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Nuevo horizonte

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Nin Novoa definió sobriamente que el Uruguay “no debe caer en la tentación de privilegiar la política sobre el derecho”. Se despegó de Mujica, para quien -lo recordamos todos- “la política está por encima del Derecho”.

Nin Novoa definió sobriamente que el Uruguay “no debe caer en la tentación de privilegiar la política sobre el derecho”. Se despegó de Mujica, para quien -lo recordamos todos- “la política está por encima del Derecho”.

El hoy senador salió al cruce. Arguyó que sus palabras nacieron porque el Senado paraguayo impedía a Venezuela ingresar al Mercosur. Y profirió: “Con un criterio cotidiano, común, de estudiante de liceo… establecemos un sistema de Derecho para movernos. Ahora, en un plano de apreciación profunda de la historia… cada revolución es fuente de derecho”. Ahora está claro: el exabrupto no fue provocado por el contexto. Surgió de una convicción arraigada. Es el calco de las rancias “doctrinas” golpistas de izquierda o derecha -que en eso los extremos se tocan.

El argumento de mutación histórica del Derecho no es un comodín al que pueda echarse mano cada vez que se sienta a la legalidad como un tropiezo y no como un mandato. En labios de un gobernante -actual o pasado- viola la Constitución que juró defender.

Lo cual, por comparación, ¡vaya si justifica el suspiro de alivio y esperanza que oxigena este minuto del país!

Al exmandatario solo le reconocemos el mérito -común a todos los gobernantes desde 1985 a la fecha- de haber respetado la libertad. Eso sí: su etapa marcó el récord de tolerancia ciudadana para el máximo de disparates y desaliños que puede soportar la representación democrática. El liberalismo de espíritu -que sigue palpitando en todos los partidos- superó un largo electrocardiograma de esfuerzo.

Por lo demás, la mera tolerancia acostumbra a oír al otro sin preocuparse por entenderlo, sin pensar, sin atenderle la parte de verdad que, aun en su verborrea o insania, pueda aportar. En 1918, la Constitución estableció la prioridad de la personalidad humana por sobre el texto de su propia declaración de Derechos, Deberes y Garantías. En el siglo corrido desde entonces dejamos de oír a nuestros grandes teorizadores del diálogo -Rodó, Vaz Ferreira, Ardao- pero las tragedias del mundo proyectaron maestros -de Freud y Wittgenstein a Bingswanger, de Frankl a Jaspers y Foucault- que enseñaron a escuchar los mensajes del desajuste, y aun de lo chocante y lo ridículo, pero no para ensalzar disparates, medirles el rating y explicar su resonancia electoral, sino para reorientarlos con un discurrir ordenado, que coloque lógica -logos- y construya ideas claras sin ánimos de guerra interna que arramblan el equilibrio personal y jaquean al sentido común.

Hemos aprendido que no se trata de llamar a la diosa Razón para que baje del Olimpo a aplicar la guillotina con que la ensangrentó un Robespierre.

Por eso, hay que asumir la función reflexiva y creadora propia de nuestra condición humana para llevar a buen destino también al viandante díscolo, integrándolo a la faena de entender, espiritualizar y resolver.

Mientras algunos se dedican a explicar por qué Mujica tiene imagen afuera y otros otean cómo va a relacionarse “su” bancada con el recién ungido presidente Vázquez, a nosotros debe preocuparnos la necesidad de llenar los odres de ideas, para que el Uruguay sea tan socialista o capitalista como desee su pueblo, pero desde un Estado de Derecho cimentado sin pujos extremistas y sin una mitad contra la otra. ¡Menuda faena nos espera!

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Leonardo Guzmán

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