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Del orgullo a la vergüenza

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Através de una nota publicada el domingo en El País, nos enteramos de que el mes próximo se cumplen 120 años de la inauguración de la Estación Central General Artigas.

Através de una nota publicada el domingo en El País, nos enteramos de que el mes próximo se cumplen 120 años de la inauguración de la Estación Central General Artigas.

El majestuoso edificio, construido por el ingeniero italiano Luis Andreoni, fue un ícono de Montevideo durante décadas. Al momento de su inauguración, en 1897, interpretaba el espíritu de un país que apostaba a crecer y desarrollarse aún en medio de un complejo panorama político y económico. Su edificación, comenzó en 1892, en momentos en que el país vivía las consecuencias de una de las crisis financieras y económicas más dramáticas de su corta historia. En 1890, el Banco Nacional había quebrado y el desplome de los precios de las materias primas que exportaba Uruguay eran el marco de aquel país de tan solo 600 mil habitantes, de los cuales algo más de 200 mil vivían en Montevideo.

La situación política era además compleja. La revolución de 1897 estaba en curso y el presidente de la República, Juan Idiarte Borda, se negaba a alcanzar un acuerdo con las fuerzas revolucionarias encabezadas por Aparicio Saravia y Diego Lamas.

El panorama no fue obstáculo para que el 23 de junio quedara habilitado el soberbio edificio, que sobresalía en una ciudad de construcciones de baja altura. Entonces, la casi totalidad de los servicios de ferrocarril eran explotados por capitales ingleses. La situación se prolongó hasta 1947, cuando el Estado se hizo cargo de ellos como forma de pago de las cuantiosas deudas que Inglaterra contrajo con el país por las exportaciones de carne y lana durante la Segunda Guerra Mundial. Nació entonces AFE y fue el comienzo de un lento y constante deterioro del servicio de trenes de pasajeros y de carga.

En enero de 1988, el gobierno de Julio María Sanguinetti suspendió los servicios de trenes de pasajeros, ante las enormes pérdidas que arrojaban. Mantuvo los trenes de carga. En la Estación Central permanecieron las oficinas de AFE. En 1996, (un año antes que cumpliera sus cien años de vida), el edificio, que ya mostraba un importante deterioro, pasó a ser el buque insignia del denominado Plan Fénix; un proyecto pergeñado por el segundo gobierno de Sanguinetti que planteaba la revitalización de la Aguada. La Estación pasó a manos del Banco Hipotecario (BHU). Del Plan Fénix solo se concretó la construcción de la Torre de Antel.

En 2001, la empresa Glemby S.A. llegó a un acuerdo con el BHU, para hacerse cargo de la Estación Central y transformarla en un centro comercial y cultural. Nada de eso sucedió. El deterioro del edificio y de su entorno, se profundizó. Su galería se convirtió en dormitorio y letrina de indigentes. Las estatuas de su frente fueron destrozadas a martillazos. El edificio debió ser cercado con alambres y vallas de acero.

En 2011, Glemby demandó al BHU por incumplimiento de contrato y exigió una indem-nización que superaba los US$ 1.000 millones. La situación quedó zanjada en 2015 cuando la Suprema Corte de Justicia, falló a favor del Estado.

Transcurrieron 20 años del cierre de la Estación Central. El 23 de junio se cumplirán 120 años de la llegada del primer tren al soberbio edificio de la Aguada. Nacía entonces un símbolo que enorgulleció a la ciudad. Hoy, la Estación Central sigue siendo un emblema. Sí, pero de la desidia del Estado y de cómo trata el patrimonio histórico nacional. Antes los montevideanos estaban orgullosos de su terminal de ferrocarriles, hoy sienten vergüenza.

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Diego Fischer

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