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Naranjos y vanidades

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Por algunos meses disfrutaré del privilegio de investigar en el Archivo de Indias, en Sevilla. Para llegar a sus instalaciones, camino a diario por callecitas bordeadas de naranjos que, en este febrero asombrosamente cálido, están cuajados de fruta. No me dirijo al edificio central del Archivo, en realidad, sino a la Cilla.

Por algunos meses disfrutaré del privilegio de investigar en el Archivo de Indias, en Sevilla. Para llegar a sus instalaciones, camino a diario por callecitas bordeadas de naranjos que, en este febrero asombrosamente cálido, están cuajados de fruta. No me dirijo al edificio central del Archivo, en realidad, sino a la Cilla.

El edificio del Archivo fue, originalmente, creado para albergar a la Lonja de mercaderes de una pujante Sevilla comercial, en el siglo XVII. El precioso edificio estuvo terminado cuando comenzaba -fatal coincidencia- el declive sevillano y se efectuaba el traslado del epicentro del comercio a Cádiz, por lo cual se le dio un nuevo destino: albergar la profusa documentación de América. La Cilla es un edificio vecino, en el cual trabajan los investigadores. Descansa sobre un paño de la muralla del Alcázar y la documentación llega a manos de los investigadores, en legajos de cartón fríos al contacto, porque se guardan a una temperatura que preserve el papel y la tinta.

Investigadores de todo el mundo pueblan la sala de lectura. A media mañana se produce una suerte de éxodo hasta una cafetería cercana, en pos de tostadas con aceite de oliva y un café. En medio de comentarios sobre el Virreinato, el Apostadero Naval o la esclavitud en la Cuba del XIX, alguien lanza una consigna: “Esta noche hay que ver los Goya”.

Obediente, me siento frente al televisor, en cita con el cine español. Penélope Cruz va con un vestido palabra de honor color negro, Vargas Llosa lleva a Isabel Preysler del brazo y Juliette Binoche está sentada junto a Tim Robbins. “Truman” y Darín son los grandes premiados. Hay aplausos, discursos emotivos, pero pese a sus carismas y atuendos fueron casi opacados por otros actores presentes en la sala: los políticos de ese diálogo que no cuaja, los representantes de los partidos que no logran destrabar el actual interregno. “Nunca hubo tantos políticos en la gran fiesta del cine español”, rezan los titulares al día siguiente. Pedro Sánchez del PSOE; Albert Rivera de Ciudadanos; Pablo Iglesias, de Podemos; el presidente del Congreso, Patxi López. El presentador llegó a bromear imaginando un “Pacto de los Goya” y ofreciéndoles una salita detrás del escenario, para concretarlo. Ellos no desaprovecharon las cámaras y micrófonos disponibles y prometieron bajar el IVA cultural, que el PP subió hasta el 21%.

De pronto el clima se solemniza y la música se torna más sombría: es el turno de recordar a los fallecidos del mundo del espectáculo en 2015. Entre los rostros veo uno que bien conozco: Antonio Larreta. El talentosísimo actor, escritor, crítico de cine y teatro, recibe su adiós en la gala de los Goya, premio que se le otorgó en 1992 por el guión de “El maestro de esgrima”. Larreta se exilió en España entre 1972 y 1985, años en que escribió la novela “Volavérunt” (premio Planeta), colaboró con los guiones de las películas “Los santos inocentes” y “La casa de Bernarda Alba”, y con la inolvidable “Las cosas del querer”, además de guionar la popular serie televisiva “Curro Jiménez”, protagonizada por el también uruguayo Sancho Gracia. No pude evitarlo, en el café de media mañana del lunes siguiente me di corte con Antonio Larreta. También con el sistema de partidos uruguayos y con la foto de la reunión del presidente Vázquez con los expresidentes. Los nacionalismos encierran vanidades, a qué negarlo.

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Ana Ribeiro

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