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¡Y el yo no les grita!

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Conocidas las malandanzas del Vicepresidente de la República con la tarjeta de crédito de Ancap, el gobierno y sus acólitos proclamaron que iban a esperar el pronunciamiento del Tribunal de Ética del lema encaramado en el poder.

Conocidas las malandanzas del Vicepresidente de la República con la tarjeta de crédito de Ancap, el gobierno y sus acólitos proclamaron que iban a esperar el pronunciamiento del Tribunal de Ética del lema encaramado en el poder.

Revelado que ese tribunal intestino se pronunció contra las compras domésticas que el ciudadano Raúl Sendic hizo con dinero de la empresa de todos, la noche moral se nos iluminó con lo que parecieron fuegos de sacra indignación. Pero el sistema los degradó enseguida, hasta convertirlos en inocuos fuegos artificiales, de esos que nada queman y se apagan solos: ¡mandó el tema a un Plenario, hasta ahora sin fecha, de modo de dar espacio para cabildeos en busca de milagros salvadores o consensos a fórceps!

Entretanto, no pasa nada. Nadie levanta la voz. Nadie da un puñetazo a la mesa. Los espíritus independientes que llaman a limpiar -se llamen Valenti o Sarthou o Salle- se estrellan contra un régimen interno de decisiones sin sangre, voz neutra y cara de póquer.

Comprobado primero que fundió Ancap y después que hasta un colchón pagó con plata del pueblo, a Raúl Sendic lo protege un cordón no sanitario hecho de indiferencia, análisis y palabras que lleva el viento.

Al elenco gobernante le faltan fuerzas y decisión para defenestrar -en sentido propio: echar por la ventana- al alto cogobernante altamente infiel. Pero en las mismas horas y en el mismo gesto corporativo, le sobra coraje para sujetarles el brazo a los demás gobiernos del Mercosur e impedirles cumplir el deber moral de enfrentar los horrores de Nicolás Maduro, uno de los dictadores más desembozados y crueles de los tiempos modernos. Para bajar al Uruguay de la secular honra de oponerse a todos los tiranos, igual ahora con Venezuela que antes con la Cuba de los Castro, para eso hacen horas extras.

El cuadro no puede ser más deprimente. Y sin embargo, hay algo peor aún.

Este modo desgraciado de no responder con rectitud y fiereza e identificarse con el maula del tango -“que ante el insulto callaste”- es el fruto sazonado de la ideología que une al lema de gobierno por encima del marxismo de unos y el empresismo de otros. Imbuidos de la certeza de cumplir un papel histórico -por el mesianismo de una clase social que desemboca en el amor por el poder de ellos mismos-, endurecen todos los resortes del yo, que queda disuelto en el colectivo.

La historia, maestra elucidante pero golpeadora de las almas, nos está mostrando los límites a que lleva esa despersonalización: el reduccionismo funcionalista termina por dejar afuera el yo. Es que el yo se hace tanto más fuerte cuanto más esferas abarca y más alerta responde; y correlativamente, se torna tanto más débil cuanto más se rebaja al promedio de la mirada de los demás.

La sociología materialista del hombre-producto, determinado y manejable como el perro de Pavlov, ha reemplazado en el gobierno a la visión humanista del hombre autor de sí mismo, capaz de construirse por libertad con un sí y de jugarse personalmente en la condena al robo.

A esto nos llevó la consagración institucional del vaciamiento del yo.

La consecuencia está a la vista: hemos perdido la garantía constitucional de la conciencia cívica, virtud ciudadana.

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Leonardo Guzmán

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