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La luz que nos vuelve

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A todos nos consta: en junio, anochece a las 5 de la tarde. Y sin que nos demos cuenta, enseguida del 21 los días empiezan a alargarse.

A todos nos consta: en junio, anochece a las 5 de la tarde. Y sin que nos demos cuenta, enseguida del 21 los días empiezan a alargarse.

En nuestro paralelo 35 del hemisferio sur, el Sol dura sobre el horizonte apenas nueve horas 50 minutos en el solsticio de invierno -que los estudiosos llaman hiemal-, y acrecienta su permanencia hasta alcanzar las casi 14 horas el 21 de diciembre, en cuyo entorno se produce el solsticio vernal y los días comienzan otra vez a acortarse.

El aumento de luz se produce a razón de uno a dos minutos por día. Distraídos, nos resulta imperceptible. Pero basta que le prestemos atención al Sol, fuente de la clorofila y de la vida, para detectar la tendencia que nos llega como una verdad terrenal de cada jornada impuesta desde lo previsible y milagroso del Cosmos.

Pues bien. Distraídos -peor aún, dominados- por las desgracias que nos machacan el alma desde la comarca y el mundo, pasamos de largo ante los indicios de que el pensamiento, la cultura y el apetito por el bien están empezando a reverdecer.

Una ola de crudo materialismo se apoderó de las mentes por la prédica revolucionaria de una supuesta izquierda, y por un consumismo vacío por parte de un supuesto liberalismo económico. Esa cruza agotó su modelo y ya mostró todo el daño que podía hacer.

Montando métodos abstractos que multan por video, deciden por estadística y niegan la responsabilidad creadora del espíritu, vació de compromiso a la persona con su prójimo. Estableció paradigmas universitarios que sustituyeron el hambre de pensar con independencia por la ambición de un título y la competencia marketinera por el currículo. Encorsetó los servicios -públicos y también privados- en protocolos y sistemas donde se olvida la finalidad concreta y personal que debe imprimirles alma. Fabricó un tipo de prestador más preocupado por cómo queda él ante el Gran Hermano que por el destino del ser humano que tiene enfrente.

Arrinconada la luz de los principios por el relativismo, la persona dejó de ser un ideal, un límite a respetar y una meta a servir. Sus derechos y su mismísimo concepto fueron atropellados por la hosquedad, la lucha de clases y la haraganería mental. No sólo nos fracasó un modelo de gestión de un partido. Se le hizo la noche al modo de vida que nos jibarizó como ciudadanos.

Pero el cuadro ya generó rebeldías de conciencia. Y basta prestar atención para divisar arreboles que prometen no sólo nuevos amaneceres sino el Risorgimento completo que nos hace falta. No se trata de que aparezca un nombre providencial ni de que se refuercen las velitas ideológicas que nos costaron fangotes. Lo que asoma son los fuegos y la inspiración de un reencuentro con las bases de la persona y las exigencias del sentir limpio y el pensar lógico.

A contramano de la decadencia, el pensamiento independiente ya va generando diálogos de luz y esperanza que jamás podrán surgir del mecánico sometimiento fanático a una ideología.

No es cuestión de partidos ni de izquierda ni derecha.

Es cuestión de dejar de hacer balances de lo que fue y volver a construir, hacia adelante, la cultura fraterna de la libertad para conseguir jornadas históricas de luz larga, en vez de dejarnos llevar por la nutrida agenda de conflictos que se hace pasar por gobierno.

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Leonardo Guzmán

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