU. donde se abandonó el proyecto dada la oposición surgida en el seno del propio Frente, apoyada a su vez en las negativas de Brasil y Argentina.

Si bien las condiciones internacionales han variado, ciertas actuaciones últimas del gobierno frentista parecen anunciar la posibilidad de renovadas dificultades de Uruguay con sus vecinos, fundadas en el mal manejo de las relaciones externas por parte de nuestro país que se empeña en actuar y luego consultar. Esta equivocada visión comenzó luego de la sustitución de Dilma Rousseff en Brasil y continúa hasta el presente.

El primer episodio de estas actuaciones no tuvo otra justificación que la defensa, por razones ideológicas del gobierno, del PT, tal como antes se hizo con el de Paraguay. Inmediatamente después de su sustitución, la Cancillería uruguaya, en una desgraciada declaración, manifestó que si bien la sucesión de Dilma Rousseff pudo justificarse jurídicamente, la misma resultaba injusta. A su tenor era evidente que nuestro país estaba realizando un juicio exclusivamente moral (en tanto aceptaba la validez jurídica de la operación, constitucionalmente prevista) que, como es natural, no agradó al recién accedido gobierno norteño, en lo que constituyó una reacción lógica frente a un enjuiciamiento ético impertinente, efectuado por un país extranjero. El incidente, agravado por otra manifestación también indebida del canciller, se zanjó o así pareció, mediante un pedido de disculpas por la parte uruguaya. Pero no dejó bien parado al país.

A continuación comenzó la inconclusa novela venezolana. Para Uruguay la presidencia del Consejo del Mercosur se transmitía automáticamente y le correspondía a Venezuela; los restantes socios alegaron que la situación política de este país no permitía ese pasaje y que al haber incumplido sus obligaciones como asociado, se encontraba descalificado para tal función. El asunto concluyó con la designación de un órgano transitorio de dirección y la abstención de nuestro país, que debió aceptar una decisión mayoritaria que pudo evitar.

Al tiempo recibimos una suave reprimenda del presidente argentino, quien sostuvo haber esperado de Uruguay, tradicional defensor de la democracia, posiciones más generosas hacia la oposición venezolana. Lo mismo se comentó en Brasil y Paraguay. Por más que días después refrendamos una moción instando a Maduro, ya pasado francamente a la contrarrevolución, a habilitar el referéndum revocatorio.

Bueno es preguntarse la razón que en su momento llevó a Uruguay a distanciarse de sus vecinos al defender al gobierno chavista cuando afronta la instalación de una nueva fábrica de celulosa y el gobierno brasileño ya no le es tan afín como anteriormente. ¿Por qué lo hace? Creo que la explicación, o una parte de ella, se encuentra en el propio Frente Amplio, donde su gran mayoría, hablamos del MPP y asociados, aunque no lo ejerzan, comulgan con el populismo venezolano en una obvia cercanía ideológica. Y lo explicó claramente su líder José Mujica, al ser entrevistado por la CNN en México, expresando que detrás de Maduro “hay un ejército medio chavista. ¿Qué quieren? ¿Que atropellen y se queden con el poder…? Yo aprendí una lección, no meterse de afuera. Es mejor respetar su soberanía y que siga Maduro a lo que pueda venir”. Por eso “hace un llamado al silencio”. Tal la tesis frentista. Callar y dejar hacer, cerrar los ojos y no hacer olas, aunque los venezolanos por enorme mayoría ya se hayan pronunciado y vean desconocidos sus derechos por parte de la minoría golpista en el gobierno. Si no es Maduro, será el ejército, dice Mujica. Mejor entonces lo malo conocido…

Aún cuando esta afinidad con Chávez y sus sucesores, que incluso no es propia de Vázquez, no sea la única razón de las diferencias que la administración frentista nuevamente comienza a marcar con sus vecinos. La delegación uruguaya regresa de China y asegura que antes del 2018 firmará un TLC con China. Adelanta que pese a que el Tratado del Mercosur pudiera impedirlo, cuenta con la dispensa de sus vecinos para hacerlo. Pero ellos lo niegan o lo ponen en duda. Aquí no militan, como en el caso venezolano, razones ideológicas que pudieran justificar las posiciones uruguayas. Comprensibles aunque no se compartan. Ni menos está en juego la unidad de la coalición. Hay solamente un interés económico. ¿Por qué entonces no practicar mayor cautela? ¿Por qué no adelantar esperanzas en lugar de atropellar con certezas?

Todo sucede al revés de lo esperable. Hacemos lo que menos nos conviene. Ante las primeras reacciones ajenas, la respuesta altiva, el comentario abrupto. La doctrina más recibida sostiene que el Art. 32 del Tratado del Mercosur impide, sin anuencia, cualquier TLC. Pero aún, si así no fuere, ¿podemos otorgarlo contra Brasil y Argentina? (I) ¿Estamos dispuestos, si ese fuera el caso, a abandonar el Tratado? ¿A enemistarnos con los vecinos y mudarnos de barrio? Y si no es así, ¿qué justifica tamaña altivez? Cuesta decirlo, pero parecería simple torpeza, gratuita, para peor. La misma a la que acudimos cuando pretendimos aleccionar al Brasil basados en razones ideológicas anacrónicas y mediante un pésimo manejo diplomático.¿Existe peor combinación?

(l) La reticencia de Macri sobre el TLC China-Uruguay se mantuvo sin cambios luego del encuentro del lunes último en Buenos Aires.

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Hebert Gatto

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