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Optando por lo peorcito

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Se leyó en El País: “Al grito de ‘¡acá en el Uruguay manda el Frente Amplio y vamos a hacer lo que queremos, mándense a mudar, no queremos extranjeros!’, los sindicalistas de la construcción hicieron sentir su presión a trabajadores bolivianos en Salto” que montaban la planta de energía eólica La Jacinta.

Se leyó en El País: “Al grito de ‘¡acá en el Uruguay manda el Frente Amplio y vamos a hacer lo que queremos, mándense a mudar, no queremos extranjeros!’, los sindicalistas de la construcción hicieron sentir su presión a trabajadores bolivianos en Salto” que montaban la planta de energía eólica La Jacinta.

La misma crónica daba cuenta de que el Sunca incumplió “una orden judicial de desocupación de la planta, dispuesta después de una solicitud de amparo de 125 trabajadores de distintas nacionalidades contratados por su especialización”.

A esto hemos llegado. El Uruguay abierto a quienes quisieran venir a trabajar ha devenido tierra inhóspita, egoísta, capaz de, en nombre de un sindicato, espetarle insolencias al prójimo. El Uruguay orgulloso de su legalidad y obediente al imperio de los Jueces se nos hunde en el desacato a la Justicia, a la policía, al orden público y al buen gusto; y hasta vuelve a soportar que el Poder Ejecutivo, tras ser condenado a pagar lo que manda la ley, anuncie más retorcijones para chicanear la deuda con los judiciales.

En un muro de ANEP se escribió: “No ser maestros al servicio del privilegio. Seremos maestros al servicio del pueblo”.En el país de la laicidad como expresión de respeto a la persona del alumno, hay quienes impúdicamente llaman a que el enseñante traicione la imparcialidad y abrace una guerra de clases ideologizada.

La nación que se enalteció por igualar las posibilidades de sus hijos -el pueblo- con la enseñanza pública laica, gratuita y obligatoria se paraliza en debates presupuestales y sindicales. Y a los futuros maestros se los llama a no servir el privilegio, olvidando que nadie se emancipa desde la ignorancia y que lo que más nos impide ser una nación desarrollada -capitalista o socialista, pero cultivada y creadora- es la quiebra de la gramática, las matemáticas y el supremo arte de sentir y pensar en orden. ¿O acaso mantener penosos fracasos en Primaria y Secundaria no es el mejor modo de impedir el ascenso de los desvalidos para quienes la educación es su mejor esperanza? En la campaña electoral montevideana, la yunta Mujica-Topolansky destrató bajamente a los candidatos de la Concertación. Allá tuvieron que salir ellos, cada uno con su estilo -lo de Novick será inolvidable-, a demostrar que más allá de los votos, sienten la necesidad de rescatar la dignidad republicana del fango y la ordinariez en que algunos se empeñan en sumirla.

Pues bien. No pasemos distraídos ante esta ristra de muestras gratis que nos imponen tragar una dosis diaria de extravío, en nombre de un socialismo entreverado con el empresariado internacional y peleado con las raíces de libertad y fraternidad que le dieron alma a la nación.

En nuestro suelo se batalla hoy por el destino del hombre. Mientras en el mundo el fanatismo mata por religión, en el Uruguay, esa salvajada felizmente no resulta imaginable. Pero hace demasiados años que muchos aceptan, con indiferencia y pereza, que se levanten muros de incomprensión que nos vedan pensar con el otro, al que se moteja de ajeno, extranjero, privilegiado o enemigo de clase.

Esta maleza encasilla y acalla. Todo lo contrario de lo que hace falta, que es pensar en voz alta y construir coincidencias desde la libertad, en vez de sub-vivir en la servidumbre mental. Si no tomamos ese camino, se seguirá optando por lo peor.

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Leonardo Guzmán

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