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El mal ejemplo de China

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El acercamiento entre Estados Unidos y Cuba ha causado una mezcla de cauteloso júbilo y escepticismo. Hay quienes creen que el deshielo podría propiciar cambios en la vetusta dictadura castrista y otros temen que las concesiones de Washington le den más oxígeno.

El acercamiento entre Estados Unidos y Cuba ha causado una mezcla de cauteloso júbilo y escepticismo. Hay quienes creen que el deshielo podría propiciar cambios en la vetusta dictadura castrista y otros temen que las concesiones de Washington le den más oxígeno.

Hablando de modelos políticos, precisamente los acuerdos entre Obama y Raúl Castro han suscitado comparaciones con el nuevo comunismo chino, que combina un capitalismo controlado por el Estado con un eficiente aparato represor. De hecho, el presidente estadounidense ha señalado que no se hace ilusiones en lo referente a la sistemática violación de los derechos humanos en Cuba.

A la luz de las detenciones de activistas hace menos de una semana para impedir un acto a favor de la libertad de expresión en la Plaza de la Revolución, es evidente que para el gobierno cubano la calle sigue siendo suya. Sencillamente, en esta era de engagement con la dinastía de los Castro, el énfasis se ha puesto en el discutible fracaso de las políticas de Estados Unidos y no en el probado fracaso de un régimen despótico que pronto cumplirá seis décadas en el poder.

Pero volvamos a China, pues es un ejemplo que parece tranquilizar la conciencia de muchos que hablan del alivio que acarrearía a los cubanos copiar su remozado comunismo. Una corriente de pensamiento que tiene que ver con el dicho “de Guatemala a Guatepeor”. Se renuncia a la batalla por la libertad y la verdadera democracia para acomodarnos en un terreno movedizo y turbio. Medio mundo negocia con los chinos y no hay reparo en hacer inversiones en un país donde las condiciones laborales de los trabajadores son de esclavitud y la corrupción institucional de la nomenclatura comunista es endémica.

Pero a lo que verdaderamente se renuncia es a repudiar y sancionar a un sistema que tiene el presidio político lleno de disidentes. Desde que el actual mandatario chino tomó las riendas en 2012, se han intensificado los arrestos a activistas.

No es cierto que la política del abrazo, las inversiones copiosas y el trasiego de turistas necesariamente den al traste con sistemas abominables como el chino o el cubano.

Ahí está el ejemplo de Guinea Ecuatorial y los sucesivos gobiernos españoles, dispuestos a hacerle concesiones a un sátrapa como Teodoro Obiang antes de aislarlo por su nefasto récord en cuestión de derechos humanos. Obiang gobierna desde 1982 y no hay indicios de que el depauperado país se democratice.

Y en la España franquista, con comercio en el exterior, turismo del norte de Europa en sus playas y hasta viajes al extranjero al alcance del español medio, la dictadura duró casi cuarenta años y sólo se desmontó con la muerte natural de Franco y la voluntad de su propio régimen de impulsar una transición a la democracia. Lección, por cierto, que José María García-Margallo, actual ministro de Exteriores de España, impartió recientemente en una conferencia en La Habana, causándole verdadera irritación a Raúl Castro. Tanta, que se negó a recibirlo durante su visita oficial a la isla.

La actual fórmula china, con sus disidentes perseguidos o en el exilio, y la Gran Muralla contra la libre circulación de información en Internet no puede ser solución o modelo de nada bueno.

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Gina Montaner

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