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La muerte de un tirano

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La muerte de Fidel Castro fue una noticia que impactó, pero no una sorpresa, dado que andaba por los noventa y desde hacía un tiempo no se le veía, habiéndole traspasado el mando a su hermano, como si de una monarquía se tratara.

La muerte de Fidel Castro fue una noticia que impactó, pero no una sorpresa, dado que andaba por los noventa y desde hacía un tiempo no se le veía, habiéndole traspasado el mando a su hermano, como si de una monarquía se tratara.

Lo que si sorprende es la sarta de pésames, de boca no solo de sus seguidores a ultranza, a los que ya se sabe que nada les abre la cabeza, sino de cierta gente que debería haber sido más precisa y justa. Mandatarios, políticos, periodistas, etc. que al referirse al fallecido, lo hicieron llamándolo Presidente, además de otras alabanzas. Como si no se atrevieran a tildarlo de lo que en realidad fue durante más de medio siglo; un DICTADOR. Así, con mayúscula. Como si el lenguaje políticamente correcto los amordazara o por aquello de que los muertos se vuelven todos buenos. Porque nadie medianamente instruido y sin anteojeras ideológicas, puede ignorar u olvidar la opresión ejercida por ese régimen durante décadas.

En Latinoamérica, donde dictadores y dictadorzuelos han proliferado, (ahora se disimulan con ropaje seudo democrático) el cubano se consagró como decano en la materia. Ni el execrado Pinochet, el vituperado Stroessner, el deleznable Trujillo o las Juntas de Comandantes a ambas orillas del Río de la Plata, ocuparon el poder por tanto tiempo. Basta para darse una idea del tiempo transcurrido, hacer una comparación con los 11 presidentes que ha tenido la democracia estadounidense en dicho período, desde Eisenhower a Barack Obama, hasta que la edad lo obligó a cederle el lugar a Raúl, familiar y cómplice en esta larga tiranía. Sencillamente, un cambio de manos en el férreo control del pueblo cubano que cayó en la trampa de creer que recobraría la libertad tras el derrocamiento de Fulgencio Batista.

Aquel movimiento revolucionario fue copado sin piedad alguna por Fidel, una persona de peligrosa maldad que no titubeó en fusilar o encerrar en infra humanas condiciones, a cualquiera que lo cuestionara, caso de su compañero de armas Huber Mattos. A quien tuve oportunidad de conocer cuando finalmente quedó libre y pudo contar su dramática historia en un libro. Convertido ya en un anciano, enfermo gravemente de los pulmones, tras haber pasado más de 20 años en un ínfima celda adonde iban a dar lo humos de las calderas de la prisión. El comandante Camilo Cienfuegos quien murió en un extraño accidente, las decenas de miles que cayeron fusilados en el paredón y hasta el tan legendario como sanguinario Che Guevara, enviado a Bolivia, donde seguramente encontraría la muerte. Cualquiera que no se entregara por completo a su dominio estaba condenado, incluidos los que habían luchado igual que él, en lo que resultó ser una trágica quimera.

Pues los cubanos nunca recuperaron la libertad. En cambio, Cuba fue el laboratorio de este marxista-leninista, dispuesto a imponer por la fuerza, con absoluta prescindencia de los deseos de la gente o el respeto de los derechos individuales, un proyecto absolutista de acuerdo a sus dictados y solo los suyos. Proyecto hábilmente enmascarado en una búsqueda de la felicidad, en la consecución del “hombre nuevo”. Una farsa muy alejada de la verdad, que arruinó al país, aferrándose a la URSS para sobrevivir como nación supuestamente independiente, hasta que la potencia rusa implosionó. Por suerte encontró luego un discípulo como Chávez, lleno de petrodólares. Cuando la opulencia del venezolano empezó a decaer, por ese motivo y ninguno más altruista, su hermano se volvió hacia Estados Unidos, encontrando en Obama el amigable interlocutor que le hacía falta.

Lo que si merece un felicitado es la eficacia de su propaganda. Gracias a ella vendió con éxito su falso discurso y los sueños que terminaron en sangre y sufrimiento, allí donde encontraron algún eco, tal como sucedió en nuestro propio país y muchos otros de América Latina, a los cuales no solo enviaba sus inflamados e interminables discursos, sino armamento y adiestramiento.

Hay dos emblemas que maneja el castrismo, la medicina y la educación. Sin embargo, son muchos miles los que han huido de ese mentiroso paraíso, hasta corriendo peligro de vida. Los desgarramientos familiares son parte de esa historia y los médicos se utilizan como escuadras propagandísticas enviadas a diversas naciones, que viven constantemente vigilados y cuya paga va a parar al Estado en un 80%. Más allá de que se trate de medicina antigua, (como la cirugía de cataratas aplicadas en Uruguay) ya que al encontrarse aislados y pobres, es imposible estar al día con los adelantos mundiales. Si se piensa que van varias generaciones que no han conocido la libertad ni escuchado otra cosa que la prédica marxista y los soplones que trabajan para el gobierno no han desaparecido, no extraña que hayan sido muchos los que salieran a acompañar el paseo fúnebre de quien rigió sus vidas durante tanto tiempo.

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Julia Rodríguez Larreta

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