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Nostalgia ¿por qué?

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La Noche de la Nostalgia es mucho más que un festejo gastro-bailable rodeado de prevenciones antialcohólicas. Desbordando la música de antaño, convoca a todas las generaciones. Iniciativa de Pablo Lecueder lanzada al viento desde el micrófono, es uno de los inventos uruguayos que prueban que en el principio sigue estando la idea, el discurrir, el logos. En suma: el Verbo.

La Noche de la Nostalgia es mucho más que un festejo gastro-bailable rodeado de prevenciones antialcohólicas. Desbordando la música de antaño, convoca a todas las generaciones. Iniciativa de Pablo Lecueder lanzada al viento desde el micrófono, es uno de los inventos uruguayos que prueban que en el principio sigue estando la idea, el discurrir, el logos. En suma: el Verbo.

A cuatro semanas de la primavera, anualmente le damos patente social y alegre a un sentimiento íntimo y triste. Nostalgia es “pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos”, es “tristeza melancólica por el recuerdo de una dicha perdida”, es añoranza. Será por eso que con el recuento policial de las espirometrías, la Noche de la Nostalgia se esfuma hasta el año que viene… pero la nostalgia nos queda.

¿Remembranzas de un paraíso perdido inscripto en el ADN uruguayo? No. Todos guardamos en la memoria la troja de problemas con que nos levantamos desde siempre. El vaivén de la coyuntura económica no es novedad, pues en PBI nunca fuimos campeones. Y en el pasado, muchas veces conocimos el sufrimiento por causas de justicia y libertad.

¿Repudio político por el gobierno de otro lema? Tampoco. La alternancia es connatural a la democracia. Tras soportar la más cruenta dictadura de nuestra historia ¿cómo no oír y respetar al adversario y cómo desearle desgracia, cuando por mandato ciudadano es llamado a ejercer los poderes -limitados y transitorios- que confiere el Estado de Derecho?

¿Rencor clasista? Menos. La República se funda en la persona, a la que no mira como un producto de una clase y a la que no define por su pertenencia de origen, porque apuesta al aleteo anímico -espiritual- que llama a cada uno a elevarse por encima de sus circunstancias.

Lo que nos envuelve en nostalgia es comprobar cómo cayó la cultura que -siempre necesitada de reformas- construimos cuando la educación era cuna de filosofía y siembra de idealidad, sin exhibirse como campo de luchas dinerarias sin cuartel. Constatar que ni la inseguridad ni los déficits mueven a renuncias ministeriales por pudor. Confirmar que la guerra de clases lleva a que el Estado ande a los bandazos entre las corporaciones de intereses, en vez de convocar a servir ideales públicos por encima de lo sectorial. Corroborar que la bonanza económica de los años recientes se acompañó por caída de la conciencia institucional y empobrecimiento cultural a mansalva. Ver que el Poder Ejecutivo, haciendo lo que no anunció en campañas electorales, pierde pie al usar la declaración de esencialidad fuera de madre y a contramano de la Constitución y la OIT.

Todo eso, y mucho más, integra el repertorio de un país que, en vez de poner en valor las regiones cultas de su mejor idioma, imita la cholulez porteña y la inscribe en el lenguaje de letrina que, acuñado por un expresidente sin frenos, ahora salpica a los medios de difusión.

A seis meses de asumir, en la sacra Piedra Alta al presidente lo abuchean y en la democrática escalinata del Palacio Legislativo al vicepresidente lo denuestan. Los mismos que los votaron.

Se impone, pues, buscar, entre todos, una nueva síntesis que no procure reconstruir el pasado y convierta a la nostalgia en humus liberal para el porvenir.

De modo que no se quejen de intolerancia unos gobernantes que construyeron su poder manteniendo, alegremente alimentados, a militantes duchos en insultar y agredir al discrepante.

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Leonardo Guzmán

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