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Opio de progres

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La corrección política es el opio de los progres. Al lado del liceo que se encuentra en la intersección de las avenidas Batlle y Ordóñez y Rivera, han pintado en un gran muro: “Respeto a todos y todas: ¡no a los piropos!” No puedo menos que evocar con nostalgia cuando en mis años mozos, salíamos a grafitearlos con consignas contra la dictadura, el avasallamiento de los derechos humanos y la corrupción. Debo de estar muy viejo, pero ¡cuánto han cambiado algunas prioridades!

La corrección política es el opio de los progres. Al lado del liceo que se encuentra en la intersección de las avenidas Batlle y Ordóñez y Rivera, han pintado en un gran muro: “Respeto a todos y todas: ¡no a los piropos!” No puedo menos que evocar con nostalgia cuando en mis años mozos, salíamos a grafitearlos con consignas contra la dictadura, el avasallamiento de los derechos humanos y la corrupción. Debo de estar muy viejo, pero ¡cuánto han cambiado algunas prioridades!

Todo bien con la nueva agenda de derechos. Combatir el machismo, el racismo y la xenofobia es más que compartible. Pero detrás de tan noble objetivo, a veces se les va la moto. Un académico se escandalizó porque en un boliche de Pocitos habían escrito con tiza “No dogs or mexicans allowed” y desató una masiva protesta por twitter. De acuerdo: no todos tenían por qué entender que se trataba de una referencia humorística a una película de Tarantino. Pero una vez que el dueño del local pidió disculpas por el mal chiste, borró lo que había escrito y explicó que nunca discriminó a nadie, ¿no alcanzaba con olvidar el asunto y pasar a otro tema?

Las autoridades municipales actuaron con una celeridad inédita. Le enviaron un cedulón por incumplimiento de la ley contra el racismo y la xenofobia y le reclamaron la habilitación de bomberos, con la presumible intención de clausurar el local. Ojalá hubieran sido tan eficientes y rigurosos en exigírsela a los propietarios del hogar de ancianos donde, hace un año, un incendio provocó siete víctimas fatales. Pero así opera la corrección política: hay que rasgarse las vestiduras ante un escandalete pueril que se cocina en el caldo de las redes sociales, pero nunca hay tiempo para prevenir lo verdaderamente grave.

¿Por qué en la Intendencia muestran tanta sensibilidad frente a estas tonterías y en el gobierno nacional dejan que se les escape la tortuga en temas fundamentales, como la vergüenza de que existan 142.000 jóvenes que no estudian ni trabajan?

He leído opiniones de connotados intelectuales de izquierda como Hoenir Sarthou y Alma Bolón, en el sentido de que esta fantasmada de la corrección política sería una estrategia impuesta por los EE.UU. para acallar las demandas de los países dependientes, con el placebo del “todos, todas y todxs”.

Pero no creo en las teorías conspirativas. Prefiero suponer que este sarampión proviene de una pereza intelectual y moral, que reduce el debate al nivel de la obviedad más ramplona y escamotea la verdadera responsabilidad en el ejercicio de gobierno: acompañar la prédica de la tolerancia con un riguroso estímulo al pensamiento crítico y la formación cultural humanista.

En un país donde se protegen por ley todas las orientaciones sexuales e identidades de género, así como cualquier raza, credo y nación, el gobierno se demora actuando como policía de conciencias descarriadas (la de aquel organizador de milongas a quien invitaron a reprogramar sus tabúes en un taller de género), de humoristas que se burlan de las suegras (el inefable concurso de la intendencia canaria que premiaba solo a quienes hicieran reír sin discriminar), o este fan de Tarantino y su chiste malo.

Deberían mostrar el mismo celo en evitar que los chiquilines más vulnerables lleguen al liceo con carencias de lecto-escritura o que deserten del sistema en proporciones oprobiosas. Y ya que entienden que las farmacias deben vender algo más que medicamentos, sería mejor que las usaran para repartir libros.

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Álvaro Ahunchain

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