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Maracaná y su mitología

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Mito o verdadera historia? ¿Simple leyenda tejida alrededor de un hecho o “lugar de memoria”, como define Pierre Nora a aquellos sucesos o entidades que, más allá de la historia, se enraízan en una memoria fundacional? Para los franceses, La Marsellesa o la Toma de la Bastilla, son “lugares” de memoria. Para los uruguayos, lo es Maracaná. Guste o no. Allí está, y por encima de una competencia deportiva, ha perdurado como un paradigma de la capacidad de superación de un país pequeño que, con todos los vientos en contra, logra alcanzar la victoria.

Mito o verdadera historia? ¿Simple leyenda tejida alrededor de un hecho o “lugar de memoria”, como define Pierre Nora a aquellos sucesos o entidades que, más allá de la historia, se enraízan en una memoria fundacional? Para los franceses, La Marsellesa o la Toma de la Bastilla, son “lugares” de memoria. Para los uruguayos, lo es Maracaná. Guste o no. Allí está, y por encima de una competencia deportiva, ha perdurado como un paradigma de la capacidad de superación de un país pequeño que, con todos los vientos en contra, logra alcanzar la victoria.

Nada de enojos, entonces, ante el mito. Porque las naciones se construyen, también, con ellos. Son los que añaden, a la razón de ser, la identificación emocional. Naturalmente, se prestan a todo tipo de especulaciones, las más ridículas a veces, interesadas en ocasiones y hasta expresiones dogmáticas que nublan el razonamiento.

Pasa con los años 50. Vistos habitualmente como un pasado glorioso, hoy está de moda despotricar contra ellos, ignorando paladinamente las circunstancias.

Se habla críticamente de una industria sustitutiva de importaciones, cuando to-do el esfuerzo de Luis Batlle estuvo volcado -con clara modernidad- a atraer capitales extranjeros para que produjeran para la exportación, asociados a ganaderos uruguayos que deseaban volcar sus ganancias en actividades que dieran trabajo. ¿Qué fueron las industrias de Paysandú, en lana y en cuero, sino actividades pensadas para el mundo? ¿Qué fue la feroz batalla librada contra los proteccionismos norteamericano y europeo para que nuestra lana pudiera exportarse elaborada?

Ese desarrollo partía de una industria que había nacido a comienzos del siglo y que en 1930, como dice el historiador británico Henry Finch, hacía del Uruguay “uno de los países más industrializados de América”. La sustitución de importaciones no fue una política sino un hecho producto de la escasez propia de los tiempos de guerra. Los contralores cambiarios venían desde 1930 y habían nacido con la crisis del 29. Sin embargo, el país pudo avanzar, al punto que -di-ce Fynch- “en 1956, cuando el ingreso per cápita alcanzó su máximo valor, el Uruguay disfrutaba del más alto ingreso per cápita de toda América Latina, posición que posiblemente ha-ya ostentado a lo largo de toda la primera mitad del siglo”. Es en ese año que se realiza la Exposición Nacional de la Producción, en el celebre cilindro de Leonel Viera, que así como entonces fue expresión de vitalidad, hoy es testimonio monumental de la desidia que dejó degradarlo y luego lo derrumbó con festejo.

Cincuenta años después el país volvió felizmente a apostar a la agroindustria y con la política forestal atrajo, con beneficios fiscales, capitales que se han constituido en las más grandes inversiones de nuestra historia. Antes fue la lana, que hoy ya no está ni en Leeds ni en Biella; hoy es la celulosa. Pero los fines y los medios no son muy diferentes.

En aquellos años se consolida la clase media que sublima el ideal de la “casa propia” y hasta sueña con la de veraneo; se levantan 200 escuelas rurales; se duplica la matrícula de la enseñanza secundaria; se crea la Comedia Nacional; nace Cantegrill y el impulso turístico en Punta del Este; al amparo de la Ley de Propiedad Horizontal, surge la arquitectura moderna en la Rambla de Pocitos y en todo Montevideo…

Sin duda fue un Uruguay optimista. Raigalmente democrático. Arcadia mirífica no. El campo comenzaba a despoblarse y el mundo a cambiar. Entre 1957 y 1959 las exportaciones uruguayas cayeron un 43%, comparadas con el trienio anterior. La industria frigorífica tradicional comenzó un severo proceso de crisis, que llevaría treinta años superar para adaptarla a los nuevos mercados.

No se puede mirar este tiempo con anacronismos despectivos de las circunstancias históricas. Ni intentar hacer la historia al gusto de cada uno. Como ocurre con el Dr. Ignacio de Posadas, que el domingo pasado acusó al Batllismo de haber reescrito la historia, tal cual lo hace hoy el Frente Amplio. Es natural que, desde su clericalismo conservador, obsesivamente cuestione al Batllismo, pero debería recordar que desde 1940 el Museo Histórico, el Archivo Artigas y todas las instituciones nacionales de la materia estuvieron a cargo de un gran historiador pero notable dirigente político blanco, como lo fue Don Juan Pivel Devoto. A quien, incluso, la familia Batlle entregó el archivo del más grande estadista de nuestra historia. Pivel fue figura dominante y le sucedieron en ese magisterio historiadores como Barrán, Nahum y Reyes Abadie, ninguno de filiación colorada. ¿De qué reescritura batllista estamos hablando? Es más, cuando en 1950 Luis Batlle lanza el gran jubileo artiguista, le encarga a otro historiador blanco, José Ma. Traibel, el Breviario que difundirá masivamente en los liceos.

Que el Dr. Posadas piense distinto a los batllistas, es su derecho. Pero reclamamos que, por lo menos, como dice Hanna Arendt, se respete “la dignidad de los hechos”.

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Julio María Sanguinetti

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