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Malos consejos

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Las muertes, ahogados, de cientos de inmigrantes clandestinos en el Mediterráneo causa considerable preocupación en la Unión Europea. A la compasión por la tragedia se suman otras preocupaciones.

Las muertes, ahogados, de cientos de inmigrantes clandestinos en el Mediterráneo causa considerable preocupación en la Unión Europea. A la compasión por la tragedia se suman otras preocupaciones.

Incluyendo el temor por un aumento de la inmigración proveniente desde el África y el Medio Oriente y la amenaza que las organizaciones transnacionales que se dedican al transporte de aquellos desdichados puedan representar para la seguridad. La representante de la Unión Europea explicó en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que no se trata solamente de una emergencia humanitaria, sino también de una crisis de la seguridad, porque las redes dedicadas al contrabando de personas están vinculadas, y en algunos casos, financia, actividades terroristas, lo que contribuye a la inestabilidad en una región que ya es muy inestable. Los memoriosos seguramente apuntarán que fue la imprudente acción de los europeos en Libia, la que contribuyó a desestabilizar aún más esa región.

La retórica en algunos gobiernos europeos ha alcanzado niveles lamentables. Así, se justificó suspender las operaciones de búsqueda y rescate que se llevaban a cabo en el Mar Mediterráneo, principalmente en el Estrecho de Sicilia, argumentando que la seguridad de que serían rescatados por las patrullas de las naciones europeas, alentaba a los inmigrantes clandestinos a hacerse a la mar. De acuerdo a esta visión tan humanitaria, el mejor instrumento para ponerle remedio a la inmigración clandestina a través del Mediterráneo sería dejar que se ahoguen unos cuantos miles de desesperados. Para desalentar a los demás.

La Armada y la Guardia Costera italiana están haciendo un esfuerzo ejemplar para enfrentar el problema. Esta semana, el servicio de guardacostas de aquel país expresó su preocupación por el proyecto de la Unión Europea de emprender acciones militares para detener la inmigración clandestina a través del Mediterráneo y pidieron que los buques de guerra de las armadas de los países europeos le den prioridad a las acciones de búsqueda y rescate.

Al mismo tiempo, el primer Ministro italiano, Matteo Renzi, opinó que quienes se dedicaban al transporte de inmigrantes clandestinos son los traficantes de esclavos del siglo 21 y que deben ser llevados ante la Justicia. La representante de la Unión Europea pareció seguir esa línea de pensamiento en su presentación ante el Consejo de Seguridad cuando se refirió a la estrategia de la Unión de emprender un esfuerzo sistemático para identificar, capturar y destruir los buques dedicados al transporte de los emigrantes, antes de que sean utilizados y de acuerdo al derecho internacional.

No es acertado asimilar el transporte de emigrantes clandestinos a la trata de esclavos. Son dos actividades esencialmente dispares que se encuentran sujetas a reglas internacionales muy diferentes. Tampoco sería aplicable el concepto de piratería, claramente definido en la Convención sobre el Derecho del Mar.

Es un error aplicar la lógica militar a un problema humanitario y policial. Los transportistas utilizan buques comunes - como pesqueros o costeros - para conducir a los inmigrantes clandestinos. Ello hace muy difícil identificar las naves y “neutralizarlas” en alta mar. La solución militar, además del peligro de daños colaterales, no solucionará el problema. Solamente hará aún más miserable la vida de los desesperados emigrantes.

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Juan Oribe Stemmer

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