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Estado y Mercado

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Revisitando una vieja disputa, a partir del libro de un economista francés: J. Tirole, (Economie du Bien Commun), afirma que la disputa por extremos, (economía por órdenes vs. mercado totalmente libre), es absurda e inútil. Lo que se puede debatir refiere a situaciones mixtas, a grados.

Revisitando una vieja disputa, a partir del libro de un economista francés: J. Tirole, (Economie du Bien Commun), afirma que la disputa por extremos, (economía por órdenes vs. mercado totalmente libre), es absurda e inútil. Lo que se puede debatir refiere a situaciones mixtas, a grados.

Aquello de “tanto mercado como sea posible y tanto estado como sea necesario”, no sirve para mucho. Lo mismo que los ataques a “la dictadura del mercado” y versos similares. No existen casos de economías completamente desreguladas, como casi no hay sociedades en las que no exista el mercado. La economía de mercado no es un fin sino un medio, no es el bien común, sino una forma de procurarlo.
Siempre va a haber mercado y siempre va a haber Estado, en dosis variables. Para Tirole son complementarios y no excluyentes. “El Mercado tiene necesidad de regulación y el Estado de competencia y de estímulo”.

Añado: 1) Eso es cierto para el conjunto de una economía, pero no necesariamente para todos sus sectores y, 2) La medida de uno y otro variará según sean las realidades, prácticas, culturales e históricas.

El factor clave para inclinarse por más de uno o de otro es la información: el mercado, los precios, son fuentes vitales de información en una economía pero, al mismo tiempo, el mercado no cumple su función si hay grandes asimetrías de información entre sus actores.

La teoría económica se basa frecuentemente sobre la tesis de la elección racional de las personas, pero la práctica no es tan así. La falta de información suficiente o de capacidad para procesarla son evidencias cotidianas. El Mercado es un excelente mecanismo de generación y verificación de información, pero es imperfecto.

Entendido como un medio, se le puede defender y preservar para que cumpla sus funciones. Llevado a dogma, pierde su razón de ser. Sobre todo, no ayuda al análisis el introducir consideraciones éticas fuera de lugar. El mercado no es moralmente ni superior ni inferior al Estado. Los defectos de ambos en definitiva provienen del mismo origen: el ser humano.

El ataque al mercado como caldo de cultivo del egoísmo, a partir de la tesis de Adam Smith, es una simplificación moral. Que uno sea el mejor cuidador de sí mismo es puro sentido común. Dicho lo cual, no se sigue que la sumatoria de agentes que cuidan bien de sí mismos produzca una resultante de buen cuidado de todos y, mucho menos, por igual. Como ya lo había notado Stuart Mill, el mercado es insustituible como mecanismo de producción, pero tiende a distribuir en forma inequitativa.

Primero porque no todos los agentes económicos tienen las mismas capacidades y competencias. También hay diferencias en las oportunidades y los tiempos. Estos -y otros- factores hacen que los aprovechamientos sean distintos y que en cierto tipo de situaciones (caso grandes innovaciones tecnológicas) se produzca una brecha entre los que pescan el tren y los que no. En el mundo contemporáneo la globalización ha sido un factor de agudización de este fenómeno, ya no estamos sólo expuestos a los cambios que se producen en el medio en que vivimos. Debemos estar alertas a lo que hoy ocurre en otras partes del mundo, porque mañana estarán aquí.

El Estado, por su parte, también tiene sus defectos o, más exactamente, la propensión a cometerlos: por exceso de poder, por escasez de premios y, sobretodo, de castigos, por la facilidad para atrasar, enredar, u ocultar las decisiones. De la misma manera que deben existir mecanismos políticos y jurídicos para atajar y evitar desbordes o desvíos de poder que afecten las libertades políticas, es bueno y hasta necesario el funcionamiento del mercado para la efectiva protección de las personas en sus vidas económicas y sociales. Si por cualquier motivo un sistema político funciona mal, una economía estatizada agravará los efectos.

Es precisamente basado en ese razonamiento que numerosas sociedades han retirado del poder de sus gobiernos el manejo de la política monetaria y restringido su ejercicio en actividades claves como la energía y las comunicaciones.

Ahora bien, aceptar que carece de sentido una discusión dogmática y que lo sano es encarar al estado y al mercado no como antagonistas sino como complementarios, no lleva en sí la solución acerca de cómo ensamblar uno con el otro. Hay una tendencia mundial al crecimiento de los estados y consecuentemente del volumen del gasto y la penetración en la vida de las personas. No ocurre lo mismo con el mercado, al menos no en la mayoría de los países. Son muy estruendosas las fallas de mercado, mientras que los defectos del Estado -salvo casos de grosera corrupción- operan más como lima sorda, perjudicando el bienestar de las sociedades por desgaste, sin estruendo.

No hay fórmulas químicas que determinen cuánto debe haber de Estado y cuánto de mercado en una sociedad determinada. Las realidades serán siempre imperfectas, producto del hombre que también lo es. Eso sí, a la hora de analizar una realidad con miras de alterar el juego de estos dos factores, es importante señalar que las movidas en favor de más Estado son muy difíciles de desarmar y tienden a ampliarse, con una inercia interna imparable.

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Ignacio De Posadas

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