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No es para menos

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Me dan miedo esas tropas norcoreanas que desfilan con la precisión de un mecanismo motorizado, mezclando flores con misiles inmensos, repitiendo por miles los rostros, los peinados, los sombreros, los pañuelos, cual cintas de montaje del sistema fordiano.

Me dan miedo esas tropas norcoreanas que desfilan con la precisión de un mecanismo motorizado, mezclando flores con misiles inmensos, repitiendo por miles los rostros, los peinados, los sombreros, los pañuelos, cual cintas de montaje del sistema fordiano.

Me dan miedo sus miradas embelesadas hacia ese líder que consideran un dios. No puedo dejar de mirar hacia las manos de los ministros y mandos medios que lo acompañan, para corroborar -con un escalofrío- que todos, invariablemente, llevan una libreta pequeña y un bolígrafo en la mano. Porque están atentos a sacar apuntes, dado que todo lo que el gran líder diga puede ser una revelación divina. “No me gusta ese color, remuévalo”, puede ser interpretado como un guiño cósmico o como la pista de un sistema de explicación del mundo y de la vida.

No menos terror me produjo ver en un balcón al jefe de un imperio democrático (eso es algo que siempre me generó desconfianza), acompañado de un señor disfrazado de conejo y una primera dama que también parece salida de una cinta de montaje (pero en este caso de muñecas de cintura estrecha y cabello largo), recordando el contenido esperanzador de la Pascua Cristiana, a la vez que amenazaba con más bombas XL.

Abrir el diario hace tres días también me produjo esa sensación de puño cerrado en el estómago: la vieja Turquía, la república democrática que en 1923 Mustafa Kemal Atatürk unificó por medio de la secularización, haciendo de la religión una opción personal y privada, le dio plenos poderes a un Erdogán abiertamente musulmán. Un Erdogán que rompe a la vez con la democracia, con Occidente y con la modernidad, mientras clausura medios de prensa, reprime opositores y proyecta revivir la pena de muerte, sin dejar de seducir a millones con su oratoria y un magnetismo que -dicen- posee en grado superlativo. Un Erdogán que tiene en sus manos una llave vital, la del pacto migratorio firmado entre Turquía y la Unión Europea hace un año, que redujo enormemente las llegadas de refugiados y migrantes desde las costas turcas a las griegas. De él depende que se mantenga cerrada la puerta que -de abrirse- puede meter al mismísimo infierno dentro del espacio europeo. El país-puente entre Europa y Asia, el aliado de la OTAN, tiene además relaciones misteriosas y cercanas con Rusia, la de Putin, la que siempre codicia la salida al Mediterráneo, la que sigue siendo rival de Estados Unidos, aunque la Guerra Fría haya terminado.

Hoy es seguro que volveré a sentir miedo de los titulares de prensa: ¿habrá un baño de sangre en Venezuela? ¿Cuánta deberá correr para que se recupere el rumbo, existiendo -como existe- una brecha política tan honda, un discurso hacia el otro de tal agresividad y exclusión?

Sé que los medios manejan nuestras agendas de conversación y por ende de preocupación, pero también sé que no estamos ante operativas de distracción ni de procesos inflacionarios de esos que siempre buscan el suceso detrás del acontecimiento. Hay realmente un aire enrarecido que, como un fantasma, recorre Europa.

Mientras el epicentro de Occidente enfrenta tales desafíos, nuestro continente reedita la inestabilidad que estigmatizó a América como tierra de desbordes políticos y pobrezas varias.

Sinceramente, no creo ser medrosa. Es que no es para menos.

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Ana Ribeiro

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