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Morir de burocracia

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La historia era como para pararse y aplaudir. Un chico inteligente y sensible, buen estudiante de Economía, decide dar un giro a su vida porque quiere una sociedad mejor. Se ha dado cuenta de que la crisis educativa es la gran hipoteca que pesa sobre los uruguayos, y quiere ayudar a superarla. Entonces posterga la carrera que le hubiera asegurado un cómodo futuro y se inscribe en Magisterio. Pronto se recibe y opta por empezar su carrera de maestro en una escuela rural.

La historia era como para pararse y aplaudir. Un chico inteligente y sensible, buen estudiante de Economía, decide dar un giro a su vida porque quiere una sociedad mejor. Se ha dado cuenta de que la crisis educativa es la gran hipoteca que pesa sobre los uruguayos, y quiere ayudar a superarla. Entonces posterga la carrera que le hubiera asegurado un cómodo futuro y se inscribe en Magisterio. Pronto se recibe y opta por empezar su carrera de maestro en una escuela rural.

Sauce de Solís es un paraje a 10 kilómetros de Solís de Mataojo, en el Departamento de Lavalleja. Hasta allí llegó Francisco Bliman, a hacerse cargo de una escuela con apenas doce alumnos y muchas carencias.
Durante todo el año 2013 trabajó con compromiso y seriedad. Se esforzó por responder a las necesidades de ese único grupo de alumnos que iba desde los 4 hasta los 14 años. Visitó a los padres y entabló lazos con la comunidad. También buscó enriquecer la propuesta educativa. Organizó excursiones de pesca, llevó a sus alumnos a recorrer Montevideo, organizó un viaje a Cabo Polonio para que conocieran el mar. Paralelamente buscó el apoyo de algunos empresarios, cuyas donaciones permitieron comprar equipamiento y sumar un docente de inglés, otro de música y una maestra dedicada a los más chicos. La vida en Sauce de Solís cambió mucho en 2013. Y para bien.

Hay en esta historia mucho de lo que hace falta para superar la crisis de nuestra educación. El país necesita que los centros de formación docente se llenen de jóvenes con alto perfil educativo y capacidad de trabajo autónomo. Los centros de estudio necesitan docentes y directores que se involucren con la comunidad, dialoguen con los padres y sepan captar y gestionar apoyos externos. La malla curricular debe enriquecerse con propuestas que rompan la rutina y proporcionen a los alumnos herramientas para mejorar sus vidas. Pero la gran máquina burocrática se encargó de arruinarlo todo. Desde que empezaron las actividades fuera del aula, la inspección departamental empezó a poner objeciones. La incorporación de nuevo personal a una escuela unidocente fue vista con sospecha. Y finalmente, a principios de 2014 ocurrió la gran catástrofe: la escuela de Sauce de Solís, que se había vuelto más atractiva, fue elegida por otro maestro. Pese a la voluntad expresa de los padres, el maestro Bliman se tuvo que ir.

Pese a la frustración del momento, su reacción fue constructiva: quiso que sus ex-alumnos no perdieran nada, de modo que pidió a los donantes que siguieran apoyando. Ellos se mostraron dispuestos a hacerlo, con la única condición de que él siguiera vinculado por la vía de una fundación u otra solución semejante. Después de todo, los donantes confiaban en el maestro, no en el sistema. Pero la inspección departamental se opuso y todo se bloqueó.

Así es como nuestro sistema educativo se va muriendo de burocracia. Todo se limita a aplicar un conjunto de reglas muy malas (como la que dice que un maestro interino debe dejar su escuela si otro la elige, aunque los padres no quieran) sin que nadie se haga cargo de los resultados. Los chicos de Sauce de Solís tuvieron una oportunidad que acaba de desaparecer, pero eso no va a afectar la carrera funcional de la inspectora departamental. De hecho, los ciudadanos ni siquiera conocemos su nombre. Ella no nos rinde cuentas, ni tampoco sus superiores.

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Pablo Da Silveira

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